JUAN CHÁVEZ. (Un paréntesis obligado: Anoche me soñé en Katmandú, listo para acometer la escalada del Everest. No olvido que fui, a mediados del siglo pasado, el promotor del primer grupo mexicano de alpinistas que se organizó para arremeter la aventura que, por falta de financiamiento, fracasó).
La realidad ahora, de conformidad con el título que va seriado.
Históricamente, la separación de Texas de México y su pretensión de declararse país independiente, es el origen de la invasión de Estados Unidos a México, en 1847.
Estados Unidos había ya comprado a Francia Louisiana y a España el territorio identificado como las Floridas, pero aún soñaban con extender sus territorios hasta el Pacífico.
Con la invasión, igual que ahora lo hace Vladimir Putin contra Ucrania, a la que pretende anexarse,
estalla la guerra México-Estados Unidos 1847-1848 en la que el agresor le arrebata a México más de la mitad de su territorio.
O sea: con los yanquis atacando al México que gobernaba Santa Anna, además de las tierras, se llevaron buen tonel de oro. ¡Doble robo!
Pero este Presidente que actualmente tiene México, que exigió a España que pidiera perdón a México por las tropelías de Hernán Cortés en la guerra de la Conquista, es incapaz, ahora, de pronunciarse por la reivindicación de la ilegalidad con que Estados Unidos nos robó más de 2 millones de kilómetros cuadrados de tierra.
López Obrador no se atreve, porque es puro pico, a utilizar el recurso de anulación del Tratado de Guadalupe Hidalgo, dado que entre los tratados que, en los años 30 del siglo 18, México, España y Estados Unidos firmaron existe el que define el extenso territorio mexicano, y de acuerdo con el principio del Derecho que reza puntualmente: “El que es primero en tiempo, es primero en derechos”, cabe la demanda ante el Tribunal Internacional de La Haya. Pero… ¿Don Mañanero se atrevería?
De acuerdo con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, que se firma el 2 de febrero de 1848 y entra en vigor el 30 de mayo del mismo año y que puso fin a la guerra de intervención, México perdió 8 estados y una porción de otros tres, que pasaron al dominio de Yanquilandia.
El documento es oficialmente llamado Tratado de Paz, Amistad, Límites y Arreglo Definitivo entre los Estados Unidos Mexicanos y los Estados Unidos de América.
El tratado estableció que México cedería más de la mitad de su territorio, que comprende la totalidad de lo que hoy son los estados de California, Nevada, Utah, Nuevo México, Texas, Colorado, Arizona y partes de Wyoming, Kansas y Oklahoma. Además, México renunciaría a todo reclamo sobre Texas y la frontera internacional se establecería en el río Bravo.
Como compensación, los Estados Unidos pagarían 15 millones de dólares por daños al territorio mexicano durante la guerra. De inmediato, EU pagó 8 millones de dólares, pero un millón se “perdió” en el camino y Santa Anna lo aprovechó. Fue uno más de sus escandalosos casos de corrupción.
Las conversaciones fueron largas y complicadas. El mayor éxito de los mexicanos fue conservar la Baja California y unirla a través de un puente de tierra a Sonora. A pesar de todo, fue necesario fijar los límites entre ambos países con base en los ríos Gila y Grande, cediendo en total 2 millones 378 mil 539 km²; paralelamente, 100 000 mexicanos pasan a ser extranjeros en su propia tierra.
Entre los aspectos notables del tratado, se encuentran los siguientes: se estableció al río Bravo del Norte o río Grande como la línea divisoria entre Texas y México y se estipuló la protección de los derechos civiles y de propiedad de los mexicanos que permanecieron en el nuevo territorio estadounidense. Asimismo, Estados Unidos aceptó patrullar su lado de la frontera y los dos países aceptaron dirimir disputas futuras bajo arbitraje obligatorio.
Sin embargo, cuando el Senado estadounidense ratificó el tratado, eliminó el Artículo 10, el cual garantizaba la protección de las concesiones de tierras dadas a los mexicanos por los gobiernos de España y de México. También debilitó el Artículo 9, el cual garantizaba los derechos ciudadanos de aquellos mismos.
La política de la inmigración mexicana y el afán expansionista de los Estados Unidos de América fueron también dos de las causas de la Intervención estadounidense en México. Tras la independencia de México, el país estaba profundamente desgastado tras once años de guerra intensiva. La producción de bienes manufacturados se había detenido, el campo se hallaba en estado lamentable, la hacienda pública estaba quebrada y las luchas por el poder no hacían más que sumir a la población en la confusión y el miedo. Paralelamente, Estados Unidos era un país pujante, con una industria creciente, una economía floreciente y una población que crecía a ojos vistas.
Ya desde la época del Virreinato de Nueva España, y aún después de la Independencia, el Gobierno de México tuvo que impulsar la colonización de los vastos territorios del norte, entre ellos las Californias, el Nuevo México y Texas, cuya población total no excedía los 50 mil ciudadanos mexicanos. Para ello, se planteó una política de colonización muy sencilla, en la cual se venderían grandes cantidades de terreno a bajo precio, a crédito y con exención de impuestos y de aduanas por 5 años a todo extranjero que quisiera convertirse en ciudadano mexicano, aprendiera a hablar español, fuera católico y se comprometiera a acatar las leyes mexicanas, con el objetivo de mejorar la economía del país, que pensaban, podría subsanarse con la inversión de capitales.
También se pensó en enviar «familias pobres y honestas» como colonos a Texas. Pero en aquellas circunstancias, tomando en cuenta los datos de Mier y Terán, era ya imposible controlar la provincia.
Texas se gobernaría como república independiente, y México la consideraría como una provincia renegada. La retirada del ejército mexicano no consolidó la existencia de una frontera clara entre Texas y México. Hubo una serie de ataques y contraataques de parte del ejército mexicano, de 1836 a 1843; San Antonio Béjar fue recuperado y perdido por los mexicanos, y los texanos no lograron dominar el territorio más allá del río Nueces.
Antes, cuando el Congreso estadounidense votó por la anexión de Texas a finales de febrero de 1845, el ministro de México en Washington, Juan Nepomuceno Almonte, exigió como medida de protesta sus cartas credenciales. De esta forma, México suspendió sus relaciones diplomáticas con la Unión Estadounidense, advirtiendo que la anexión de Texas sería considerada como un acto de guerra. Pero Gringolandia adelantó la guerra con la invasión de tierras mexicanas tomando primero el puesto de Veracruz a cañonazos limpios.