CONCATENACIONES/ La entelequia revolucionaria

FERNANDO IRALA

Ciento trece años se conmemoran este lunes del inicio de la Revolución Mexicana, el movimiento social que transformó nuestra nación y dio origen a muchas de las instituciones en las que nos formamos las actuales generaciones de mexicanos y en la actualidad aún nos rigen.

Pero en el siglo actual, poco se habla ya de esa revolución, de su significado, de su trascendencia.

El actual régimen, empeñado en anotarse a sí mismo como el de una transformación fundamental de la historia nacional, en ese afán desdibuja la rebelión de hace más de un siglo, distorsiona y se apropia de lo que le conviene.

A la vieja idolatría oficial, que sumaba a todos los próceres que en su momento lucharon a veces juntos y luego enfrentados, ahora se nos presenta una visión simplista que no deja de ser contradictoria.

La figura actualmente magnificada es la de Madero, a la que en el año que agoniza se sumó la de Francisco Villa, un hombre de más oscuros que claros, en tanto el legendario líder agrario Emiliano Zapata, ha pasado a un segundo plano.

Lo que en la actualidad se nos quiere vender como una gran transformación, es el rescate de algunos de los dogmas que en los siguientes decenios luego de la institucionalización del movimiento revolucionario se establecieron en nuestro país, desde la propiedad estatal de los recursos energéticos, hasta un nacionalismo fuera de época en la actual etapa de globalización e internacionalización de las corrientes financieras, los flujos comerciales y las cadenas productivas.

Aunque a lo largo de un siglo los regímenes revolucionarios generaron importantes avances en materia de educación, salud y seguridad social, persistieron desigualdades e injusticias, la más notable de ellas la pobreza y marginación rural, situación que como ninguna otra fue el origen de la revolución.

En contraste, mientras sobre Porfirio Díaz persiste el estigma de encabezar una dictadura sanguinaria al servicio del capitalismo, ahora, como si viviésemos en esa época, se invierte en trenes como motor del desarrollo, y se quiere revivir el tránsito ferroviario que fue la base del florecimiento económico entre los siglos XIX y XX. Todo esto en la era de las comunicaciones por internet y de la inteligencia artificial.

Tal vez eso ocurra con todas las celebraciones históricas: recordamos mitos, festejamos entelequias.

Entretanto –signo de los tiempos– en Argentina ha ganado la Presidencia la ultraderecha, y en Estados Unidos, rumbo a su elección, ha resucitado desde su tumba el fantasma de Trump. Otras historias a las que nos referiremos en otra oportunidad.

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