TERESA GURZA
Desde siempre me han caído gordos los santacloses, los plásticos desmayados en jardines hasta que los inflan de noche, las musiquitas de las tiendas, las cenas navideñas que pretenden tapar conflictos familiares y esa como obligación de estar alegres y querer a todos.
Me duelen quienes en esta época de “felicidad” se las ven negras por enfermedades, guerras o pleitos y también los que en estos días de gastadera nada tienen, pero pienso que tal vez tiene razón el taxista moreliano que le dijo a mi querido amigo Fausto Zerón-Medina tras oírlo perorar sobre el cristianismo mercenario y las compras compulsivas, “si alguien es feliz aun cuando sea por un instante ¿no cree usted que vale la pena dejar que así sea?”.
Comprendo que muchísimos sienten la soledad con mayor intensidad en estas fiestas decembrinas y entre otras situaciones sobre las que he escrito y creo reflejan lo desquiciante que puede ser sentirse solo, están las asiáticas que se casan con ellas mismas, los chinos que buscan amigos en almacenes de Ikea y los gringos que pagan cientos de dólares por abrazar vacas.
Y ahora me entero que en Inglaterra han instalado un chatty bus al que suben los ansiosos de platicar de lo que sea, con quién sea; que españoles caminan por los pasillos de supermercados con una piña en los carritos para lo mismo y en Madrid existe el programa “Voluntarios contra la soledad” que semanalmente se reúnen con ancianos que les comparten recuerdos y sentimientos para escribirles Tu historia de verdad importa.
Lo que eleva su autoestima, porque se les escucha sin juzgarlos, ven su vida publicada y reciben 10 ejemplares como regalo.
Muestras de solidaridad que contrastan brutalmente con los cientos de estadounidenses abandonados en gasolineras de su país y en asilos de la fronteriza Ciudad Juárez.
Alarmante situación que llevó al New York Times a elaborar un artículo sobre el tema, publicado el pasado 22 de agosto, en el que el profesor de Harvard, Richard Weissbourd sostuvo, que el porcentaje de sus compatriotas que se sienten solos va en aumento y para sondearlos, envió preguntas como las siguientes a 950 destinatarios.
¿Con qué frecuencia te has sentido solo? ¿Alguien preguntó tu opinión sobre asuntos que consideras importantes? ¿Te han hecho sentir que realmente les preocupas?
“Las respuestas me derribaron, dijo Weissbourd, porque capté que la gente está sufriendo muchísimo”.
Y el sufrimiento es tan generalizado, que la Organización Mundial de la Salud ha pedido a los gobiernos “hacer de la soledad una preocupación de salud pública global”.
Japón y Gran Bretaña nombraron Ministros de Soledad, para indagar su profundidad y capearla con iniciativas como pedir a los carteros conversar con la gente mayor de sus rutas y a los ayuntamientos y escuelas, tomarla en cuenta para sus reuniones.
Basándose en documentos literarios, la historiadora Fay Bound Alberti precisó en 2019 en su “Biografía de la soledad”, que entre 1550 y 1800 no era algo que preocupara.
Pero poco después de 1820, guerras y conflictos causaron muertes, desintegraron comunidades y provocaron emigración desde pueblos pequeños donde todos se conocían y apoyaban, a ciudades inmensas y anónimas.
Hubo entonces que inventar palabras para explicar el costo emocional de lo que sucedía y en 1950, los científicos comenzaron a analizar las causas y efectos de esta nueva enfermedad; iniciando el creciente campo de estudios de la soledad.
Que puede empezar con niños que excluyen a otros de juegos, es capaz de elevar la presión arterial y alterar las funciones cognitivas y está asociada con Alzheimer, suicidios, diabetes y aislamiento; porque hay personas que anhelan no sentirse solas, pero se aíslan por miedo a no ser aceptadas.
Encuestas de este 2024 indican que millones no tienen a quien acudir para pedir cualquier tipo de ayuda y ha bajado el número de asistentes a ritos religiosos donde antes encontraban cofrades y el de matrimonios, lo que no indica que todos los casados sean felices, porque no hay peor soledad que la de dos en compañía.
Que han aumentado los que se hacen selfies y menguado la relación de jóvenes y niños con parientes viejos, provocando que millones se sientan lejos de ellos y cerca de políticos que les dicen lo que quieren oír, aunque sea mentira.
A propósito del desconocimiento sobre los propios antepasados, en mi penúltimo viaje a Chile en 2020 y buscando platicarle de Matías, pregunté a una bisnietita quién le había dado la pulsera que traía “me la mandó un señor muerto” respondió; ni siquiera le habían enseñado el nombre de su bisabuelo.
Pese a todo y como lo hizo NYT, concluyo convencida que la epidemia de soledad tiene cura; “bastaría con restaurar el mundo que se nos escapó”.