EL OTRO DATO/ ¿Somos un Estado débil?

JUAN CHÁVEZ

Nunca seremos como Dinamarca, no obstante que la medición económica del mundo coloca a México muy por arriba del país escandinavo.

Menos en materia de salud, como lo ha predicado una y otra vez el cacique de la 4T, materia en la que más tropezó su gobierno que concluye dentro de 30 días, para bendición de México.

Dinamarca se caracteriza por ser una economía pequeña con alto PIB per cápita y un crecimiento sostenido en el tiempo. Tiene un alto nivel educativo y de calidad ambiental, incluso superior al promedio de los países de la OCDE (México entre ellos).

Dinamarca es una monarquía parlamentaria europea cuya población no alcanza los siete millones de personas. De acuerdo con los informes del Banco Mundial en este año 2024, ocupa el lugar 37 entre las principales economías del mundo; México está en el sitio número 12. Siguiendo estos mismos informes, Dinamarca está en el número 14 entre los países más endeudados; México ocupa el sitio número 15.

No sé en qué va a parar la votación final de la reforma judicial en el Senado este miércoles 11 de septiembre. No niego que el desenlace transcurrirá con un argumento digno de final de temporada: entre 128 votos posibles, todo se decidirá por uno solo de ellos, considerando que el partido en el poder tiene 85 de los 86 necesarios para su aprobación.

Más allá de la intensa semana que nos espera, convendría poner las cosas en perspectiva, porque en su afán de ganar la contienda por la opinión pública, los protagonistas no ahorrarán argumentos catastrofistas en uno u otro sentido.

No, no está en juego el futuro del país, ni su aprobación generará la recesión que ya dictaminaron los críticos en contra de la 4T. Pero tampoco es que esta reforma vaya a limpiar de corrupción a los tribunales o generar el Estado de derecho que hoy no existe.

Primero, porque es equivocada la tesis de la derecha de que un Estado fuerte, como el que pretende López Obrador, es contrario al interés de los mercados. Los países con mayor crecimiento en las últimas décadas, China y el sudeste asiático, demuestran justamente lo contrario. Hoy mismo existe un consenso de que las economías con mejores perspectivas en el próximo lustro son Vietnam, Indonesia, Filipinas e India.

Todas ellas con gobierno u organizaciones políticas de mano firme, por así decirlo.

México parece estar en la cola en esa lista de prosperidad de las economías emergentes.

El tema para efectos del crecimiento económico no es el peso del Estado en una sociedad, sino las condiciones para hacer negocios. Hace cien años las potencias favorecían la existencia de repúblicas bananeras, porque las necesidades de explotación y extracción de los recursos no requerían de mayor infraestructura. Hoy no es así. Un Estado débil es contraproducente para los mercados por la exigencia de energía, comunicaciones, agua, mano de obra calificada, conectividad, etc., lo cual requiere una administración pública que las garantice. Se requiere, además, de políticas económicas que den certeza a la moneda, combatan la inflación, procuren la estabilidad política y social y ofrezcan certidumbre en las reglas del juego. Todo eso es lo que ha ofrecido el sudeste asiático.

En otras palabras, a los flujos de inversión y al comercio mundial les importa menos el sistema político de un lugar y más la capacidad del gobierno local para dar certidumbre a todas esas variables. Y, por lo general, eso no lo consigue un gobierno débil ni una sociedad sujeta a los caprichos y privilegios de una élite local rentista y/o especulativa en control de las decisiones de los tribunales.

Por otro lado, la reforma judicial que propone el gobierno ofrece más dudas que certidumbres.

Quitarle poder al Judicial para dárselo a otros actores en sí mismo no es garantía de nada. Pero tampoco es el fin del mundo. Dependerá de las leyes secundarias y la manera en que se aterrice a una realidad más compleja que las consignas y lemas de campaña que hoy dominan.

El reto para Claudia Sheinbaum y su equipo será, una vez que pase la polvareda, ofrecer garantías de que este empoderamiento se traducirá en mejores condiciones para operar la realidad. Un Estado con mayor fortaleza puede derivar en un Estado autoritario o en una administración pública más eficiente para provocar los cambios que la prosperidad exige. La oposición insiste en que será lo primero, la 4T tendrá que demostrar que se trata de lo segundo.

Hay riesgo, sí. Pero me queda claro que la inseguridad pública, los tribunales corruptos e ineficientes y las reglas del juego tan desiguales en favor de los de arriba no iban a ser cambiadas por un Estado débil. Por más que lo hubieran maquillado con supuestas instituciones democráticas, en buena medida dedicadas a legitimar las inequidades del sistema. A López Obrador se le puede cuestionar el modo de hacer las cosas, pero visto desde esta otra perspectiva, lo que está intentando es ponerle a Sheinbaum más botones en el tablero de mandos. De ella dependerá que eso se traduzca en una navegación más eficiente.

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