CONCATENACIONES/ México, Cuba y los espantajos

FERNANDO IRALA. Lejanos han quedado los tiempos del triunfo de la Revolución cubana, cuando un puñado de barbudos llegó en un pequeño yate desde México, derrotó a Batista y su sanguinaria dictadura, y se convirtió en esperanza de libertad para toda América Latina.

Al cansancio del pueblo cubano en aquella época se sumó un singular momento histórico, en que Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban la hegemonía en el mundo, y la isla se volvió un bastión estratégico que en los jalones de la tensión bélica pudo encontrar paradójicamente el espacio y los apoyos para la supervivencia del régimen revolucionario.

Han pasado más de siete décadas, ya ninguno de los protagonistas de esa gesta se encuentra vivo. El faro emblemático que representó la isla hoy yace enmohecido y anacrónico; el entusiasmo y la pasión se han esfumado en el continente, y dentro y fuera de Cuba las nuevas generaciones esperan que algún día las cosas cambien para que pueda integrarse a las oportunidades del mundo moderno.

Así ocurre casi siempre con las revoluciones, en particular las comunistas: a los sueños libertarios sucede la cruel inercia de las fallas y debilidades humanas, la imposibilidad de generar la riqueza necesaria para asegurar bienestar a todos, la generalización de la pobreza, el desencanto y la frustración social.

Luego de esperar más de medio siglo para liberarse del castrismo, Cuba vive ahora la prolongación del régimen dictatorial aunque ya sin sus figuras fundadoras.

El bloqueo norteamericano, primero; la desaparición de la Unión Soviética, después, impidieron el progreso económico en esa nación. En paralelo, el mundo cambió, el sueño socialista se derrumbó, salvo para algunos grupos de románticos, y el régimen cubano se quedó sin futuro. Peor aún, dejó sin futuro a todo su pueblo.

De ahí que, por ejemplo, la visita del presidente cubano a México el fin de semana desató ya solamente el fervor de unos cuantos, y por el contrario hay hasta quienes consideraron agravio otorgarle al mandatario una condecoración oficial.

Cómo cambiaron las cosas, qué mundo tan diferente, reza alguna vieja canción popular mexicana. O como poetizaba el chileno Pablo Neruda en sus versos de hace también muchas décadas: nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Por eso la estadía de Díaz Canel en Campeche nos retrotrajo a un mundo en vías de extinción, aunque sus actores, los de aquí y los de allá, no parecen percatarse de ello.

Es que son como espantajos del pasado siglo.

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