JUAN CHÁVEZ. No lo digo yo. Lo sostiene el columnista Leonardo Kourchenko. Él se refiere a López Obrador y al canciller Marcelo Ebrard. Ambos, en “lo oscurito”, acordaron con Donald Trump, en su presidencia, que “México fuera el país amigo que retuviera en sus fronteras a los miles de migrantes centroamericanos, en tanto el gobierno norteamericano dilucidaba a quienes conceder asilo”.
Yo lo he llamado “destructor de la Patria”.
Y Lilly Téllez acaba de nominarlo como un presidente que construye obras “sin sentido”.
Dice Kourchenko que Marcelo Ebrard y López Obrador se doblaron literalmente frente a Donald Trump en el tema migratorio, aunque en casa cantaron desvergonzadamente la defensa de la soberanía.
El libro recientemente publicado por el exsecretario de Estado de Estados Unidos Mike Pompeo, exhibe sin sombras o tersuras diplomáticas, el acuerdo secreto construido con el gobierno de México.
La intención de Trump era detener la inmigración ilegal a Estados Unidos y para lograrlo, ejercería toda la presión necesaria para doblegar al gobierno mexicano.
Amenazaron con el muro –que parcialmente se construyó– y luego, más grave y delicado, la imposición de aranceles a productos mexicanos como una medida de “castigo” por las crecientes olas migratorias que pasaban por México y se internaban a Estados Unidos.
Más aún, había evidencias claras de que el nuevo gobierno encabezado por López Obrador, azuzaba a los centroamericanos para cruzar México rumbo a la Unión Americana.
Existen declaraciones y datos precisos de la entonces secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, quien formuló invitaciones abiertas “a nuestros hermanos centroamericanos”, trato justo y humanitario, comida, agua, transporte y refugio para varias caravanas que fueron ofrecidos y proporcionados desde México.
Un auténtico despropósito producto de la ignorancia, la inexperiencia y la torpeza diplomática, acusa Kourchenko.
Trump apretó las tuercas y tensó la relación: o los detienen y se los quedan mientras Estados Unidos resuelve permisos, visas, asilo y demás aplicaciones migratorias, o cobraremos aranceles a productos mexicanos.
La amenaza estaba echada, la presión ejercida y el chantaje evidente.
Mike Pompeo narra en su libro el pasaje en que se lo comunicó al canciller mexicano, el azoro de éste y la petición expresa de no hacer público el acuerdo.
¿En qué consistía? En aceptar –sin condiciones a cambio– la permanencia de miles de migrantes en suelo mexicano en espera de su trámite migratorio.
En los hechos, un Tercer Estado Seguro, esa tipificación migratoria estadounidense, que define a otro país –no necesariamente el expulsor de la corriente migratoria, ni tampoco al receptor, es decir, Estados Unidos– para que resguarde, asile y ofrezca cobijo a los migrantes, mientras la burocracia americana decide sobre cada ser humano que pretende cruzar su frontera y permanecer en suelo estadounidense.
Marcelo Ebrard regresó a México feliz y encantado asegurando que se había evitado una crisis, no habían aceptado los aranceles y que tampoco teníamos la condición de Tercer Estado Seguro.
Mentira escandalosa. Ahora sabemos por Pompeo, que México aceptó resguardar a los migrantes, pero con la petición de no hacerlo público.
Es decir, ocultarlo a la ciudadanía mexicana, al Senado y a la propia embajadora en Washington.
En estos días de agrestes intercambios entre la embajadora eminente Martha Bárcena y el canciller Marcelo Ebrard, ha quedado más que evidente la gigantesca mentira que el gobierno de López Obrador construyó y autorizó en la persona de su secretario de exteriores, para engañar a los mexicanos.
Sí, hubo acuerdo, fue en lo oscurito y a espaldas de Martha Bárcena, quien, el propio Pompeo señala, se negaba al tema. Después fue marginada de la negociación.
Marcelo Ebrard y el presidente López Obrador se doblaron literalmente frente ante Donald Trump, aunque en casa cantaron desvergonzadamente la defensa de la soberanía.
Sostuvieron un acuerdo –vigente aún– con un gobierno extranjero a espaldas de los mexicanos y sin el conocimiento ni aprobación del Senado de la República, violando de paso, una disposición constitucional.
¿No se llama a eso traición? ¿No se encuentra incluso tipificada en la propia Constitución?
Ebrard llamó a Martha Bárcena “traidora”, “rencorosa” para usar el lenguaje del presidente. Pero más aún, reconoció que le informó, acordó y –se deduce– obtuvo la autorización del presidente para aceptar las condiciones.
Al canciller y al presidente los cubre el enorme oprobio y la desvergüenza de haber mentido, engañado, timado y escondido a los ojos de la nación, un acuerdo con Estados Unidos para “resolver” el tema migratorio y servir a los intereses domésticos de Trump y de los republicanos.
En llano mexicano, se pusieron de tapete, se bajaron los chones para que Pompeo y Trump presumieran de la fuerza que ejercieron frente a nuestras autoridades.
Este presidente que se autodefine como el más patriota y nacionalista en los últimos 100 años –desde Madero, y de paso atropella a Cárdenas por la ambición del altar de la historia– resultó ser un vendepatrias. Un sumiso, agachado, servidor del imperio.
Tal vez por ello, y para rehabilitarse frente a sí mismo y frente a la historia, observamos ahora tantos desplantes frente a Biden y a Washington.
Ahí tiene usted los desencuentros en materia energética, ahora el nuevo y nuclear choque en materia del maíz transgénico –que desembocará sin duda en un panel de controversia comercial– y la absurda, nostálgica e inútil cercanía y condecoración a Cuba en días recientes.
No hay una política exterior mexicana que fortalezca y beneficie a México en el mundo. Estamos gobernados por mentirosos y traidores.