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JUAN CHÁVEZ
Con la violencia de todos los días, la inseguridad y las amenazas de Trump, México parecer agorzomado.
Lo peor de todo, es que tendríamos que afrontar todo sin aquello “del sonoro rugir del cañón” ni el “masiosare” (lo correcto es más si osare) consagrado en nuestro canto patrio.
Hechos violentos y más de 4,600 homicidios marcan inicio de sexenio de Sheinbaum.
En los primeros dos meses del gobierno de la Presidenta (con A) se han registrado 75 homicidios dolosos diarios en el país, así como al menos cinco masacres de fin de semana. Esto es doloroso porque parece nueva modalidad del crimen organizado y las pérdidas económicas que originan son millonarias.
Los comandos armados atacan y matan a civiles en bares, restaurantes, fiestas familiares y en las calles. Y lo peor, en Sinaloa, Guanajuato, Zacatecas, Chiapas, Michoacán, Guerrero, muchos negocios han preferido y cerrar, aunque la mayoría se ha inclinado por cerrar temprano los antros.
Es incuestionable que la violencia marca el inicio del Gobierno con un promedio de: 75 personas asesinadas al día
La violencia sigue presente en el país a pesar del reforzamiento de la seguridad en estados y municipios prioritarios, y del lanzamiento de una nueva estrategia encabezada por el considerado súper secretario de Seguridad, Omar García Harfuch.
La violencia ha marcado el arranque del gobierno de Claudia Sheinbaum. Las pugnas y los reacomodos de agrupaciones del crimen organizado han dejado 4,605 homicidios dolosos y al menos cinco masacres en los primeros dos meses del nuevo sexenio.
Los epicentros de violencia siguen siendo Guanajuato, Sinaloa y Estado de México, aunque otras entidades han tenido un marcado incremento de asesinatos como Tabasco.
Uno de los 100 compromisos de la primera mujer al frente de la Presidencia es combatir la inseguridad y, para lograrlo, propuso una estrategia de cuatro ejes: atención a las causas, consolidación de la Guardia Nacional, fortalecimiento de la inteligencia e investigación, y coordinación con las entidades federativas.
“Vamos a dar resultados y esto tiene que ver con esta coordinación y esta estrategia. No es de un día para otro, pero se van a notar los resultados”, prometió Sheinbaum el pasado 12 de noviembre en su conferencia matutina.
Pero las cifras evidencian una alta incidencia de homicidios. Durante octubre y noviembre la violencia marcó al país de norte a sur: Sinaloa, Guanajuato, Querétaro, Tabasco, Edomex, Guerrero, Morelos y Veracruz tuvieron varias postales de violencia.
Donald Trump regresa desinhibido, con menos constricciones y más poder.
Para él, ganar el voto popular, el Colegio Electoral y con apoyos crecientes entre todos los grupos demográficos no representa solo una victoria electoral; constituye un mandato radical. Y lo empujará sin contenciones, sin respeto a la legalidad, sin las restricciones a que se enfrentó en su primera Presidencia, cuando republicanos moderados lograron maniatarlo.
Ahora tendrá un gabinete repleto de aduladores y agachados, leales y lambiscones. Con ellos regresa a hacer realidad una agenda xenófoba, antiinmigrante, aislacionista y anti-México.
Nuestro país está en la mira y el gobierno de Sheinbaum no debe minimizar el riesgo, o creer que con datos y argumentos contendrá al bravucón neoyorquino.
Sería ingenuo creer que el gobierno actual puede resucitar el pacto que López Obrador estableció con Trump y con Biden. Aquel acuerdo, basado en militarización fronteriza a cambio de no intervención estadounidense, está muerto.
Ya no será suficiente que México persiga migrantes o frene caravanas, porque la relación bilateral se ha complicado. México fue un tema central de la campaña presidencial de Trump, y será un tema medular en su segunda Presidencia.
Ahora las drogas, la delincuencia y las dentelladas que México le ha dado al T-MEC son los temas que el trumpismo se dedicará a exponenciar. Presionará para obtener concesiones; intimidará para doblegar y debilitar y declararse vencedor del mano a mano con México.
El T-MEC bien vale una misa, y es momento de que el gobierno haga más que ponerse a rezar
