JUAN CHÁVEZ
El mejor aliado de México contra Donald Trump es el tiempo. Responder de inmediato a las acusaciones que lanza contra México, parecería darle la razón.
Comienza a advertirse un patrón de comportamiento del magnate neoyorquino que ya había aflorado durante su primer gobierno (2017-2021). Amenaza y acusa de manera muy agresiva, en ocasiones en versión grosera y absurda, e incluso firma dictámenes a diestra y siniestra, pero antes de que aterricen o tengan un efecto real, los suaviza o de plano los elimina.
La presidenta Sheinbaum ya había señalado que no tenía sentido prestarse a discusiones con respecto a las declaraciones del presidente yanqui y mejor atenerse a los documentos firmados. No tiene caso entrar a dimes y diretes o desgastarse en la retórica, y mucho menos meterse a torneos verbales que tanto disfruta Trump.
Pero ahora habría que añadir que ni siquiera vale la pena hacerlo de forma inmediata con los dictámenes que firma; muchos de ellos son neutralizados o diferidos por las propias leyes estadounidenses o modificados por el presidente bajo la presión de aliados y opinión pública.
Trump tiene demasiados frentes abiertos y la extraña habilidad para generar otros cada semana. La mejor estrategia parecería ser aquella que limite al máximo la exposición y minimice la probabilidad de que México forme parte del escándalo de la semana.
El mejor aliado de nuestro país es el tiempo. A Trump le quedan 40 meses en la Casa Blanca, tres años y medio. Cada mes que transcurre sin mayor agravio es un mes salvado. Tras su retiro, Sheinbaum tendrá año y medio para reparar y ajustar los perjuicios, llegado el caso.
Hay que dejar que siga pateando el bote; es lo que mejor disfruta.
Al no comprometerse con actitudes reactivas ante los ataques o posturas provocadoras de Trump, Sheinbaum puede redirigir la atención de la Casa Blanca hacia agendas más constructivas, como la cooperación en materia de migración, desarrollo económico y sostenibilidad.
Llegará el momento en que un encuentro oficial sea inevitable. A menos que exista una crisis inmediata que resolver –la guerra no lo fue–.
Lo más conveniente es retrasar la reunión lo más posible y tras un intenso cabildeo en los círculos que rodean a Trump. O, para ponerlo en términos coloquiales, la estrategia idónea parecería ser, simplemente, dejar que siga pateando el bote hacia adelante.
Ya entró y salió de la guerra Israel-Irán que bautizó como ‘La guerra de 12 días’, busca entrevistarse con Putin para poner fin a la guerra Rusia-Ucrania y trata de suavizar sus relaciones con China.
Asistió recién a la reunión de la OTAN, de la que es líder y les impuso, a las veintitantas naciones que integran la organización, una cuota del cinco por ciento de su PIB, para la defensa militar. España protestó y el la amenazo con imponerle el diez por ciento a su PIB.
Está claro que es el policía del mundo, pero también aspira a convertirse en jefe-comandante de los ejércitos de los países aliados. Quiere ser más grande que Alejandro Magno y Napoleón juntos.