RUBÉN MOREIRA VALDEZ
Casi dos décadas atrás se disparó en el país la violencia homicida. Morena sigue culpando al presidente Calderón de tal situación. Durante tres sexenios se han intentado diversas estrategias y solo en algunos lugares la lucha contra el crimen ha tenido éxito.
¿Una sociedad debe renunciar a combatir a los criminales? Muchas veces he debatido sobre el tema con militantes de Morena y siempre quedan atrapados en la narrativa que impulsó el presidente saliente.
En la pasada administración se abdicó en la función de ofrecer seguridad. Las capacidades del Estado fueron guardadas o frenadas. No son pocas las ocasiones que vimos a soldados sufrir vejaciones o retirarse de los lugares de crisis. El argumento: evitar un supuesto mal mayor.
Nos vendieron que la violencia terminaría si se atendían “las causas”. Al leer discursos y notas de prensa del presidente López Obrador, es fácil percibir que no tenía muy claro el tema de las causas y que mayormente las ligaba a la pobreza y a las condiciones de desigualdad.
Los programas sociales y algunas decisiones económicas tenían esa justificación narrativa. El argumento es una clara ofensa a quienes menos tienen y una postura llena de prejuicios.
Combatir al crimen es una obligación ineludible para el Estado, gobierno y funcionarios. Las excusas para no hacerlo pueden llevar al omiso a caer en el ámbito de la ilegalidad o la indolencia.
En materia de seguridad muchos opinan y pocos saben, y es común que se confundan acciones con estrategias, o que la ausencia de homicidios suponga situaciones de seguridad. Para agravar el estado de las cosas, hay políticos que recomiendan “pactos” con los criminales o incluso sucumbir a la tentación de ponerse bajo su cobijo.
A lo anterior hay que sumar que las empresas criminales tienen “políticas” de propaganda y relaciones públicas. Así se comprende cómo, sin motivo aparente, pasquines y libelos atacan a funcionarios eficaces o generan terror en las comunidades. En esa lógica se encuentran los corridos que buscan inmortalizar malandrines.
En los últimos años del pasado gobierno abundaron las afirmaciones de una mejora en los índices de homicidios y otros delitos. La realidad fue muy distinta, creció el número de asesinatos y el de territorios en control del crimen.
Me queda claro que la presidenta Sheinbaum se aleja de la ilegalidad de los abrazos y la pasividad de los no balazos. Sin embargo, llama la atención que en la página del gobierno donde se da cuenta de los homicidios se suprimió la información de las fuentes abiertas. Lo anterior levanta sospecha sobre la manipulación de las cifras.
López Obrador tenía la costumbre de comparar los días de pocos homicidios de su sexenio con los peores de Calderón o Peña. Sus corifeos repetían la falacia. La realidad es dura y ahora pocos lo defienden en el tema. La inacción costó 200 mil vidas.