FERNANDO IRALA
El atentado contra Donald Trump, ocurrido en Pensilvania justo en las vísperas de la Convención Republicana que lo ungirá oficialmente como su candidato, ha causado durante el fin de semana diversas reacciones, desde el reclamo a los servicios de seguridad del gobierno norteamericano por su ineficiencia, hasta, en el extremo, la inverosímil sospecha de que se haya tratado de un autoatentado.
Y es que resulta demasiado afortunado que el francotirador no haya dado en el blanco, sino apenas rozado una oreja, una diferencia de un par de centímetros, que en el ángulo de disparo, a unos 150 metros, es nada. Pero fue exactamente lo necesario para provocar las fotos espectaculares de la cara ensangrentada del aspirante a reelegirse en la Presidencia, sin sufrir ningún daño que ponga en peligro su vida, ni su actividad en los próximos días, en el periodo crucial rumbo a los comicios presidenciales.
Por lo pronto, el proceso electoral norteamericano, que se desarrollaba hasta antes de estos hechos en una incertidumbre tensa pero aburrida, ahora se ha calentado, y probablemente se produzca un cambio en las inercias y tendencias que se observaban.
Trump ya llevaba una cierta ventaja en las encuestas recientes, que aunque no creció sustancialmente pese al mal desempeño de su contrincante, el todavía presidente Joe Biden, en el primer debate, si hizo temer entre los demócratas una debacle.
Ahora, el efecto de aparecer como una víctima puede repercutirle en un apoyo mayor de una parte del electorado, y a consolidar su camino a la victoria.
En un país en que comprar armas es tan sencillo como adquirir la despensa doméstica, no resulta extraño que cualquier desquiciado intente resolver sus conflictos políticos o ideológicos a balazos. Y desde luego puede haber detrás conspiraciones de los grandes intereses que dominan al mundo, alrededor de las cuales se generan todos los rumores imaginables, que sin embargo nunca podrán comprobarse.
Lo cierto es que si algún elemento detonador requería Donald Trump para llegar en el plan incendiario que tanto le gusta, a la convención donde será nominado, ahora tiene uno que le cae de perlas. Tendremos en escena a un candidato que llamará a sus huestes a la guerra, y que los motivará ofreciendo derramar su sangre si es necesario.
Mejores circunstancias para su batalla final, no podría tener este singular personaje al que difícilmente Joe Biden y el Partido Demócrata podrán contener en su ambición de retornar a la Casa Blanca.
El jovenzuelo que planeó matar a Trump no sobrevivió para presenciar el favor que le hizo.