EL OTRO DATO/ Noviembre: la evidencia de gobierno que no gobierna

JUAN CHÁVEZ

El último mes deja algo evidente: el gobierno no gobierna. No porque enfrente problemas —todos los gobiernos los enfrentan— sino porque ya no intenta resolverlos. Lo único que conserva, y cuida con precisión quirúrgica, es su capacidad de hablar. “Yo soy más fuerte”, dice la presidenta. Y esa frase, lejos de ser un gesto de seguridad, es el síntoma más claro del colapso del buen gobierno en México.

Nació noviembre con el asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo y le siguieron eventos que no le agradaron a Morena y a su presidenta Sheinbaum.

Me interesa plantear una pregunta que la oposición todavía no termina de formular: ¿estamos ante una crisis de gobierno o ante la demolición del propio concepto de gobernar? Si uno revisa los hechos —solo los del último mes— la respuesta se vuelve incómoda para todos. No es crisis. Es algo distinto, más hondo y más riesgoso: es la renuncia deliberada a gobernar.

La reaparición del cacique López Obrador, subraya la posición de Claudia Sheinbaum en Palacio Nacional: Gobierna según los designios que desde Palenque le impone el dictadorcillo de la 4T.

Reapareció en un video, a pretexto de su libro Grandeza que me he permitido cambiarle el título y denominarlo “Bajeza”.

El domingo, en el Zócalo, la presidenta celebrará los 7 años que lleva en el gobierno la transformación que tanto daño le ha causado a México y a los mexicanos.

La muerte de Manzo expone el vacío de autoridad en territorios que el gobierno asegura tener bajo control. La marcha de la Generación Z muestra a un actor nuevo, joven y horizontal, que toma la calle sin pedir permiso. Los transportistas bloquean carreteras; los agricultores exigen respuestas que nunca llegan; las expectativas económicas caen; Trump anuncia que pedirá que el Mundial de futbol no se celebre en México; Cuauhtémoc Cárdenas señala que el gobierno no dialoga; y el escándalo de Miss Universo termina embarrado por las acusaciones de corrupción contra su padre.

El país se mueve por todos lados. El gobierno, no.

a oposición insiste en leer todo esto desde categorías viejas: agua, seguridad, productividad, legalidad, contrapesos, Estado de derecho. Evalúa al gobierno como si quisiera resolver problemas. Como si el objetivo del gobierno en funciones fuera la eficacia. Como si buscara corregir. Esa lectura ya no sirve. El gobierno no está en esa conversación. No lucha por mejorar indicadores. No intenta ordenar conflictos. No se interesa en resultados verificables. Su proyecto es otro: controlar.

Esa es la diferencia entre una crisis y un colapso. En una crisis, el gobierno falla en lo que intenta hacer; en un colapso, deja de intentar. No le preocupa la gestión. Le preocupa la obediencia. No le interesa la legitimidad basada en resultados; le interesa la lealtad basada en fuerza narrativa. Por eso la única estructura que funciona con regularidad quirúrgica es la mañanera: es su centro de operación, su método, su refugio y su arma.

“Yo soy más fuerte” condensa tres movimientos que explican el momento que vivimos. Primero, la desaparición del gobierno como institución. El sujeto del poder ya no es el Estado ni la Presidencia; es la persona. No hay gabinete, no hay órganos, no hay equipos capaces de procesar una agenda pública. Hay una voz. Y esa voz sustituye al gobierno.

Segundo, la renuncia a la eficacia. La presidenta no ofrece soluciones; ofrece fuerza. No presume resultados; presume resistencia. No promete corregir; promete imponerse. La narrativa reemplaza a la gestión. La fuerza simbólica sustituye al rendimiento.

Tercero, la incapacidad de dar rumbo. Un liderazgo que presume fuerza habla como quien gobierna sobre un paisaje de ruinas: no construye; domina. No orienta; se impone. No traza horizonte; reacciona. Y un gobierno que solo reacciona deja de ser conducción; es supervivencia.

Este deterioro se vuelve más claro cuando aparecen ciudadanos en la calle. El gobierno ya no responde políticamente; responde victimizándose. Llama “provocadores” a quienes protestan. Es una inversión peligrosa: el poder —que concentra recursos, información y fuerza pública— se presenta como víctima; la ciudadanía aparece como agresora. Ese giro revela dos fracturas profundas.

La primera: el gobierno ya no controla el conflicto; lo teme. Un gobierno que gobierna procesa el desacuerdo: escucha, negocia o al menos responde. Uno que deja de gobernar empieza a ver agresión en cualquier protesta. Jóvenes, agricultores, transportistas, madres buscadoras, periodistas… todos son “provocadores”. La presidencia ya no administra la tensión social; administra su propio miedo.

La segunda: el poder se repliega y deja de conducir. Un gobierno que se dice más fuerte por la mañana y víctima por la tarde es un gobierno atrapado en su propio relato. No articula al país; se encierra en sí mismo. No usa la política para ordenar el conflicto; usa la narrativa para justificar su parálisis. Ese movimiento es el corazón del colapso: la sustitución del gobierno por un círculo de autojustificación.

Queda entonces la pregunta de fondo: ¿qué se está desmoronando? No el Estado. No el país. No la presidenta. Lo que está colapsando es la arquitectura que durante décadas nos permitió distinguir entre un gobierno competente y uno incapaz. El antiguo pacto decía que gobernar era resolver. El nuevo pacto del poder dice que gobernar es controlar. Si la oposición no entiende esa diferencia, no podrá dar la pelea donde la pelea ocurre.

Este no es un gobierno al que se le cayó la agenda; es un gobierno que abandonó la agenda. No es un gobierno que se equivocó; es un gobierno que cambió de propósito. No es un gobierno que enfrenta demasiados problemas; es un gobierno que dejó de intentar resolverlos.

Cuando la presidenta dice “yo soy más fuerte”, no nos habla de ella. Nos habla del país que imagina: uno donde la fuerza sustituye a la eficacia, donde la narrativa sustituye a los resultados, donde la persona sustituye a las instituciones. Ese es el verdadero problema. Ese es el desafío. Y ese es el punto que la oposición debe terminar por asumir si quiere distinguirse como alternativa frente a la ciudadanía y defender la democracia.

Porque la fuerza puede imponer. Pero jamás podrá gobernar.

www.entresemana.mx

Check Also

EL OTRO DATO/ Sheinbaum está sola; su equipo es fallido

JUAN CHÁVEZ A la presidenta, los problemas, con escándalos, se le están presentando en cascada. …