JUAN CHÁVEZ
“Atravesémonos hijo, porque ahí vienen dos soldados mariguanos”.
La voz, de mi mamá, era previsora. Yo iba, pequeño aún, colgado de su brazo.
Luego, recién casado, en los años 50 del siglo pasado, supe que en el cuartel algunos militares fumaban la maldita yerba sin que sus superiores los castigaran… porque ellos, algunos, también le entraban al “falso deleite”.
La madre de mi suegra, exquisita conversadora, me lo platicó, en las amenas tardeadas que convivíamos, tomando té.
La señora estaba casada con un capitán y vivía en el cuartel que por aquellos años se ubicaba en la parte posterior del jardín de Santiago Tlatelolco, en el barrio de Peralvillo.
Decía que los soldados le pagaban 10 pesos a su capitán porque les permitiera consumir sus “carrizos”.
10 pesos en aquellos tiempos, era un chorro de dinero.
Diego Petersen acaba de publicar un artículo bajo el título El rostro de la corrupción en el Ejército.
Escribió él que en el más reciente reportaje de Latinus sobre los negocios de los hijos del presidente y su amigo, Amílcar Olán, así como sus primos, Pedro y Osterlen Salazar Beltrán, salió a relucir el nombre del general de división Ricardo Gustavo Vallejo, encargado de las obras insignia del mandatario, como vínculo para compras a sobreprecio.
Las grabaciones no dejan mucho lugar a dudas, pero son eso, grabaciones ilegalmente obtenidas que nos permiten enterarnos de la red de corrupción, y nada más. Para que algo suceda es necesario que se abra una investigación, lo que no sucederá en este sexenio, pues tenemos un secretario de la Función Pública (Roberto Salcedo) borrado; un auditor Superior de la Federación (David Colmenares) doblado, y un fiscal General de la República (Alejandro Gertz) supuestamente autónomo, acomodado y más preocupado por quedar bien con el presidente que con su encargo.
En el Ejército siempre ha habido corrupción. Poca, más o menos, o la misma que en la vida pública, no lo sabemos, porque lo que existe con las Fuerzas Armadas es una especie de pacto de impunidad no escrito donde ellos reciben un presupuesto anual que nadie cuestiona y del que nadie pide.
Cuando Calderón mete a la milicia a la guerra al narco aparecen los primeros escándalos de compras a sobreprecio; sin embargo, el pacto esencial de no meterse con los dineros del Ejército y la Marina continuó. El pretexto de la seguridad nacional les vino perfecto para no rendir cuentas.
La única forma de regresar al Ejército a los cuarteles será pidiéndoles cuentas sobre el presupuesto ejercido, un paquete para la presidenta que en automático, al cruzarse la banda presidencial en el pecho, se convierte en comandanta suprema de las fuerzas armadas.
En los reportajes sobre la red de proveeduría de balasto para el Tren Maya, el objetivo de la investigación es la corrupción en el primer círculo del Peje, el daño al Ejército es colateral. Sin embargo, así como existe la cadena de mando también hay una cadena de corrupción.
A diferencia de los mandos civiles, en el Ejército el superior es responsable sea por permitir, sea por no enterarse.
En el caso del Tren Maya y el círculo cercano a los hijos del domador de Palacio, según nos enteramos por las grabaciones, los negocios se pactan arriba, con el general Vallejo y se operan abajo, con el teniente coronel Martínez Beltrán, encargado de uno de los frentes del tramo cinco, y con el mayor Edmundo Mayorga, encargado de proveeduría.
Al presidente no parece hacerle mella alguna que aparezcan sus hijos, un amigo de sus hijos, sus sobrinos y los militares coludidos en una red de corrupción. Su “halo de honestidad” alcanza todavía para cubrir y proteger a la familia y a sus aliados del Ejército.
Lo que hay que tomar en cuenta es que el sexenio se acaba el último día de septiembre y la nueva presidenta llegará con una enorme necesidad de legitimar no su elección, pero sí su poder. Explicar el mecanismo de colusión y ponerle rostro a la corrupción del Ejército que es un balón votando en el área que, gane quien gane, difícilmente dejara pasar sin disparar a gol.
Mi madre tenía razón. En el Ejército muchos miembros son drogadictos y le entran al ilegal comercio. Por tal razón, muchos soldados de tropa y oficiales, están coludidos con los cárteles del crimen organizado.
En los cuarteles, en aquellos tiempos, se compraba y se vendía mariguana. Ahora que andan en las calles se contactan con los narcos menudistas o mayoristas. Y no hay nada ni nadie que los frene. La guerra la tiene ganada el narco crimen, se quiera o no aceptar.