EL OTRO DATO/ Malas noticias para México de EU

JUAN CHÁVEZ

La sociedad estadounidense nuevamente vive un convulso episodio que dejará afectaciones en la arena social y política, después de que un joven de 20 años intentara asesinar a Donald Trump, tras dispararle desde un tejado.

La bala que disparó Thomas Matthew Crooks, y que hizo contacto en la oreja del candidato republicano y no en su cerebro, como pretendía, sirvió para que de forma instintiva y automática naciera una imagen perfecta, electoralmente hablando, y que, ni al mejor publicista se le hubiera ocurrido una imagen de tal calado: un candidato incorporándose sobre su propio pie, retando al adverso destino, con el puño levantado, mientras arriba de su ser y de quienes lo protegían, ondeaba la bandera estadounidense ante una multitud sorprendida y en ira.

Aunque dentro de la historia de Estados Unidos la lista es larga en cuanto a presidentes o candidatos que intentaron o lograron asesinar, fue en 1981 con el también republicano, Ronald Reagan, cuando se dio el último de estos episodios. Reagan fue tiroteado en Washington DC por John Hinckley, después de un mitin, a quien declararon no culpable por demencia.

Después del ataque a Reagan, pasaron otros 43 años para que nuevamente un soldado de la locura y el radicalismo buscara interferir en la contienda electoral. Su intención era dejar fuera al polémico expresidente, Donald Trump. No obstante, su falta de puntería consiguió totalmente lo contrario, catapultarlo en el escenario electoral rumbo a las presidenciales del próximo 5 de noviembre.

Inmediatamente, todos nos preguntamos cómo iba a impactar este hecho en las preferencias electorales, sobre todo después de ver a su oponente, el demócrata Joe Biden, de capa caída ante las sistemáticas pifias, confusiones y falta de fuerza en su campaña.

Unos creen que este episodio contra Trump quitó la mirada hacia los deslices de Biden, lo que le permitirá replantear estrategias para reconfigurarse y tomar nuevos bríos.

Todo apunta a que sucederá lo contrario, y es que un nuevo huracán marcó la contienda, fortaleciendo la candidatura de Donald Trump.

Después del atentado, los reflectores le seguirán como producto de rating. Pretenderá amalgamar al electorado indeciso a su favor, tirando de la teoría del miedo y de la crisis que se vive en Estados Unidos y el mundo.

Lo que le sucedió será la bandera que buscará reposicionarlo definitivamente hacia un segundo mandato, que equivaldría al segundo piso de la 4T que Claudia Sheinbaum se apresta construir. No obstante, esta paradoja de las circunstancias puede ser revertida si el Partido Demócrata y  Biden entienden que ahora la suerte está con Trump, y que la única manera de detenerlo es enfrentarlo a alguien con la capacidad y fuerza suficientes. Por más que cuiden los discursos, las formas y los momentos de Biden ante los suyos, la imagen de debilidad que arrastra es ya inamovible. Su fragilidad es tan abrumadora que no hay margen de movimiento.

Preocupa que llegue a la presidencia el magnate neoyorquino, porque estamos ante un mundo absorbido por problemas que requieren el multilateralismo y consenso para ser resueltos y no del autoritarismo e imposición.

Trump ha demostrado seguir empeñado en romper los hilos de las leyes, de las relaciones internacionales y de los derechos humanos. Emplea discursos incendiarios e ideologizados, que benefician a sociedades bajo regímenes autoritarios.

Una muestra de ello fue su recién elegido compañero de fórmula para la vicepresidencia, el senador por Ohio, JD Vance.

En su primera etapa Vance dijo de Trump ser un “Hitler estadounidense”, pero poco a poco se fue reconvirtiendo a la ideología trumpiana. En la actualidad, es un recalcitrante conservador que no cree en el cambio climático o dicta discursos de odio sobre los migrantes; rechaza las excepciones a las restricciones del aborto, o bien, cuestiona el apoyo militar a Ucrania.

Donald Trump llegó con una popularidad fortalecida a la Convención Nacional Republicana en Milwaukee donde fue investido oficialmente como candidato presidencial del Partido Republicano.

Fue tal el ánimo triunfalista, que los republicanos dijeron ver ya como un trámite la jornada electoral de noviembre ante un debilitado presidente Joe Biden, que busca la reelección por el partido Demócrata sin contar ya con el apoyo pleno de sus correligionarios, que le piden dejar la candidatura por su vejez.

Observar que dentro del partido del elefante, el principal promotor del discurso polarizador, de las posturas anti inmigrantes y del proteccionismo comercial, como lo es Trump, no tenga contrapeso alguno y que se perfile como el más seguro vencedor de la elección en noviembre y llegue de nuevo a la Casa Blanca, no es una buena noticia ni para la muy trastocada estabilidad del sistema político internacional ni para la futura relación con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum en un eventual segundo mandato, al que el estadounidense llega con una narrativa más radical de lo acostumbrado respecto a temas claves con nuestro país como lo es la migración, el combate al narco y la renovación del tratado de libre comercio (T-MEC).

Trump es el amargo destino inmediato de México. Y con él de nuevo en la Casa Blanca, a México le irá de la patada.

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