El poder y la justicia

FLORENCIO SALAZAR ADAME (SemMéxico/El Sur de Acapulco. Guerrero). Alejandro Magno, Julio César y Napoleón son probablemente los personajes sobre los que más biografías y novelas históricas se han escrito, incluso llevado a la pantalla. Ellos se han alzado por encima del común de las personas para convertirse en mitos. Sus frases se repiten una y otra vez. Podríamos decir que hay una cita para cada ocasión. La nómina es más amplia: la emperatriz Victoria, Gandhi, Churchill, Mandela, pero aquellos sobresalen por mucho.

Es notable que sean los militares y políticos los que atraigan más la atención de investigadores y narradores. Hay una larga lista de personajes en el ámbito de la ciencia, la filosofía y el arte, pero ninguno resulta atractivo para un público generalizado como los que tienen que ver con las guerras y el poder, con su imbricación de intrigas, complots y asesinatos. Se advierte que las vidas de estos personajes tienen todos los elementos de un buen thriller, sin faltar las ambiciones por el dinero y el sexo.

Roma soy yo de Santiago Posteguillo es la más reciente publicación sobre Julio César. El primero de cinco libros que relatarán la vida de Julio César. El autor ha anunciado que los siguientes cuatro se publicarán en los próximos 10 años. He leído en tres o cuatro días este primer volumen de 751 páginas. La narrativa del escritor español es ágil, atractiva y conduce la historia dosificando las consecuencias de los hechos que dan vida a la trama. Posteguillo es garantía de calidad por su buena prosa, la hondura de sus reflexiones y la certidumbre de los acontecimientos. Previamente, he leído la saga de Africanus y el Circo Máximo.

Esta primera parte sobre Julio César abarca el periodo que va desde su nacimiento hasta los 23 años. Aurelia, su madre, una y otra vez le repite que su familia desciende de Eneas, quien escapa de Troya y se refugia en la hoy Italia. Tiene un hijo –Julo–, que a la vez es padre de Rea Silvia de Alba Longa.

Esta princesa será poseída por el dios Marte “y de esa unión nacieron Rómulo y Remo. Rómulo fundó Roma”. Es decir, Julio César está tocado por la divinidad y es un predestinado a la gloria que, en su caso, es la historia y la mitología.

Su madre lo educa en el esplendor de los dioses para que alcance su destino. Por su parte su tío Mario Cayo lo hace en el cruento aprendizaje de la realidad. Mario Cayo será de una gran influencia: guerrero victorioso y el único Cónsul designado siete veces consecutivas por el Senado. El sobrino recibe las experiencias del héroe, desde su estrategia militar hasta sus convicciones políticas, que lo oponen a la élite romana que tiene el control del Senado, formado por los optimates –los mejores–, enriquecidos con las tierras y los tesoros de las conquistas romanas; los ciudadanos representados por los cónsules de la plebe, los socii –aliados en Italia; un cuarto grupo, los provinciales. En esencia, todos estaban en contra de los senadores, quienes frenaban todo intento de reforma –como ocurrió con los Graco– acudiendo al asesinato.

Un dato desconocido de Julio César es que fue un importante orador, solo por debajo de Marco Tulio Cicerón. Su padre, del mismo nombre, tenía una importante biblioteca con rollos de las principales obras de los filósofos y dramaturgos de la época, que JC leyó con interés. Como señala el autor, la vida del personaje es desconocida hasta que alcanza la juventud, casado entonces con Cornelia, hija de Cinna. Se le tiene cierto recelo por ser familiar cercano de Mario Cayo, enemigo de los plutócratas romanos.

Dalobela es un poderoso senador muy cercano al dictador Sila. Cuando fue gobernador de Macedonia comete una serie de abusos y atrocidades. El trigo lo retiene en bodegas y afirma que debe ser traído de Egipto, por lo que cobra un precio adicional; establece una cota por el arreglo de la Vía Egnatia; la violación de Myrtale, hija del patriarca mecodonio, en su propia residencia; y luego el saqueo del templo de Afrodita. Los macedonios deciden ir a Roma en busca de justicia. No sin dificultades, nombran como abogado defensor a Julio César. Su familia se alarma. Saben que Dalobela ha asesinado a cónsules de la plebe y que hará lo mismo con el descendiente de Eneas.

Los testigos son asesinados, mediante artimañas cortan el tiempo para el uso de la palabra de Julio César, quien además sufre la traición de su madre, Aurelia, que informa a los defensores de Dalobela de los argumentos del acusador. Aurelia cree que es una forma de congraciarse con Dalobela y evitar que su hijo sea asesinado. Error de cálculo, porque Dalobela lo odia. Lo significativo del juicio, que pierde Julio César, es el tema de la justicia. Para subordinar al Senado a su capricho el dictador Sina declara la abolición de los tribunales y establece que serán los senadores quienes se responsabilicen de la administración de la justicia. Después de los alegatos solo unos cuantos minutos han consumidos los senadores para declarar la inocencia del ex gobernador de Macedonia.

Las palabras de Julio César en el juicio mantienen su eco a través de los siglos:

“Fijos en nosotros, en lo que decimos y argumentamos, no solo están los ojos de los aquí presentes, de los jueces del tribunal, del acusador, del acusado, de los abogados de la defensa, de mí mismo y del público. No, fijos en nosotros y en lo que decimos aquí están los ojos no ya de todos los habitantes de la provincia de Macedonia, sino que me atrevería a aseverar que todas las provincias de cada una de las diferentes regiones del mundo gobernadas por Roma”.

“Desean saber si somos sólo conquistadores o si somos, además, gobernantes y, de entre los muchos gobernantes posibles, desean saber si somos gobernantes justos o injustos, dignos de aceptar nuestras normas o, quizá, indignos de recibir su vasallaje”.

“Este juicio va mucho más allá de los crímenes perpetrados por Cneo Cornelio Dolabela. He anticipado que este proceso versa sobre nosotros mismos, sobre qué es Roma y que justcia estamos dispuestos a tener, para nosotros y para todos aquellos sobre los que gobernamos. Y esto es muy importante, porque podemos imponernos por la fuerza de nuestras armas en la conquista, pero solo podremos preservar en el tiempo lo conquistado si sabemos mantenerlo por la fuerza de nuestra justicia para con todos, no con una justicia que solo funcione para unos pocos”.

“En este juicio no se juzga solo a Dolabela y sus crímenes, como he dicho. En este juicio se juzga mucho más. Y yo no soy sólo el abogado de los macedonios. Soy el abogado de Roma (…) En este juicio Roma no es Dolabela, no sois vosotros, jueces. Roma y el pueblo de Roma está representado por mí. Y es que hoy, aquí y ahora, Roma soy yo”.

Hoy, aquí y ahora, ¿quién representa a México?

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