Las memorias de Rita Macedo recopiladas por Cecilia Fuentes
ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. A mamá. La deuda amorosa parece atenuarse con esas dos palabras con las que inicia el libro “Mujer en Papel”, Cecilia Fuentes narra la manera en que su madre, Rita Macedo decidió hacer sus memorias, pero lo que empezó con ilusión, al parecer, empezó a deprimirla cuando llegó a la etapa que vivió con su padre, el escritor Carlos Fuentes ya que “cuando llegamos a lo relacionado con papá todo su entusiasmo se desvaneció y comenzó a deteriorarse mental y físicamente. Dejó de escribir, dejó de comer, y a los tres meses se suicidó”.
Rita Macedo posiblemente no fue tan popular como Silvia Pinal o Marga López, que pertenecieron a su misma generación, pero brilló a su manera en el cine mexicano. La misma Cecilia reconoce que su madre no fue una estrella y que posiblemente es solamente recordada por la gente que fue cercana a ella. Incluso, en algunas partes del libro las dos reconocen que se le ha llegado a reconocer más por haber sido la madre de la empresaria teatral Julissa, del productor de Televisa, Luis del Llano, y porque fue abuela del ex integrante del grupo Timbiriche, Beny Ibarra. Nada popular en los medios de comunicación, el suicidio proyectó el reflector hacia ella y durante varias semanas se hizo referencia a su trayectoria en diferentes espacios. Después, el tema fue perdiendo interés hasta que se publicaron sus memorias.
Es significativo que en este libro la voz de ella y de su hija se entremezclan, se unen y se confunden. Desde las primeras páginas encontramos un remolino de sentimientos y emociones, confesiones que van del coraje al amor, del dolor al intento de comprender, a “la sofocante necesidad de retomar” esas memorias y mostrar a una mujer que las dos deseaban reconstruir a través de las palabras.
Cecilia investigó, reordenó fechas y papeles, contextualizó y precisó cada época. En esa introducción recrea las virtudes y defectos que conformaron a su madre: Intensa, insegura, fuerte, agresiva, grosera, profesional, dulce, amable, moderna, traumada, de mente abierta, solidaria, comprensiva: “Mujer que murió en una soledad espantosa por necia, porque se aisló montada en su personaje de monstruo, recorriendo los pasillos de Televisa mientras todos se hacían a un lado temiendo que volteara a verlos y los matara con su mirada fulminante”.
El tono doloroso de esas primeras páginas se va transformando en diversos párrafos a veces para dar paso al amor y a la compasión, otras al disgusto y el reclamo, y, sobre todo, al reconocimiento propio de que, al apropiarse de la voz de su madre, Cecilia aceptaba que también se estaba reconstruyendo a sí misma porque comprendió, perdonó y se fortaleció:
“Casi veinticinco años han tenido que pasar para poder publicar este libro. Y si le hiciera caso a cada uno que ha venido a pedirme que omita partes, jamás acabaríamos. Sé que seré cuestionada y criticada por exponer crudamente la intimidad, por no lavar la ropa sucia en casa. Dirán que soy la hija despechada que no perdona el abandono de su padre y se aprovecha de su nombre para ganar algo. Pero no es el caso. Mi lamento es enorme al ya no tener la oportunidad de sanar la relación con papá, tan afectada por lo que mamá me hizo creer. Ni poder recuperar tanto tiempo perdido en discusiones varias con mamá, cuando ella vivía. Te amo. Apá. Ma, aquí va… Tu historia, tu orgullo… Te lo debía… Te lo mereces… Y que pase lo que pase.”
El texto es leal al desarrollo cronológico de la vida de Macedo. Los recuerdos son confusos, aunque hay memorias claras como el agua, advierte Cecilia en voz de su madre, cuyo verdadero nombre fue María de la Concepción Macedo Guzmán y quien vivió una infancia oscilando entre la tristeza y la nostalgia, destellos de felicidad, ausencias dolorosas y presencia imponentes que provocaban una personalidad introvertida. La vida en los internados era estricta y carente de afectos, fueron lugares odiados y amargos. A los 16 años cuando un productor le dijo a la madre de Rita que la joven tenía el rostro ideal para salir en la pantalla de cine.
