El fallido desafuero a Cuauhtémoc Blanco

DULCE MARÍA SAURI RIANCHO*

SemMéxico, Mérida, Yucatán. Las mexicanas soñamos y luchamos para alcanzar la paridad. La mitad en todos los cargos de representación, en los órganos de dirección de todas las dependencias de gobierno, en las planillas de los ayuntamientos.

Paridad en el mandato constitucional para hacer exigible para las mujeres la mitad de las candidaturas a los gobiernos locales. Paridad en los tres órdenes del Estado mexicano: legislativo, ejecutivo y judicial.

El objetivo común de alcanzar el 50 por ciento borró barreras partidistas y diferencias ideológicas entre mujeres. Empujamos duro, y lo logramos.

En 2018, 241 diputadas de 500; en 2021, paridad perfecta: 50-50. Y en 2024, una mujer en la presidencia de la república, cuando desde 2023 otra mujer encabezaba ya el poder judicial federal. La sobrerrepresentación de Morena y sus aliados políticos no impidió que 251 mujeres sean hoy diputadas federales. Gabinetes paritarios en el gobierno federal y en la mayoría de los estados. Congresos locales con mayoría de mujeres en varias entidades del país.

La alegría de los números dejó atrás las voces que nos susurraban al oído “recuerda que eres mujer”, que no podíamos dejarnos engolosinar y perder el sentido crítico de la razón última para irrumpir en la esfera patriarcal del poder político. Garantizamos la igualdad numérica o formal; minimizamos u olvidamos la Paridad Sustantiva.

Dejamos a un lado que nuestra principal tarea era —y sigue siendo— ejercer una influencia real y efectiva en la toma de decisiones, para eliminar obstáculos sociales, culturales, económicos, que perpetúan la desigualdad. Creímos que era suficiente cambiar las leyes, incluyendo a la Constitución; que bastaba con diseñar mecanismos de prevención y atención a la violencia política en razón de género. Que era suficiente el mandato de aplicar el enfoque de género en las instituciones, en sus políticas y presupuestos, para modificar la situación de millones de mujeres y de niñas sujetas a los códigos machistas que todavía subsisten en la sociedad.

El martes de la semana pasada las mujeres sufrimos un duro golpe de realidad. “Techo sólido de cemento gris”, lo ha llamado Ana María Olabuenaga, que desvanece cualquier ilusión de haber alcanzado la Igualdad en el ejercicio pleno de nuestros derechos.
Se desdibujó la hermosa frase del 1º de octubre: “llegamos todas”, al evidenciarse que las víctimas se suman a las madres buscadoras en las dolorosas ausencias del compromiso presidencial. Pero, como canta Shakira, “las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”.

¿A quién le pasamos la cuenta de la impunidad de Cuauhtémoc Blanco, acusado de intento de violación a su media hermana? ¿A los hombres legisladores que votaron a favor de mantener su fuero? ¿Al temor de Morena por el llamado “efecto dominó” que, si cae uno, luego caen todos? ¿A las mujeres de Morena, del PRI, del Verde que, sin ponderar las consecuencias, se dejaron llevar por la consigna de sus verdaderos dueños?

La lección amarga es que no basta la paridad, que ni siquiera la paridad sustantiva es suficiente. Luchamos por la cantidad, ahora nos falta calidad. Demandamos un nuevo concepto, que podría ser desarrollado para evaluar no solo la presencia numérica y formal de las mujeres en cargos de poder, sino también la autenticidad y profundidad de su influencia en la toma de decisiones.

Un nuevo concepto, la “calidad de la paridad sustantiva” mediría si la actuación de las mujeres refleja una agenda propia, diversa, representativa de las experiencias, necesidades y perspectivas femeninas.

Es indispensable evaluar si las mujeres están realmente ejerciendo autonomía en la toma de decisiones, si su actuación política cuestiona y transforma las estructuras de poder patriarcales. Si las mujeres han logrado implantar una pluralidad de perspectivas para dar cabida a las voces y el pensamiento de distintas mujeres, en vez de replicar modelos tradicionales de poder.

Es momento de enfrentarse al fenómeno de “masculinización del poder”, que sucede cuando al llegar a los cargos de responsabilidad, las mujeres internalizan valores, estilos y lógicas masculinas para sobrevivir o para ser aceptadas como parte de las estructuras de poder tradicionalmente dominadas por hombres.
Uno de los mayores peligros es conformarse con ser una réplica del estilo de liderazgo autoritario, de mando vertical, alejada de los liderazgos incluyentes y de suma de la diversidad. Más grave aún es la renuncia deliberada a una agenda feminista, a desarrollar desde el gobierno y en las políticas y programas a su cargo.

Ellas, las poderosas, le temen a ser etiquetadas como “radicales”, “sesgadas”, en síntesis, débiles e incapaces de ejercer el cargo para el cual fueron electas o designadas, solo por privilegiar su compromiso con las mujeres.
Va una propuesta para aplicar a la evaluación de la “calidad de la paridad sustantiva”. Tiene cuatro componentes: 1) Agenda política propia; 2) Estilo de liderazgo incluyente; 3) Autonomía en la toma de decisiones; 4) Transformación cultural y simbólica.

La protección a Cuauhtémoc Blanco por parte de la mayoría oficialista, incluyendo a casi toda su representación femenina —con honrosas excepciones— muestra el grave peligro de legitimar prácticas patriarcales con rostro de mujer. Los números solos, sin contenido, crean una “fachada de igualdad” que invisibiliza las barreras culturales y simbólicas, llevando a perpetuar las agendas masculinas bajo liderazgos femeninos. Peor, imposible.

Desarrollemos indicadores para medir la “calidad de la paridad sustantiva”. Del movimiento feminista depende que el grave tropiezo en nuestra lucha que representó la protección a un legislador acusado de intento de violación, sirva de acicate para recuperar el sentido último de la paridad: hacer a las mujeres y a las niñas libres, ejerciendo a plenitud sus derechos.

Dos buenas. Una, el Congreso de Yucatán canceló el registro de Luis Armando Mendoza como candidato a magistrado del Tribunal Superior de Justicia de la entidad por incumplir la Ley 3 de 3, que sanciona la violencia contra las mujeres.

Dos, una mujer, María Teresa Mézquita, llevó a buen puerto la realización de la 13ª edición de la Feria Internacional de la Lectura de Yucatán. Felicitaciones a la Universidad Autónoma de Yucatán, a su rector, y a tod@s quienes hicieron posible la FILEY 2025.— Mérida, Yucatán.

dulcesauri@gmail.com

*Licenciada en Sociología con doctorado en Historia. Exgobernadora de Yucatán

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