ADRIANA DELGADO RUIZ (El Heraldo de México). Los seres humanos causamos contaminación hasta cuando sembramos y cosechamos la tierra. La agricultura común ocasiona el desmonte de áreas naturales y erosión, que además se acentúa cuando los cultivos no son los adecuados para las condiciones climáticas y la disponibilidad de agua local.
Eso es mucho más frecuente de lo que pudiera parecer. De los 18 millones de hectáreas de siembra en el país, únicamente 6.5 millones son de riego. Es decir, 11.5 millones de hectáreas son de temporal, la mayoría en manos de pequeños propietarios, quienes continúan siendo la base de la producción alimentaria de México. Sin embargo, en una gran cantidad de casos los campesinos siguen viviendo en una marginación permanente que se debe a la falta de conocimiento sobre cómo aprovechar mejor sus parcelas.
En el municipio de Jilotepec, al norte del Estado de México, es común ver amplias extensiones de trigo, maíz y otros granos que sufren pérdidas considerables si una sequía o una helada arrasa con ellos. Sin embargo, los campesinos continúan apostando por esos cultivos, aunque terminen siendo únicamente para su limitado autoconsumo, por tradición familiar y falta de capacitación de los expertos en el campo sobre la vocación de esas tierras.
En esa región se dan muy bien otras cosechas como ,el durazno, la pera y otras frutas, que además pueden abrir grandes posibilidades para su venta no únicamente como cultivos sino también en forma de productos con mayor valor agregado como mermeladas y otras conservas, que sin duda mejorarían enormemente el nivel de vida de los pequeños productores.
En 2021, el valor de producción de cultivos agrícolas en México superó los 649.000 millones de pesos, es una de las joyas de la economía nacional. ¿Qué tanto más puede crecer si se aprovechan las superficies cultivables de la mejor manera?
Más aún, ya no solo se trata de economía. El cambio climático mundial hace urgente que dejemos atrás prácticas dañinas. Poniendo El Dedo en la Llaga, Erika Rocío Reyes González, investigadora del Colegio de Geografía de la UNAM, explica que la rotación de cultivos en vez de sembrar siempre lo mismo en cada parcela puede permitir un aprovechamiento mucho mejor de los nutrientes de la tierra, incluidas sus reservas de carbono, lo que además permite aminorar el uso de fertilizantes químicos, pesticidas y otros agentes además contaminantes.
Ese cambio de enfoque es parte de lo que ahora se conoce como agricultura de carbono. Se trata de una serie de técnicas que buscan que el carbono y otros componentes orgánicos se mantengan enriqueciendo la tierra en vez de liberarse al aire formando gases de efecto invernadero como el CO2 y el gas metano.
La tendencia es labrar lo menos posible, incluir cultivos de cobertura que apoyan las necesidades secundarias del agricultor porque aumentan la salud y el rendimiento del suelo, utilizar técnicas de riego de precisión evitando la inundación superficial que deslava los nutrientes, y otros métodos que permiten cultivos cada vez más sustentables ecológica y económicamente.
La agricultura sustentable es benéfica para pequeños y grandes productores. Uno de los mecanismos que nos dejó el Protocolo de Kioto como uno de los esfuerzos mundiales más robustos para combatir el cambio climático, son los bonos de carbono. Se trata de una certificación que otorgan organismos acreditados cada vez que una empresa o entidad demuestra haber evitado la liberación a la atmósfera de una tonelada de dióxido de carbono.
En un mundo donde la sustentabilidad ambiental es cada vez más un requisito para hacer negocios, considerar esos mecanismos es cada vez más fundamental.
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