CONCATENACIONES/ El creciente enredo de Iguala

FERNANDO IRALA

Nueve años se cumplen la noche de este martes de la tragedia de Iguala, en que 43 normalistas de Ayotzinapa fueron desaparecidos por órdenes del crimen organizado, con la complicidad de diversas fuerzas del Estado, cuya magnitud no alcanza todavía a conocerse.

Al comenzar este sexenio, las promesas de pleno esclarecimiento generaron la confianza de que pronto se sabría la verdad plena y se juzgaría a los responsables del más alto nivel.

No ha sido así. Ocurrió algo peor. Muchos de los ejecutores confesos están libres, y su dudoso testimonio ha servido para perseguir, y en algunos casos encarcelar, a las autoridades que en su momento se encargaron del caso.

En el anterior gobierno y en éste se contrató el apoyo de expertos internacionales, básicamente argentinos, para darle un sustento neutro, profesional y objetivo a la investigación. En ambos casos el grupo investigador ha concluido su tarea sin que el objetivo se haya cumplido.

Este última vez, los peritos internacionales se han retirado denunciando que las Fuerzas Armadas son reacias a proporcionar la información necesaria, lo que ya ocurría desde antes, pero ahora es más grave porque se supone que ya no había encubrimientos ni compromisos de corrupción.

Recientemente se ha conocido por la tarea de medios de comunicación internacionales, de nuevos audios que revelan la ominosa participación de autoridades militares que encubrieron lo ocurrido en esa noche negra. Aquí pasaron de noche, como tantas otras cosas, sin que nadie les prestara mayor atención.

Lo cierto es que a nueve años de los hechos, nadie sabe qué pasó con los normalistas, dónde están sus restos y quiénes son los responsables del crimen.

A este gobierno le falta un año para terminar, y es difícil que lo que no ha podido avanzar en cinco años lo haga en el tiempo que le resta. El asunto se complica porque además de este crimen no se le puede acusar a Calderón, ocurrió después.

Así las cosas, estamos ante un crimen como otros muchos de la delincuencia organizada, ante un Estado que en momentos es cómplice y en otros incapaz de resolver o aclarar nada.

Y es que tiene puros leales. La gente capaz se ha ido yendo.

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