ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Hace diez años Oswaldo Estrada presentó el libro titulado “Ser mujer y estar presente” y este mes de marzo vale la pena volver a leerlo, recomendarlo si todavía no lo han leído o sugerirlo como una lectura necesaria para palpar la presencia de las mujeres en la literatura mexicana.
El libro nos guía generosamente para conocer el perfil de cada escritora elegida por el autor. A veces parece un manual comprometido con orientarte para que no dejes de leerlas, otras un directorio que te da nombres y datos representativos, muchas más un catálogo generoso que te ofrece palabras sabias, relatos inolvidables y personajes espejo. El muestrario literario da voz a:
Nellie Campobello y sus dos obras representativas: “Cartucho” (1931) y “Las manos de mamá” (1937):
“Esbelta como las flores de la tierra cuando danzan mecidas por el viento. Su perfume se aspira junto a los madroños vírgenes, allá donde la luz se abre entera. Su forma se percibe a la caída del Sol en la falda de la montaña. Era como las flores del maíz no cortadas y en el mismo instante en que las besa el Sol. Un himno, un amanecer toda Ella era. Los trigales se reflejaban en sus ojos, cuando sus manos, en el trabajo, se aprestaban sobre las espigas doradas y formaban ramilletes que se volvían tortillas húmedas de lágrimas.” (Campobello, “Las manos de mamá”)
Rosario Castellanos, mi amada novelista, poeta y filósofa que se construye letra a letra porque toda su escritura es un verdadero acto de independencia y poseedora de un lenguaje combatiente, cualidades que sin duda la mantienen latente en las nuevas generaciones de lectores de este siglo XXI:
“Mujer, pues de palabra. No, de palabra no. Pero sí de palabras, muchas, contradictorias, ay, insignificantes, sonido puro, vacuo cernido de arabescos, juego de salón, chisme, espuma, olvido.” (“Pasaporte”, Rosario Castellanos)
Elena Poniatowska, sencilla y humilde, fiel a su espíritu periodístico prefiere rescatar miles de voces extraviadas en el silencio de la cotidianidad, aunque también ha recreado vidas como las de Tina Modoti o Lupe Marín. Su escritura, siempre delata el gran compromiso social que la ha distinguido durante décadas y décadas de recuperar historias:
“Desde 1953 me fijo en los que caminan por la calle, el barrendero con sus siete perros, Tere la limonera en el mercado de Coyoacán, Lucía la que cose a domicilio, los que vinieron del campo al DF y todavía traen manos de ordeñar vacas, de trasquilar borregos, de palmear tortillas. Intento vivir pensando en aquellos que tienen que irse a los Estados Unidos porque si no morirían de hambre y en los que no logran irse y mueren de hambre. (Elena Poniatowska, “Amanecer”, crónica)
Carmen Boullosa reitera porque su obra es el futuro de la memoria, “manipuladora” del pasado se obsesiona por recalcar cuestiones irresueltas del presente:
Los conquistadores somos nosotros. Sabemos que nuestros dioses y nuestras costumbres murieron y que somos hechos de la sangre que nos destruyó y de la sangre que perdió a los dioses, somos hechos de todo, del que ganó y del que perdió, del que triunfó y del derrotado, del que destrozó y del que fue destrozado, de la resistencia y valentía de la parte vencida y de la derrotada del ganador, sobre todo estos dos últimos elementos”. (Carmen Boullosa, “Códice Florentino”)
Mónica Lavín hace coro con Sor Juana para repetir: “Yo, la Peor”, novela donde reconstruye a su manera la vida de la Décima Musa, entre la ficción y realidad, admiración y nostalgia, misterios sin resolver y homenaje honesto:
“Ahora me piden que sea otra de la que soy, que me corte la lengua, que me nuble la vista, que me ampute los dedos, el corazón, que no piense, que no sienta más de lo es menester y propio de una religiosa, de una esposa de Cristo. ¿Quién ha decidido que no pensar es propio de la mujer del Altísimo? (Mónica Lavín, “Yo, la peor”)
