ARTURO MORENO BAÑOS (Hidalgo). Llegó el día señalado, sin duda bien dicen que “no hay fecha que no se cumpla”, las ansias con que el actual gobierno esperaba la llegada del pasado 21 de marzo son inauditas. Pero ¿a qué se debe tanta expectativa?
Pues bien a que el presidente López Obrador se dio el gusto de inaugurar como se comprometió, el pasado 21 de marzo de 2022, su primera obra emblemática: el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en lo que fue la Base Aérea Militar de San Lucía, en el Estado de México. Sus otras tres obras representativas son la refinería de Dos Bocas, que pondrá en servicio el año que viene; el Tren Maya, que si bien va estrenará en 2024, y el proyecto Transístmico.
Sobre el nuevo aeropuerto, su actividad será muy reducida, unos nueve vuelos diarios, muy por debajo de su capacidad y eso mejor no hablamos de la ineficiencia para construir los accesos, lo que es una paradoja: pudiendo hacer en menos tiempo un aeropuerto que los caminos que llevan a él. Así como el costo de 116 mil millones de pesos a los 75 mil millones de pesos que originalmente se tenían planeados.
Para aumentar su productividad se reducirá el número de vuelos del saturado Benito Juárez, y se mantendrá en el abandono al aeropuerto de Toluca y al Sistema Aeroportuario del Valle de México que iba a coordinar las tres terminales aéreas, lo que ya se fue al olvido porque toda la atención está en el Felipe Ángeles.
Sí tal cual lo importante es el aeropuerto Felipe Ángeles aunque tenga algunas irregularidades que obviamente no serán analizadas y seguro, al menos a los integrantes del gobierno de la cuarta transformación, les tendrá sin cuidado, esas pequeñeces después de todo ya se arreglarán.
Este acontecimiento, como siempre en ésta columna semanal donde se realizan analogías históricas demostrando la contemporaneidad de la historia, me recuerda a las aldeas Potemkin, ¿a qué se refiere esto?, analicemos….
En política y economía, una aldea Potemkin es cualquier construcción (literal o figurativa) cuyo único propósito es proporcionar una fachada externa a un país al que le va mal, haciendo que la gente crea que al país le va mejor.
El término proviene de la historia de una aldea portátil falsa construida por Grigory Potemkin, antiguo amante de la emperatriz rusa Catalina II, únicamente para impresionar a la emperatriz durante su viaje a Crimea en 1787. La historia original dice que Potemkin erigió asentamientos portátiles falsos a lo largo de las orillas del río Dniéper con tal de impresionar a la emperatriz; las estructuras se desmontarían después de que ella pasara y se volverían a montar a lo largo de su ruta para volver a verlas.
Para ayudar a lograr esto, Potemkin estableció «pueblos móviles» a orillas del río Dniéper. Tan pronto como llegara la barcaza que transportaba a la Emperatriz, los hombres de Potemkin, vestidos como campesinos, poblarían la aldea. Una vez que la barcaza partía, el pueblo era desmontado y luego reconstruido río abajo durante la noche.
La «aldea de Potemkin» ha llegado a significar, especialmente en un contexto político, cualquier construcción falsa o hueca, física o figurativa, destinada a ocultar una situación indeseable o potencialmente dañina para la imagen de vanguardia y progreso que se trata de proyectar.
Esperemos que el AIFA (Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles) no se convierta en una rotunda falla que irónica y sarcásticamente en el anagrama de la abreviatura del aeropuerto se augura, FAIA.
¿Tú lo crees?… Al tiempo.