JUAN CHÁVEZ
En la fiesta de las “corcholatas” no se ha reparado que el aspirante ganador, que se convertirá en candidato presidencial de Morena y virtual sucesor de López Obrador, tendrá sobre su testa la espada de Damocles: la revocación de mandato.
El término “corcholata”, que según López Obrador “inventó” Leandro Rovirosa Wade, secretario de Recursos Hidráulicos de Echeverría, es algo en el que está en juego la sucesión presidencial de 2024.
El “corcholatismo” va en aumento: Yeidckol Polevnsky es la nueva “corcholata”, para sumar siete en esa competencia por ganar la encuesta que la designe defensora de la cuatroté y participe luego en las cinco encuestas que determinarán quién es el candidato o candidata de Morena.
Fui entrañable amigo de Rovirosa. Nunca me reveló haberse referido como corcholata a la segura candidatura de José López Portillo a la Presidencia de 1976, por el PRI.
Me confió algunas intimidades de LEA y como cada secretario de Estado disponía anualmente de 90 millones de pesos, sin necesidad de comprobarlos.
De Echeverría se expresaba como lo tenía calificado: un tirano que se quería comer el poder y que estaba convencido de resolver los problemas nacionales en sus larguísimas reuniones de trabajo
aquí y acullá.
Luego renunció a Recursos Hidráulicos para convertirse en gobernador de Tabasco, a donde acudía cada vez que me requería.
Lo que hizo López Obrador, tratando de amarrar las manos a quien obtenga la candidatura de Morena a la presidencia, es lo que forzó Plutarco Elías Calles en el llamado maximato.
La sucesión presidencial en curso tiene una reverberación con dos sucesiones del siglo pasado. Una es la de Lázaro Cárdenas, que optó por Manuel Ávila Camacho, y la otra es la de Miguel de la Madrid, que se inclinó por Carlos Salinas. La primera ha sido utilizada por el presidente López Obrador para asegurar que él no seguiría el ejemplo de Cárdenas de haber escogido a un sucesor moderado en lugar de optar por Francisco Múgica, uno de los ideólogos de la Constitución de 1917, que pudo haber consolidado el proyecto de nación que trazó.
La segunda no ha sido motivo de atención de López Obrador, pero refleja lo que tanto crítica de Cárdenas y su deseo explícito: heredar el poder a quien esté más comprometido ideológicamente con el proyecto de la cuatroté.
El análisis de esas dos sucesiones presidenciales muestra las fortalezas y debilidades de la variable ideológica. López Obrador no desea a la corcholata moderada, que se proyecta en Marcelo Ebrard, quien propone continuidad con cambio, sino a la radical del grupo, Claudia Sheinbaum, que ofrece continuidad al proyecto. El primero sugiere matices y ajustes; la segunda, una línea a la cual no le cambiará ni una coma.
La dependencia absoluta de Sheinbaum de López Obrador la hace una figura confiable para los objetivos del presidente, mientras que la autonomía que ha mostrado Ebrard a lo largo de su relación con él, ha hecho que su familia y su núcleo duro lo vean como un traidor que hará lo mismo si llega a Palacio Nacional.
López Obrador, sin embargo, es un pragmático. Lo ha demostrado con el método que diseñó para la contienda por la candidatura presidencial de Morena, donde incluyó un punto fundamental, que quien aspirara a ella, tenía que renunciar. Eso es lo que Ebrard pedía desde diciembre, y a lo que Sheinbaum se negaba, molestándose incluso de que fuera un punto de los resolutivos del Consejo Nacional de Morena este domingo, que la obliga a retirarse del cargo este viernes. Dejarla sin su cobijo durante casi dos meses y medio, en igualdad de condiciones, por lo menos en la formalidad hasta ahora, la hace una ficha vulnerable y desechable. ¿Cambió López Obrador de opinión sobre su delfín?
La velocidad como han cambiado las cosas en el proceso de sucesión desde que se recuperó del covid-19 y de la afección cardiaca que le provocó en la última semana de abril, no permite ver con certeza cómo está pensando su relevo. Primero adelantó el proceso para tener, casi dos meses antes de lo esperado, a quien lo sucederá. Después pareció ceder ante las exigencias de Ebrard, aunque diseñó un proceso bien blindado: no habrá debates, ni confrontaciones, campañas de contraste o descalificaciones, porque no quiere división en Morena ni que tampoco queden exhibidos o exhibida quienes menos recursos dialécticos y políticos tengan para la discusión directa. En este cordón sanitario electoral, la más beneficiada es Sheinbaum.
Pero Lázaro Cárdenas rompió con el maximato cuando una madrugada el Ejército sacó a Calles en piyama de su casa y lo mandó al exilio en Estados Unidos. Calles no tenía, sin embargo, el arma transexenal que fabricó López Obrador: la revocación de mandato, la espada de Damocles sobre la corcholata triunfadora, para mantenerla bajo su sumisión.
Y también inferimos que, la faramalla de las encuestas es el envoltorio del dedazo de López Obrador.