VERÓNICA VALDÉS GONZÁLEZ
En el último trimestre del 2023 decidí dejar de manejar. Retirarme de la vida laboral me alentó a hacerlo. Al fin evitaría el stress de los embotellamientos, los elevados gastos que implican tener un auto y, además, aportaría mi cuota al mejoramiento del medio ambiente de mi ciudad.
Desde la segunda quincena de enero, cata tercer día, tomo clases de inglés a las siete de la mañana cerca del Zócalo, el primer reto es llegar a tiempo.
La única vía para salir de la zona donde vivo presenta congestionamiento vial a partir de la seis de la mañana, para evitarlo es necesario salir antes de esa hora.
El servicio del transporte público es malo, por no decir pésimo, el tiempo de espera supera los 15 minutos. En múltiples ocasiones me he visto en la necesidad de tomar taxi. Hoy es un día de esos.
Estoy en la carretera Picacho-Ajusco, trato de detener alguno de los pocos taxis que pasan, finalmente lo logro. Se trata de un hombre joven, lleva en su mano izquierda un celular. No me gusta mucho, pero no tengo de donde escoger.
Antes de abordar el auto el chofer me pregunta mi destino. “Voy al metro CU ¿Puede llevarme?” asiente con la cabeza y procedo a subirme, la prisa no me permite cumplir con el protocolo de seguridad: ver el número de placas y checar que las puertas de abran por dentro.
En cuanto cierro la puerta lo primero que hago es buscar el taxímetro; trae la tarifa nocturna, le pido al chofer que la cambie, sin decir nada, pero molesto, lo hace. Acomoda el espejo retrovisor, enciende el radio y emprendemos el viaje.
Con el movimiento el taxímetro se mueve, la caratula gira hacia abajo. No puede verse los cambios, por el retrovisor el conductor ve mi cara y me dice: “el aparato funciona bien”. Me explica por qué no ha sido reparado.
Minutos después me pregunta: “¿Cuánto le cobran?”
Miro el taxímetro y le pregunto: “¿No funciona bien su taxímetro?”
Rápidamente responde: “Sí, avanza bien, pero la veo un poco desconfiada, por eso prefiero me diga cuánto paga”.
“Depende del tráfico, aunque en promedio son 90 pesos. Si su taxímetro funciona bien no marcará más allá de los 100 pesos”, le comentó.
“Bueno, pero ahorita hay tráfico, la incorporación a Insurgentes siempre se llena, yo creo que va a ser más”.
No voy a enojarme, pienso, es muy temprano para golpearme mi hígado.
Y le comentó: “Pago más cuando el taxímetro está alterado. ¿Usted lo trae bien, ¿verdad?”
“Sí, a mí, no me gusta tener problemas con el pasaje, imagínese aquí me paso muchas horas y eso de pelear no está bien”, me responde.
Llegamos a la estación del Metro, el taxímetro marca 120 pesos.
“Son 30 pesos más que el promedio de lo que pago, una tercera parte más de lo que pago”, le comentó.
No responde. Sin decir más le pago los 120 pesos, llevó prisa, no puedo perder el tiempo en discusiones.
La alteración de los taxímetros es un problema constante en la Ciudad de México, esta no es la primera vez que me sucede.
Diariamente circulan en la ciudad más de 140 mil taxis, muchos de los estos portan taxímetros alterados. Los choferes de este medio de transporte saben que difícilmente el capitalino común se dará cuenta de su alteración.
De acuerdo con la Secretaría de Movilidad de la Ciudad de México, encargada de establecer y vigilar lo relacionado a las tarifas de transporte público el banderazo (como se le conoce al cobro inicial) aprobado es de:
Taxi libre o de la calle, en servicio diurno: $ 8.74, con aumento de $ 1.07 cada segundo o 250 metros
Taxi de sitio: $ 13.10, con aumento de $ 1.30 cada 45 segundos o 250 metros.
Radiotaxi: $ 27.30, con aumento de 1.84 cada 45 segundos o 250 metros.