JUAN CHÁVEZ
En Cuba hay submarinos y barcos atracados en los puertos de La Habana y de Guantánamo.
Rusia envió a La Habana un submarino y un buque en una operación de “rutina”.
Pero la “rutina” se calentó pronto. Estados Unidos respondió enviando un submarino y un buque portaviones a Guantánamo, su base en la isla cubana.
Como en 1962, cuando imprevistamente Adolfo López Mateos tuvo que salir de Honolulu un día antes para intervenir en la llamada “crisis de los misiles”.
En Honolulu, el 28 de octubre de 1962, López Mateos salió un día antes de lo que tenía agendado. Esa noche el secretario de Relaciones Exteriores Manuel Tello, el mejor canciller que México ha tenido, se presentó intempestivamente en la sala de prensa e hizo una brevísima declaración a los 10 o 12 periodistas que cubrimos la gira presidencial de casi un mes por el Lejano Oriente:
“Mañana, a las 5 de la mañana, regresamos a México”.
Aclaró de inmediato que no nos iba a decir más y que tampoco aceptaría preguntas.
La señal fue precisa y exacta.
López Mateos había sido engañado por Fidel Castro. “Los misiles rusos, le dijo, son defensivos”, pero ya apuntaban hacia el territorio de Estados Unidos, que se aprestó también a direccionar sus misiles de mediano alcance hacia los buques de la entonces Unión Rusa de Repúblicas Socialistas (URRS).
Esa era la urgencia. Llegar a México para impedir que se desatara la Tercera Guerra Mundial.
Hoy, Junio de 2024, también fondeando Cuba, se encuentran buques de guerra de Canadá. Se trata, en el caso de los rusos, los gringos y canadienses, de barcos nucleares.
Y no hay López Mateos, que obligue a los rusos a regresar a sus bases en la hoy Federación Rusa.
Aquella negra noche de 1962, tres periodistas –Mario Huacuja, de Novedades; Homero Bazán, de Ovaciones y un servidor, de El Nacional—decidimos ir al cabaret donde habíamos dejado pendientes nuestras citas con tres hermosas bailarina de hula-hula para el 29 de octubre.
Llegamos, nos echamos buenos whiskies, bailamos e hicimos lo demás. Luego, salimos volados al hotel, recogimos nuestras maletas y volvimos al brevísimo auto rojo convertible que tomo rumbo al aeropuerto comercial. Advertí que íbamos mal y le dije a Huacuja, dile a ella, a la que conducía el elegantísimo convertible, que vamos mal que el avión presidencial mexicano está encallado en la base aérea militar.
La chica rectificó y a toda velocidad llegó a la base militar. Temía que habíamos perdido el vuelo. Pero no. López Mateos, contra el encorajinado Humberto Romero, su secretario privado, había dispuesto retrasar el despegue del avión 15 minutos.
La chica detuvo el descapotado rojo al pie de la escalerilla y fui el primero en ascender…
López Mateos me preguntó:
–¿Siquiera pusieron en alto la bandera…?
–Sí, señor Presidente.
–Qué bueno. Ahora sí, Humberto, ¡vámonos!
Las chicas se encargaron de entregar nuestros equipajes a los soldados que lo metieron a la panza del avión. Y listos. El elegante coche rojo se alejó.
Inexplicablemente, lo ocupamos seis personas, más el equipaje.
No me despedí de Kukana y mentalmente, le menté la madre a los rusos. Nos habían amargado una prolongada estadía en Honolulu.