Margo Glantz bendice con sus textos las apariciones en clave de mujer”, es una escritora consagrada que nos lleva a recorrer diferentes escenarios y paisajes, que con un estilo complejo pero cautivador, lanza miradas cuidadosas y fragmentadas sobre el cuerpo, como ella misma lo reconoció en una entrevista, sin duda, su obra provoca incendios eróticos:
“… suelo acariciar mis pezones, son rugosos, el texto me excita, los retuerzo entre mis dedos, uno a uno, quiero que se pongan rojos, erectos, brillantes, calientes… (Margo Glantz)
Rosa Beltrán ha creado y recreado personajes que representan mujeres de armas tomar” porque cada personaje femenino es una mujer transgresora. En sus diálogos y narraciones ella cuestionan, luchan contra su propio destino, enfrentan a quien sea para cambiar a la sociedad, que mueren y renacen gracias a su propio espíritu:
Era una estupidez pensar en términos de cantidad. El carácter único del yo no puede expresarse a través de una suma, ni menos encarnar en lo general: Las Mujeres. Qué tontería pensar que era posible apoderarse de algo como la variedad, el conjunto de manifestaciones de esto que llamamos “lo femenino”. Como si se tratara de una tierra incógnita hecha de su mismo lodo. Como si todas fueran una. (Rosa Beltrán, “Alta infidelidad”)
Cristina Rivera Garza es una escritora cuya obra confirma que en gustos se rompen géneros, es una escritora que resulta difícil situarla en un lugar específico de la literatura mexicana. Puede decirse que ella es del sur, del centro y del norte, por eso para leerla es necesario borrar las fronteras de la historia y la literatura, palpar las identidades ambiguas y reconocer que en lo femenino está lo masculino y viceversa. Esa ambigüedad ha sido clave de su éxito.
Me llamo Cuerpo Que No Está.
(no es otra cosa más que terror)
Me llamo Algo Que No Puedo Olvidar ni recordar.
(no es otra cosa más que terror)
Me llamo Dieciséis Años de Huir. Ese Intervalo. Ese Silencio,
(no es otra cosa)
(es terror)
Me llamo Mujer Que Escucha.
(es otra cosa)
Me llamo Mujer Que Escribe
(terror)
(Cristina Rivera Garza, “Lo Anterior”)
Guadalupe Nettel en estos últimos años se ha convertido en mi autora preferida. Me encanta cuando inicia el capítulo afirmando que leerla es ingresar a un laberinto literario donde lo normal es ser diferente, caminar a tientas por el mundo de los ciegos o descender a los pasadizos subterráneos de la ciudad de México. Ella explora quiénes somos en realidad bajo las máscaras que preferimos llevar a cada paso, en cada encuentro y desencuentro.
En la calle los ciegos pueden parecer integrantes de alguna secta. La forma en que caminan, la expresión de su rostro los hace ver como si aprovecharan cada segundo de su silencio para perderse en meditaciones sobre todo lo que no pueden mirar. (Guadalupe Nettel, El Huésped”)
Es así como “Ser mujer y estar presente” de Oswaldo Estada representa una gran oportunidad de repasar la historia de la literatura mexicana hecha por mujeres. Significa reconocer las aportaciones de historias y estilos, de personajes reales que no existen y de personajes de ficción que se parecen a tanta gente que conocemos. Es hacer visibles palabras e imaginación, sensibilidad y talento de mujeres que encuentran en las palabras la mejor manera de inspirarse, provocarnos y hacernos palpar el amor por la vida. La obra analiza y da pautas para comprender la obra de cada escritora elegida. No es complaciente pero sí reconoce aportes y retos. Se reconoce como un autor que se aproxima y practica la crítica feminista, que comprende la perspectiva de género y palpa las subjetividades rebeldes que laten en cada página de las novelas leídas y analizadas. Su compromiso y seriedad al hacer este trabajo queda perfectamente plasmado en el fragmento elegido para iniciar la introducción: “Hay libro, autores a los que se ve uno obligado a regresar siempre, porque su vigencia no decae, porque su lección es siempre oportuna, porque su ejemplo no pierde validez. Rosario Castellanos, Esplendor y miseria”.
Ficha: Oswaldo Estada (2014). “Ser mujer y estar presente. Disidencias de género en la literatura mexicana contemporánea”, México, UNAM.