TERESA GURZA
Para decirlo en una frase corta, la humanidad no podría existir sin abejas.
Y la investigadora peruana Ysabel Calderón, se alió con ellas para reforestar un bosque de su comunidad según relata Sally Jabiel, en El País de este domingo 15 de diciembre.
Tras estudiar ingeniería química en la Universidad Nacional Pedro Ruiz Gallo en Lambayeque, Ysabel regresó hace 7 años a su natal San Francisco de Asís buscando hacer algo por sus montañas; porque la deforestación las ha dejado, sin algarrobos y palosantos.
Es de ahí una especie de abejas sin aguijón, que producen una miel con propiedades antimicóticas, antiinflamatorias y cicatrizantes y que por no picar pasan desapercibidas.
Y es la miel de tres colmenas de esas abejas meloponinas, la que Ysabel está usando para financiar la siembra de más de 2 mil árboles; parte de su proyecto Sumak Kawsay, buen vivir en quechua.
Esas abejas viven en los troncos ahuecados de árboles viejos que han sido tumbados durante siglos para extraerles la miel, dejando a las colonias a merced de pájaros y hormigas que devoran las larvas, por lo que están en peligro de extinción.
A pesar de que toda la miel de abeja es muy apreciada y ha sido empleada desde siempre, hay poca investigación sobre las más de 20 mil especies de abejas con aguijón y menos aún, sobre las cerca de 175 especies que no lo tienen y viven en la región Amazónica.
Ysabel que ha investigado a tres que hacen sus colmenas entre los cien y los mil metros sobre el nivel del mar, advierte que mientras más alto vivan, mayor es su peligro de extinción.
Y para poder continuar con su reforestación está vendiendo diez variedades de esa miel en tonos que van de los más claros a los oscuros, porque color, sabor, textura y aroma nunca son iguales y cuando llueve, crecen plantas que aportan nuevos matices.
Apoyada por mujeres de su comunidad. Está implementando ahora, visitas turísticas en las que explican la vida de las abejas y cómo conservar el bosque seco donde viven.
Y su trabajo ha sido reconocido internacional y nacionalmente.
En el 2023, fue nombrada Guardiana de Restauración de Montañas por el Foro Global sobre Paisajes.
Este 2024, recibió el Carlos Ponce del Prado y durante la COP16 de octubre en Colombia, la Fundación Ambiental AEON le entregó el Premio Midori, con cuyo fondo económico lanzará el proyecto Guardianas de las abejas nativas, que le permitirá capacitar más mujeres.
Pero más que insectos que le dan premios, Ysabel ve a las abejas como maestras:
“Cada una tiene una función diferente en la comunidad y todas nos enseñan a trabajar en equipo; su mensaje es claro”.
Pensando en abejas y flores y viendo en mi jardín abejas con aguijón, que se agolpan sobre los azahares de toronjas y mandarinas, busqué en el portal History Facts un artículo que había leído sobre las naranjas; uno de los frutos más ricos y consumidos en todo el mundo y que no siempre han sido anaranjadas.
Afirma ahí Tony Dunnell, que hace siglos no eran populares y su actual aspecto es resultado de miles de años de cultivo y mezcla precisamente de toronjas con mandarinas poco más grandes que las aceitunas.
Todos los cítricos son originarios del sureste del Himalaya, donde aparecieron hace 8 millones de años y se extendieron por el subcontinente indio y China.
Y las naranjas eran frutos pequeños y amargos en variedad de formas y colores: verdes, amarillas, rojizos, nudosos o suaves.
La primera referencia a las naranjas dulces, se encuentra en literatura china de alrededor del 314 a. C. cuando su color iba del amarillo pálido al verde.
Y actualmente hay naranjas que permanecen verdes aun maduras, especialmente en climas cálidos; porque su color tiene que ver más con la temperatura y el medio ambiente, que con su madurez.
Es el frío lo que les da el color naranja y como son las preferidas, los productores las desverdizan con químicos.
En el siglo XI las naranjas fueron cultivadas en el sur de Europa, tenían sabor amargo y se utilizaban con fines medicinales.
Las dulces aparecieron en Europa hasta el siglo XVI y puede comprobarse que no eran tan grandes y coloridas como las actuales, en cualquier antigua naturaleza muerta.
La palabra “naranja” no se les daba por su color sino por la palabra francesa para los cítricos pomme d’orenge, que deriva de la sánscrita nāranga.
Y fueron los árabes quiénes, entre otras muchas cosas, nos heredaron su nombre; que hasta el siglo XVI, empezó a usarse para describir un color.