>> Triunfos y derrotas del martes 5. La amenaza de la obscuridad se hizo presente.
DULCE MARÍA SAURI RIANCHO*
SemMéxico, Mérida, Yucatán. En los Estados Unidos, Donald Trump ganó la presidencia de la república con una abrumadora votación a su favor. Lo hizo incluso en regiones tradicionalmente demócratas y entre grupos sociales que, hasta 2020, habían rechazado su retórica antiinmigrante y sus actitudes misóginas y discriminatorias.
El saldo electoral en nuestro vecino del norte tiene un impacto que va más allá de la política y del triunfo de un candidato que gobernará a la Unión Americana los próximos cuatro años. Es también una gran derrota en el terreno de la cultura de la inclusión y en la lucha por hacer efectivos los derechos de la población históricamente marginada, principalmente de las mujeres.
Digámoslo con claridad: por segunda ocasión en ocho años una mujer candidata a la Presidencia es derrotada. Y este hecho tiene amargas consecuencias. La primera, que muy difícilmente los partidos Republicano y Demócrata aceptarán la postulación en un futuro próximo (me refiero a 4, 8 años) de una mujer. Por tanto, es necesario aceptar el impacto devastador de la derrota electoral de Kamala Harris en las mujeres y las niñas, no solo de Estados Unidos sino del mundo.
Somos Sísifas, como el dios de la mitología griega, condenadas a cargar el enorme peñasco de los prejuicios y la discriminación hasta la cima de la montaña de la Igualdad y cuando parecía alcanzada la meta, presenciar su rodaje hacia abajo.
El martes oscuro también fue derrotado el llamado “movimiento woke”. Es una palabra que proviene del inglés “despierto/a”, cuyo contenido se refiere a la conciencia en torno a las desigualdades sociales. Las personas “woke” son antirracistas, feministas, a favor de los derechos LGTB, ambientalistas y defensoras de los derechos de los animales.
Esta corriente ha producido un fenómeno social, la “cultura de la cancelación”, que se manifiesta en las redes sociales cuando se retira el apoyo a personas o figuras públicas por haber tenido alguna actitud o comportamiento considerado como socialmente inaceptable.
En un primer análisis sobre el tsunami electoral estadounidense, se señala la importancia de la reacción social contra “lo woke”, que unió a los conservadores de élite con la base popular activista. Los mensajes contra la inmigración ilegal, el incremento de la delincuencia, la pérdida de empleos e, incluso, la descalificación y el lenguaje soez contra las mujeres, comenzando por la candidata Harris, fueron aceptados y captaron un importante caudal de votos entre los distintos sectores sociales, incluyendo a las mujeres.
El resultado electoral a favor de Donald Trump es también una especie de salvoconducto para dar rienda suelta a las descalificaciones de todo tipo contra las minorías y los grupos históricamente discriminados. Tal parece que las resistencias ancestrales al papel protagónico de las mujeres, a sus exigencias de mayor libertad y participación efectiva, salieron del “closet” de los prejuicios murmurados a duras penas en las mesas familiares o en los estrechos círculos de amigos.
“Fuera máscaras”, adiós a lo “políticamente correcto” y, desde luego, a la cultura de la “cancelación”. En la era Trump sería inimaginable un movimiento como el #MeToo de la década pasada.
Una escritora canadiense, Margaret Atwood, ha sido muy mencionada en estos días obscuros. Ella es la autora de la novela distópica El Cuento de la Criada. Escrita en 1985, establece su narración en Estados Unidos después de un golpe militar que asesina al presidente electo, atribuyéndolo al terrorismo islámico.
El estado de Gilead, describe Atwood, se constituye en América del Norte después de una catástrofe nuclear y bioquímica, y de una guerra sobre las ruinas de la sociedad libre preexistente. Se conforma una teocracia autoritaria que, según la autora, tiene los rasgos del puritanismo estadounidense. Los fundamentalistas misóginos están convencidos de que la infertilidad generalizada de la población es el castigo de Dios por la promiscuidad, la anticoncepción y el aborto.
Los hombres ejercen todo el poder, las mujeres no tienen derechos. No se les permite leer ni escribir, ni poseer bienes. Si todavía son capaces de tener hijos, pueden convertirse en “Criadas”, y son asignadas a los hombres más poderosos del estado como hembras que habrán de asegurar la supervivencia de la humanidad, que está en peligro de extinción.
En la trama se promueve el miedo y la sospecha entre ellas. La “criada” es una mujer cuyo único valor está en su capacidad procreación, es decir, como receptáculo necesario para alcanzar el nivel de nacimientos que había descendido notablemente, arriesgando la viabilidad de la nueva nación autoritaria.
Como aparato reproductor, las mujeres carecían absolutamente de derechos. Eran objetos a merced de sus dueños. El nombre de la protagonista lo dice todo: Defred (De Fred, propiedad de Fred).
En una novela posterior (2019), Los Testamentos, son también mujeres que, 15 años después, organizan la rebelión que culmina con el restablecimiento del régimen de libertades en los Estados Unidos. Una luz de esperanza.
En México elegimos por primera vez a una mujer en la presidencia de la república. Claudia Sheinbaum y Kamala Harris podrían haber sido una dupla que consolidara en definitiva los avances políticos de las mujeres en América. No fue así. Muy lejos de la complacencia, el triunfo de Claudia Sheinbaum representa un reto descomunal al liderazgo de las mujeres.
No basta con llegar: habrá que ejercer el poder y la responsabilidad con autonomía e independencia. Recordar siempre la fragilidad de los avances en el ejercicio efectivo de los derechos de las mujeres. Que las resistencias soterradas asechan, se visten de múltiples formas para mellar la autoridad de las mujeres, incluyendo la condescendencia, la “graciosa” concesión masculina al protagonismo femenino.
El Cuento de la Criada parece una exageración producto de la extraordinaria imaginación literaria de Margaret Atwood. Sin embargo, las mujeres y los movimientos feministas deberemos prepararnos para el reflujo y las resistencias de una marea que, antes del 5 de noviembre, parecía llamada a romper en definitiva el “techo de cristal” sobre la participación política de las mujeres.
Es también un recordatorio de que los avances de las mujeres no son de una vez y para siempre. La amenaza de Afganistán y de las afganas privadas de sus más elementales derechos no son ficción literaria, son una dolorosa realidad que hoy más que nunca, debemos tener presente.
Las Sísifas de la tercera década del siglo XXI tendremos que ingeniárnosla para detener la piedra y volverla a llevar hasta la cima. ¿Cómo?
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán