JUAN CHÁVEZ. Las fiestas patrias son odas nacionalistas. Nos hacen gritar el emocionado ¡Viva México”! al arengar a los héroes que nos dieron patria y libertad.
Los mexicanos bien nacidos llevamos a México adentro. Es nuestra Patria y la amamos y quisiéramos para ella, progreso y bienestar, paz y tranquilidad.
Pero no es así, infortunadamente…
Alguna vez el panista Carlos Castillo Peraza acuñó una frase que se repetiría hasta nuestros días: “Todos llevamos un priista por dentro”. Se refería a esa forma tan peculiar que ha tenido ese partido político para sostener su institucionalidad, para hacer acuerdos con ingredientes que solo la política nacional puede lograr, una herencia del partido tricolor.
Los pocos estados gobernados por priistas, desde el 2018, han sido condescendientes y útiles para el presidente López Obrador. Gobernadores como Quirino Ordaz, de Sinaloa; Claudia Pavlovich, de Sonora; Omar Fayad, de Hidalgo; Alejandro Murat, de Oaxaca o Alfredo del Mazo, en el estado de México, entre otros, coinciden en una misma frase, son “aliados del presidente”.
Para negociar con un priista es necesario haber sido priista. López Obrador lo fue y su secretario de Gobernación también. Desde Palacio Nacional se ha emprendido un plan que ha sido sumamente efectivo para desplomar al partido donde nacieron políticamente.
Morena ha recibido como nunca antes a priistas en sus filas. Fácilmente se han cambiado de bando al oficialismo con puestos públicos de renombre; algunos otros, incluso, siendo nombrados cónsules o embajadores en países de gran estatura y fuertes lazos comerciales. Un ejemplo reciente es el próximo e inminente nombramiento del exgobernador Carlos Joaquín González como embajador de México en Canadá.
Este ánimo separatista vio concretado el triunfo en la llamada “militarización” del país. Cuando los diputados priistas han ofrecido todo su apoyo a la reforma del presidente para unir a la Guardia Nacional y la Sedena, lo que ha provocado un sismo dentro de la alianza “Va por México”, con daños irreversibles y una división franca hacia las importantes elecciones en el 2023 y 2024.
El eslabón débil fue Alejandro “Alito” Moreno, quien haciendo honor a su apellido, decidió unírseles y llevarse consigo al nuevo priismo hacia la llamada cuarta transformación. Una alianza que de dientes hacia fuera podría ser inmoral, pero que solo reúne al PRI nostálgico que representa López Obrador y al PRI pragmático y cadavérico que representa “Alito”, acordando formalmente el llamado “PRIMOR” (PRI y Morena).
Alito no lleva el priismo adentro. No lo siente. Lo ha traicionado. Y esa traición, porque no mira al futuro con la alianza Va por México, es una traición a la Patria.