JUAN CHÁVEZ
Una larga pila de zapatos rotos, traídos desde campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, son más que objetos: son el recuerdo de los últimos pasos que dieron sus dueños; la prueba tangible del horror sufrido; son un recordatorio crudo de la vulnerabilidad humana ante la barbarie.
Los zapatos simbolizan la pérdida absoluta y el constante recordatorio de que cualquiera de nosotros, en cualquier momento, podría ser despojado y perderlo todo.
He visitado dos veces Jerusalén en giras presidenciales y me conmueve, me sacude el alma, estar, en el Museo Yaf Vashem frente a los imponentes testimonios de las víctimas del Holocausto, en que casi seis millones de víctimas se registraron, como se documentó durante la Conferencia de Wannsee en 1942, donde Adolf Eichmann y altos mandos nazis planearon lo que denominaron fríamente como la “solución final”: el exterminio sistemático de judíos en Europa.
En el hallazgo del campo de exterminio en Teuchitlán, que sacudió a todo el país y desató una ola de indignación, cayeron en mi mente aquellas gráficas de Holocausto que Jerusalén exhibe permanentemente como indignación mundial.
En respuesta, miles de ciudadanos, colectivos de búsqueda y organizaciones de derechos humanos se movilizaron en diversas ciudades de México, exigiendo justicia y un alto a la crisis de desapariciones que azota al país.
La pila de zapatos, igual que la del Holocausto, son la prueba de los últimos pasos que dieron sus dueños, la prueba tangible del horror sufrido; son un recordatorio crudo de la vulnerabilidad humana ante la barbarie.
Los zapatos simbolizan la pérdida absoluta y el constante recordatorio de que cualquiera de nosotros, en cualquier momento, podría ser despojado y perderlo todo.
Desde hace años en México comenzamos a verse escenas macabras: cabezas humanas exhibidas públicamente en Michoacán durante fiestas populares, cuerpos desmembrados abandonados en calles y puentes o ejecuciones difundidas en redes sociales con una frialdad espantosa. Esta brutalidad ha erosionado poco a poco nuestra capacidad de horrorizarnos. Y es que, poco a poco, pareciera que nos hemos habituado a convivir con la muerte.
Hubo luto nacional por Teuchitlán: Colectivos marcharon en el Zócalo y en todo el país para exigir justicia. El coraje, la impotencia de la sociedad ante tan espantosa realidad, se estrelló contra Palacio Nacional.
En el Zócalo de la Ciudad de México se congregaron colectivos, quienes encendieron 400 velas y colocaron 400 pares de calzado, en homenaje a las víctimas de Teuchitlán, Jalisco. Una vigilia nocturna, la denominaron.
El hallazgo en Teuchitlán, Jalisco, de un crematorio clandestino y un campo de entrenamiento del CJNG, desató el coraje de los colectivos en varias ciudades del país, que se manifestaron para pedir justicia e invitar a la reflexión.
De 2018 a marzo de 2025 se han descubierto 8 mil 263 fosas clandestinas.
“México no es un país, es una fosa”, se leía en una de las pancartas en la Ciudad de México, donde se llevaron a cabo emotivos actos de protesta. En el Zócalo, los asistentes realizaron un conteo del 1 al 400 en memoria de los zapatos encontrados en el rancho Izaguirre de la comunidad de Teuchitlán.
En un acto simbólico, con velas encendidas trazaron un mapa del sitio que fue calificado como un campo de exterminio.
¿Qué dice la autoridad? Lo de siempre: “Se investigará. Ya se abrió la carpeta de investigación”.
Resulta, que del siniestro y macabro campo de exterminio ni la autoridad municipal ni la de Jalisco se dieran por enteradas, según el fiscal de la República Alejandro Hertz Manero.
Como escribió una periodista de Jalisco, La patria se rompió en Teuchitlán
La Presidenta de México no le habló a esa patria rota donde los cuerpos, la integridad y la dignidad de las mujeres demandan justicia; y tampoco le habló a esa patria rota que busca a miles de personas desaparecidas en el país.