FERNANDO IRALA
Este primero de septiembre, el Jefe del Ejecutivo debió entregar al Congreso su Informe de Gobierno, el sexto, con el que concluye la actual administración.
Pero antes, en el mejor estilo del régimen, el Presidente nos presentó como informe un largo discurso, durante un mitín mañanero llevado a cabo con la asistencia de sus huestes en el Zócalo de la Ciudad de México.
Aquello fue el optimismo de Cándido, el personaje de la obra inmortal del filósofo francés Voltaire: todo va de lo mejor, en el mejor de los mundos posibles, y contra toda evidencia demostrable reiteró lo increible: México ya tiene, dijo, el mejor sistema de salud pública del planeta, ya hemos superado a Dinamarca. Ello, mientras en las clínicas de los servicios de salud no hay ni fotocopias, y los pacientes si pretenden una atención oportuna deben pagar los insumos que necesiten, como las placas de rayos X. Ni la burla perdona, decía mi padre.
Y como ese rubro, todos los demás. Una es la realidad del país, y otro muy distinto el universo alterno donde mora López Obrador y tienen lugar sus fantasías.
Al gobierno que fenece le queda un mes escaso de vida, y la gran incógnita es qué cambiará en el sexenio que encabezará Claudia Sheinbaum.
Ella se ha empeñado en reiterar que se mantendrá el rumbo, pese a los terribles yerros cuyas consecuencias están a la vista en materia de seguridad y criminalidad, en educación, salud, y en una economía que lleva estancada todo el sexenio, pero con una inflación que no alcanza a ser controlada y un endeudamiento que creció sin sentido el año pasado y el actual.
Hay quienes no acaban de creerle a la próxima Presidenta, porque confían en que sus palabras son dirigidas a su guía y protector mientras se dan los plazos para recibir el mando.
Ojalá que así sea, porque de persistir la ruta hacia el despeñadero nos encontraremos en poco tiempo con un desastre que ya se vislumbra, encabezados por una Presidenta que querrá aplicar las recetas que aparentemente le funcionaron a López Obrador, en un país quebrado y asolado por los delincuentes, y sin tener por lo menos la singular personalidad de quien le ha antecedido.