DULCE MARÍA SAURI RIANCHO
SemMéxico, Mérida, Yucatán. En noviembre de 2021, un grupo de amigas compartimos un sueño y comenzamos a trabajar para hacerlo realidad.
Veníamos del éxito que representó la aplicación de la “paridad en todo” en las candidaturas a los 15 gobiernos estatales que estuvieron en disputa (de siete mujeres candidatas triunfaron seis) y de la integración de una legislatura en la Cámara de Diputados “perfectamente” paritaria.
Sin embargo, los retrocesos también se avizoraban, acentuados aún más por la pandemia de COVID que regresó a numerosas mujeres a sus funciones tradicionales de cuidadoras de sus familias de tiempo completo. La sombra de las violencias contra mujeres y niñas también se intensificaba en esos meses por la reclusión forzada en los hogares.
La realidad de legislaturas integradas casi por mitad en Diputados y en el Senado mostró que no era suficiente, pues la mayoría oficialista votó reiteradamente por la cancelación de programas y presupuestos especialmente relevantes para las mujeres, como las estancias infantiles y las escuelas de tiempo completo.
Los gabinetes paritarios, en particular en el ejecutivo federal, quedaron como una simple proporción aritmética, sin ningún ejercicio efectivo de los cargos, así fuera el de secretaria de Gobernación.
En el poder Legislativo, el compromiso de género quedó —y queda todavía— supeditado a la agenda partidista que, en el caso de Morena y sus aliados políticos, está totalmente subordinada a las fobias del presidente López Obrador contra casi cualquier aspecto relacionado con los derechos humanos de las mujeres.
En la reflexión de esos meses finales de 2021 teníamos en la mira al 2024. ¿Cómo hacer para avanzar hacia la igualdad sustantiva, de resultados? Fue cuando definimos la necesidad de imaginar “el país que queremos las mujeres”, discutirlo y plasmarlo en un proyecto que habría de culminar en las campañas electorales de dos años después. Esta pretensión no era original.
En el año 2000, por ejemplo, se acordó una agenda de mujeres que fue presentada a los partidos y candidatos a la presidencia de la república.
Ejercicios semejantes se realizaron en campañas siguientes, con magros resultados. Quizá porque entonces las participantes nos concentramos en los temas donde la desigualdad y la discriminación eran más acentuadas. “Ahora —nos dijimos— vamos a pensar TODO sobre el país”.
Una visión sobre el desarrollo de México desde la perspectiva de las mujeres, que abarque la economía, la cultura, la política, la organización social; que sea planteada por mujeres conocedoras y expertas en los distintos temas, bien sea finanzas públicas, salud, educación, telecomunicaciones, desarrollo científico y tecnológico, entre otras, teniendo dolorosamente presente la inseguridad y la lucha por una vida libre de violencias.
No obviamos la posibilidad de una candidatura femenina a la presidencia de la república, pero no fue el motor del despegue inicial, sino el empeño en contribuir a diseñar un país justo e igualitario para mujeres y hombres.
Los meses pasaron sin que esta ambiciosa idea pudiera cuajar del todo. Mientras, la realidad se movía por senderos inéditos.
El movimiento —que no partido— en el gobierno comenzó a perfilar a la entonces jefa de gobierno de la Ciudad de México como su posible candidata a suceder al presidente López Obrador. Un cerco de protección empezó a tenderse en torno a Claudia Sheinbaum, mientras los otros aspirantes morenistas —todos hombres— batallaban para mantenerse en el ánimo presidencial como opciones viables.
Por parte de las oposiciones, los enormes retos de 2022 y 2023 fueron enfrentados con una coalición electoral sin que a ciencia cierta se supiese si iba a ser refrendada para 2024.
La irrupción de la sociedad a través de las movilizaciones ciudadanas en defensa del INE —la “Marea Rosa”— marcó nuevo rumbo a las fuerzas políticas opositoras al actual gobierno.
Y la primera exigencia a los partidos fue la construcción de un proceso inédito de participación ciudadana que culminara en una candidatura a la presidencia de la república surgida de un proceso democrático.
Así arrancó la negociación partidos-organizaciones sociales hasta culminar con la conformación del Frente Amplio por México (FAM). En el tortuoso camino de los meses pasados, levantaron la mano y la voz hombres y mujeres.
Destaco a las cuatro que expresaron su intención de participar: Lily Téllez, Claudia Ruiz Massieu, Beatriz Paredes y Xóchitl Gálvez. Cuando se formalizó el proceso, las dos primeras no se registraron, en tanto que las dos últimas entraron a la siguiente etapa con otros 10 hombres.
Las dos mujeres consiguieron sobradamente las 150,000 simpatías y pasaron a la recta final, esto es, a los foros regionales que, en número de cinco, se efectuaron entre el 17 y el 26 de agosto. El hombre de la terna, Santiago Creel, declinó en el camino, por lo que, en León, Guadalajara y Mérida, Beatriz y Xóchitl fueron las únicas participantes.
Fue como si en Beatriz y en Xóchitl se concentrara “el país que queremos las mujeres”. Demostrando capacidades para hacerlo realidad, ellas analizaron, criticaron y propusieron visiones de país y de políticas sobre los asuntos que a tod@s interesan.
En Mérida, en el último foro, “México para las Mujeres”, con sus tres apartados sobre Seguridad, Cuidados y Desarrollo Económico, las dos mostraron su compromiso con una nueva forma de hacer política, desde la sociedad, con compromiso ciudadano.
Me alegró sobremanera con la determinación de Beatriz Paredes de concluir hasta su última etapa este proceso democrático, así como reconozco en Xóchitl Gálvez su reciedumbre para no dejarse amilanar por las amenazas y presiones de Palacio Nacional.
Una le dará la mano a la otra cuando se defina a la ganadora, y quien triunfe sabe que necesita de la otra para afrontar el enorme reto que viene.
Confieso que ni en mis mejores sueños vislumbré una final femenina por la coordinación del FAM. Celebro desde ahora su conclusión, porque se da entre dos mujeres independientes y autónomas en sus pensamientos, decisiones y compromisos políticos.
Ellas no buscan espejos para reflejar la imagen del presidente de la república. Parafraseando al clásico: “No nos hagamos bolas”: la enorme diferencia entre Xóchitl y Beatriz, por un lado, y Claudia Sheinbaum por otro, está en que ellas sí podrán romper el círculo del patriarcado que atenaza todavía la vida de las mujeres, mientras que la tercera se limitará a reproducirlo.
*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán