CONCATENACIONES/ Carlota

FERNANDO IRALA

En un país donde las ejecuciones y las desapariciones de personas se suceden cotidianamente hasta sumar miles de casos cada mes, la muerte de dos hombres a manos de una vieja mujer, en Chalco, en el estado de México, llamó la atención en los medios de comunicación y en las redes sociales, y generó una polémica inusitada que persiste desde el fin del mes pasado hasta estas fechas.

¿Por qué el interés y la curiosidad generalizada alrededor de un hecho violento más, no el más aparatoso, no el más sangriento, cometido con un revólver que no impresiona a nadie en estas épocas de armas de alto poder, equipos blindados y despliegues peliculescos?

Es que de pronto nos encontramos con unas imágenes que en su trágica simplicidad reflejan de manera concentrada mucho de lo que pasa en nuestra vida actual.

Una adulta mayor que es víctima del despojo de una vivienda, invadida por sujetos que se exhiben en las redes sociales presumiendo armas. Una autoridad de lenta reacción, que ante la denuncia no tiene el marco legal para proceder con rapidez, ni tampoco gana alguna de hacerlo. Un entorno social de indulgencia ante delitos cometidos en nombre de la pobreza o la necesidad.

Todos estos elementos conforman algunas de las dimensiones de la selva en que se han convertido las periferias urbanas y otros lugares de hacinamiento y anarquía.

El hecho nos habla también de la situación que viven millones de adultos mayores, muchos desprotegidos de los sistemas de seguridad social, aunque ahora todos cobijados por una mísera pensión, llamada con ironía “del bienestar”, que está muy lejos de garantizar la sobrevivencia digna en la vejez. Para una anciana, disponer de una vivienda para vivir de la renta puede ser su única forma de subsistir decorosamente.

Ante la exposición mediática, ahora sí el brazo de la ley procedió con celeridad. Veinticuatro horas después de matar a dos de los invasores, la aguerrida mujer de nombre Carlota, que ahora todos conocemos, y dos de sus hijos ubicados como cómplices, ya estaban presos a la espera de juicio.

Ojalá esa velocidad tuviera la justicia para ubicar y aprehender a los miembros de la delincuencia organizada, encontrar a los desaparecidos, abatir la delincuencia.

Para eso, todavía tendremos que esperar. Así es la vida.

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