EL OTRO DATO/ ¿Aún es tiempo de no desmadrar el planeta?

JUAN CHÁVEZ. Casi ya no. En realidad, sigue nulo el esfuerzo de la humanidad por no terminar de darle en la madre al pequeño planeta que habita.

¿Es la razón de la colonización de Marte que Estados Unidos se apresta iniciar en 2030? Probablemente. Y probablemente, porque la historia astronómica parece así registrarlo, constituiría el regreso del hombre al planeta hermano de donde hace millones de años presumiblemente salió.

El vecino planeta de la Tierra registra temperaturas diurnas que se acercan a las temperaturas de invierno en la Tierra y pueden llegar hasta los 32℉ (0℃). Pero la delgada atmósfera de Marte no puede mantener el calor del Sol y, por la noche, las temperaturas se encuentran alrededor de los -200℉ (-129℃).

La temperatura media de un planeta depende de la distancia al  Sol y de su composición atmosférica. Por eso, la razón de que la superficie de Marte sea más fría que la Tierra se debe a su mayor distancia al Sol y a que no sufre el efecto invernadero.

Pero, vale especular que ¿estamos aún a tiempo de revertir la crisis climática?

Quizá no, por las necedades de seguir quemando combustibles fósiles en la producción de energía, el deshielo de los polos y de Groenlandia, la desaparición de los glaciares de las montañas y el aumento en el nivel de los mares.

Las reuniones de los protocolos del cambio climático se han vuelto foros de “discursos fútiles”, donde se acuerdan fechas para la disminución de gases de efecto invernadero, que pocos países cumplen.

En este planeta “pequeño” vivimos ya más de 8,000 millones de habitantes cada día consumiendo una cantidad enorme de recursos y produciendo un volumen inmenso de residuos. No parece osado pensar que algún efecto estaremos ocasionando en la Tierra a una escala global. La ciencia lo confirma, siendo la primera y la más visible manifestación de esa afección humana en el planeta el llamado calentamiento global.

Hoy, ya no es calentamiento global: ¡Es emergencia climática!

A lo largo de la década de los años 80 del siglo XX la temperatura media global del aire en superficie comenzó a aumentar, aunque tal subida podía aún explicarse por el natural comportamiento altamente irregular de las variables climáticas.

Entrados en el último decenio del siglo pasado, el nítido incremento térmico constatado en las series de registros de innumerables estaciones meteorológicas a partir de las observaciones de satélites artificiales y en indicadores naturales comenzó a ser estadísticamente significativo. Podía ya hablarse de un calentamiento global.

Pero el Sexto Informe del IPCC, el órgano mundial que mide los efectos climáticos y que constituye la evaluación más completa sobre la evolución reciente del clima y su proyección futura, ha establecido en 1,1 ℃ el aumento de la temperatura en la segunda década del siglo XXI respecto al período de referencia establecido en la segunda mitad del siglo XIX.

No parece mucho un aumento de la temperatura de un grado y una décima en más de un siglo. Pero tal valor en poco más de cien años es un incremento a nivel global muy importante, que supone un almacenamiento ingente de calor en el sistema Tierra.

El aumento térmico sería hoy de 1,2 ℃, cerca del grado y medio que se considera un umbral que no debería alcanzarse, según se ha recordado repetidas veces y acordado en las reuniones internacionales COP (conferencia de las partes). De lo contrario, se derivarían efectos muy graves o irreversibles para la vida y nuestros bienes.

El aumento de los riesgos meteorológicos es otro rasgo del cambio climático: son ya más frecuentes, intensos y duraderos.

Cuando ambos fenómenos aparecen al mismo tiempo, como en el verano de 2022, con sequía en muchas comunidades junto con las olas de calor en cada uno de los meses estivales, sus efectos en la agricultura, los ecosistemas y, en general, en la economía son más graves que la suma de los producidos por ambos extremos separadamente.

Se ha apreciado, incluso, la aparición o una mayor frecuencia de las noches con una temperatura mínima igual o superior a 25 ℃, para las cuales se ha propuesto la denominación de noches tórridas.

El exceso de calor tiene un impacto negativo en la salud de las personas de edad avanzada o con enfermedades crónicas, aumentando su morbilidad y su mortalidad. Esta circunstancia es particularmente crítica en el caso de las personas que viven en situación de pobreza energética, es decir, que no disponen de un aparato de aire acondicionado o no pueden usarlo por el elevado coste de la energía.

Si retomamos la mirada global, ya no es simple cambio climático, ahora es emergencia climática. Así lo han declarado, o se han adherido a tal declaración, instituciones públicas, universidades y centros de investigación y otros entes y colectivos.

De ahí que haya que actuar con la máxima urgencia para que sea el mínimo posible. Por hacer un símil, el planeta es como un trasatlántico que, al aproximarse al puerto, lleva una velocidad mayor de la debida o un rumbo erróneo. En el último minuto no podremos evitar el choque contra el muelle por la inercia de su movimiento.

El futuro depende de nosotros, de los 8,000 millones de humanos, que serán cerca de 10,000 millones a mediados de siglo. En todo caso, además de la obligada mitigación, es decir, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, se impone también la adaptación a las nuevas condiciones climáticas para disminuir los riesgos que conllevan.

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