JUAN CHÁVEZ
Los Ángeles es la segunda ciudad del mundo con más mexicanos. Viven ahí parientes, desde hace varios años. Los incendios forestales no les han afectado, pero la tragedia conmueve.
Los incendios han sido considerados como el comienzo de la “era del fuego”, una factura que la naturaleza cobra en respuesta a las agresiones que sufre por parte de los humanos y su progresiva civilización.
Una multitud ha tenido que evacuar las zonas afectadas. Cuando vuelvan, cientos de miles no tendrán dónde vivir. Su vida entera está en cenizas.
Los Ángeles vive días devastadores. Los incendios que comenzaron hace una semana han consumido miles y miles de hectáreas, borrado del mapa por lo menos 10 mil estructuras, la gran mayoría hogares. Una multitud ha tenido que evacuar las zonas afectadas.
A diferencia de la furia de un sismo o un huracán, donde a veces algo queda para el rescate, para el recuerdo o el recomienzo, el fuego lo reduce todo a polvo. “Esto ha sido bíblico”, me dijo un colega que ha cubierto cientos de incendios a lo largo de su carrera.
Las zonas afectadas no son solo áreas residenciales privilegiadas. Altadena, la comunidad más afectada por el incendio es 30% hispana. Uno de cada cinco residentes es inmigrante.
Para la enorme comunidad hispana del sur de California, los incendios han sido una tragedia múltiple. Mucha gente ha perdido su casa, pero muchas más perderán el sustento diario.
Los latinos (en su mayoría mexicanos) dependen de las industrias de mantenimiento, cuidado del hogar, la jardinería y una larga lista. Con miles de empleadores sin hogar, negocio o futuro en la zona, trabajadores hispanos perderán su ingreso.
Las remesas dejarán de fluir en muchos millones de dólares. O sea, loa incendios de los Ángeles le pegan a la economía de muchos hogares mexicanos.
¿Por qué ocurrió la tragedia? ¿Cómo explicar que una de las grandes ciudades de Estados Unidos y la gran urbe del Estado de California –quinta economía del planeta– no haya conseguido controlar a tiempo el fuego?
Los angelinos dirigen su ira contra la alcaldesa Karen Bass y el gobernador Gavin Newsom, ambos demócratas. La frustración es natural y, en el caso específico de Bass, una burócrata de medio pelo con una carrera en el legislativo, pero sin experiencia ejecutiva, justificada. En cualquier caso, la carrera política de ambos se ha terminado (Bass podría enfrentar una revocación muy pronto). Lo cierto, sin embargo, es que el infierno de Los Ángeles no comenzó ahora ni es producto solo de malas decisiones coyunturales o mala suerte.
El infierno de Los Ángeles se veía venir… desde los tiempos en que era el ejemplo del llamado “smog”.
Una nieta, mi primera nieta de los nueve que tengo, vive ahí y me ha descrito Los Ángeles como
una ciudad de una peculiar belleza y, en su extensión, muestra de los alcances testarudos e irresponsables de la expansión urbana -y humana.
Buena parte de la ciudad se extiende hasta las faldas de varias cadenas montañosas: Santa Mónica, San Gabriel, San Bernardino.
Desde hace décadas, conforme la severidad de los incendios forestales ha aumentado, las autoridades han dejado claro que vivir en esas zonas se ha vuelto de alto riesgo. La zona residencial de Palisades, que no existe más, era de alto riesgo. Lo mismo Altadena.
“Décadas antes de que conociéramos el cambio climático, sabíamos que este tipo de crecimiento urbano era un gran riesgo”, le dijo al Washington Post Timothy Ingalsbee, director ejecutivo de Bomberos Unidos por la Seguridad, la Ética y la Ecología.
El sur de California también lucha contra el cambio climático. La región no ha logrado salir de una tremenda sequía, que ha durado meses. La sequía no solo limita los recursos hídricos. También transforma esas montañas en millones de hectáreas de combustible.
Los incendios forestales seguirán. Las condiciones de California y la naturaleza, con sus ráfagas de viento. Los propician. Es una lucha imposible de ganar. La naturaleza se impone, con sus siniestras facturas…