Fue así como apareció en su primera película y hasta ganó un concurso de belleza. Pese a esta posible vida dentro del espectáculo, su madre prefirió que se casara a los 18 años con un prometedor empresario: Luis del Llano. De esa boda la novia confía: “Al matrimonio llegué como se esperaba de una chica decente: intacta. Así que me quedé sagrada y, de paso, frígida”. Los pleitos constantes y la reiteración de la frase “quiero vivir mi vida”, entablaron la demanda de divorcio. Fue muchos años después que descubrió que las mujeres podías gozar su sexualidad:
“Cuando en la madrugada volvió a hacerme el amor, supe por primera vez lo que era un orgasmo. No podía creer lo que estaba sucediendo y me preguntaba: “¿Cómo es posible que después de tantos años, este extraño haya logrado satisfacer mi hambre de placer sexual?” Yo lloraba y reía al mismo tiempo, envuelta en una exaltación seguramente excesiva ya que, Adolfo, asustado, preguntó qué me pasaba. Le contesté que era muy feliz ya que por fin había roto la maldición que cargaba desde hacía años. ¡Ya no era frígida!”
Volvió a casarse y a divorciarse, siguió actuando. Al trabajar con Manolo Fábregas y Ernesto Alonso reconoció que “el teatro es lo mío”, además de estar en el escenario, participaba en la producción y quedó fascinada. Entonces conoció a un joven escritor: Carlos Fuentes.
“Me llamaba Rita, su amor, su mujer, y me extrañaba. Se sentía como un fantasma solitario que solo existía sabiéndose a mi lado. Había nacido para quererme y todo de él dependía de mi amor. Yo era la única persona que lo aceptaba como era y, además, lo apoyaba para que no cambiara. Solo yo lo había hecho sentir que podía dar algo de ternura y amor, y se despedía anhelando mis labios, las puntas de mis senos, toda mi carne y todas mis palabras.”
Tanto Rita como Fuentes brillaban a su manera en sus respectivos espacios. Sin embargo, la fama que Carlos Fuentes empezó a tener provocó la aparición de chicas ilusionadas con tener alguna aventura con el intelectual del momento.
“Pronto, las jovencitas empezaron a llamarlo. Delante de mí, él hacía citas con ellas para encontrarlas en distintos sitios. Ante mis ojos interrogantes, me decía que, como escritor, necesitaba adquirir experiencias que lo enriquecieran. Me aseguraba que esos encuentros no tenían importancia porque me amaba solo a mí… Cuando la de turno era dejada a un lado, yo me decía a mí misma: “Su verdadera mujer soy yo”.”
Estuvieron juntos 14 años, entre separaciones y reconciliaciones, Fuentes no dejaba de tener sus aventuras hasta que empezó una relación con la periodista Silvia Lemus, quien fue su pareja hasta el fin de su vida. Durante los siguientes años Rita Macedo tuvo otras parejas, aceptaba algunos papeles pequeños en televisión y filmó otra de las grandes películas del cine mexicano: El Castillo de la Pureza. Estaba orgullosa de sus dos hijas y de su hijo, se convirtió en abuela, pero se sentía incompleta.
Las mujeres no somos educadas para racionalizar sobre cómo manejar las diferentes etapas que se van presentando en nuestro camino. Los hombres tampoco. Pero ellos pueden, en el campo amoroso, seguir viviendo activamente hasta el fin de sus días. Nosotras de pronto descubrimos que, al no ser objetos deseables, no pertenecemos al mundo afectivo. Podemos tratar de llenar nuestro tiempo con trabajo o el afecto que nuestros hijos nos quieran dar. Con viajes. Con reuniones de amigos. Pero el vacío que deja la ausencia de un compañero con quien compartir las impresiones que nos deja un libro, sentarte sola ante la mesa, ver un programa de televisión sin poder hacer un comentario, son esas cosas las que duelen y sé que dolerán siempre. Comprendo que la culpa es mía, pero comprenderlo no alivia ni llena ese hueco constante.
Cecilia señala que estas fueron las últimas palabras que escribió su madre, a la mañana siguiente, 6 de diciembre de 1993, Rita se suicidó. Cecilia no explica ni tampoco trata de interpretar o juzgar la decisión de su mamá, evoca buenos y malos momentos, complicidades y disgustos, el orgullo que sentía por su trabajo como actriz y el desconcierto por manifestarle un amor maternal nada tradicional. Se cuestiona si fue injusta con su padre y lamenta haber creído las historias en torno a él, “me dio en la torre a mí, pero sobre todo se dio en la torre a ella. Estoy segura de que toda la vida se arrepintió de lo que hizo, pero nunca lo dijo”.
En el apartado final da voz a sus hermanos, a los nietos de Rita y algunas amistades cercanas que la evocan con cariño y confiesan extrañarla, pero alguien escribe una frase significativa: “Rita siempre hizo lo que le dio la gana: así hasta el final”.
*“Mujer en papel”. Memorias inconclusas de Rita Macedo. Recopilación y edición de Cecilia Fuentes. 2019, México: Editorial Trilce.