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JUAN CHÁVEZ
López Obrador la encumbró hacia la candidatura presidencial de la oposición; López Obrador la descalifica, la quiere liquidar políticamente y si no lo logra, es capaz de transitar indirectamente por el otro camino: la desaparición física.
Xóchitl ya fue agredida en Oaxaca y el mandamás de Palacio se purificó en su mañanera de este martes: pidió respeto para la aspirante presidencial, Xóchitl Gálvez luego de que esta denunciara una agresión por parte de “reventadores” de Morena mientras compraba artesanía en Oaxaca.
“Hay que respetarnos y ser muy partidario de la libertad, demostrar que la intolerancia tiene que ver con la derecha, es como la mentira, es reaccionaria, la verdad es revolucionaria”, comentó.
López Obrador descartó encabezar una persecución política contra Xóchitl Gálvez, como acusó el PAN en una demanda interpuesta ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Xóchitl Gálvez no cuenta con seguridad. Su movilidad es solitaria e insiste en andar en bicicleta, lo que propicia el accidente mortal… al que se está acercando en sus pretensiones políticas.
Un columnista, que López ha atacado, ya se atrevió a escribir “No queremos otro Colosio”.
De ese tamaño es el riesgo que Xóchitl está corriendo, en afanes que todavía no pueden enmarcarse dentro de los tiempos electorales 2024 que formalmente arrancarán en la última semana de noviembre.
Si Xóchitl es vista como una enemiga y una amenaza para López Obrador, también lo es para los cárteles de las drogas, que con la senadora están perdiendo la protección y tolerancia del obradorismo con su eslogan de “abrazos, no balazos”.
Se diría que para ella sí podría haber balazos y no abrazos.
La purificación de López de “no persecución política”, con ser falsa, no detiene las agresiones de fanáticos morenistas ni el linchamiento contra Xóchitl, principalmente del cártel de Sinaloa, consentido del mandatario.
Hay una externalidad en los ataques sistemáticos de López Obrador en contra de Xóchitl Gálvez, la aspirante más sólida a la candidatura presidencial de la oposición. Seguramente ni cuenta se ha dado, dado su interés abierto por descarrilarla, pero debe tener cuidado en cómo lo hace, porque en este momento, aunque con toda seguridad no es lo que pretende, López está creando las condiciones objetivas para que asesinen a su inesperada adversaria.
El presidente puede refutar esta proposición, pero es una realidad que está construyendo todos los días. Gálvez fue convertida en seria aspirante presidencial por el mismo López Obrador, pero ahora necesita descarrilarla antes de que agarre tracción como candidata de la oposición. El problema no es su estrategia para neutralizarla en el proceso de sucesión, sino el método que está utilizando, que se contamina por el contexto de violencia nacional.
La embestida del presidente y su maquinaria de propaganda la ha colocado en un lugar que la reconoce como una amenaza real para la perpetuación de López Obrador en el poder, y un reto para Claudia Sheinbaum, o quien se quede con la candidatura presidencial de Morena.
Han ubicado a Gálvez como una candidata que amenaza el verdadero statu quo, el de los cárteles de las drogas, porque la forma como los ha tratado López Obrador les ha permitido aumentar su control territorial, ampliar su base social y realizar su negocio ilegal sin intromisión de la autoridad, con lo cual aumentan sus ventas domésticas, el trasiego de drogas a Estados Unidos, Europa y Asia, y obtienen los recursos suficientes para armarse y seguir extendiendo el dominio territorial en la nación.
Ante esta realidad objetiva, un cambio de gobierno que implique el final de la llamada cuatroté, también significará un ajuste radical a la política de abrazos y no balazos, lo que sería un peligro explícito para los cárteles de la droga en el país y un eventual freno al mangoneo que les ha permitido el gobierno. Es lógico concluir que si Gálvez es vista como una enemiga y una amenaza para López Obrador, también lo es para los cárteles de las drogas, bajo la racional de tus enemigos son los míos.
