ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Hace unos días fue mi cumpleaños y para apapacharme a mí misma evoqué a las mujeres que con su historia en los escenarios literarios, periodísticos o artísticos han tallado de alguna manera mi personalidad, inspirándome para cantar o escribir, llorar o reír. Mujeres que todavía hoy persigo o me persiguen mientras cumplo un año más, reconociéndome como una señora de 63 años.
Cierro los ojos y veo mi imagen de niña reflejada en el gran espejo que hasta la fecha enmarca el comedor de la casa de mi mamá y de mi papá. Tengo un salero en la mano y me creo Angélica María. Quiero bailar con Edy Edy, hacer enojar más a Jonhy o que paso a pasito llegaré al corazón de la gente que amo.
Mi mirada infantil se embelesa leyendo a Yolanda Vargas Dulché y deseo ser como alguna de sus protagonistas, desde la traviesa Ladronzuela hasta la sexy Rarotonga. La historieta era lo más que se leía en mi casa, por eso es inolvidable ese día que mi padre llegó con un librito rectangular que atrapaba en pequeñas viñetas a una niña que según mi papá se parecía a mí: Mafalda, filósofa de mi vida.
Me voy de pinta con mis amigas de la secundaria y en la Cineteca Nacional la gran pantalla vuelve gigantesca a Janis Joplin, su voz sacude mi alma, sus canciones parecen aconsejarme para convertirme en una bruja cósmica.
Y un día voy a la fuerza a conocer el mural “Sueño de una tarde dominical en la Alameda” de Diego Rivera. Llama mi atención una mujer de grandes cejas. Fue esposa de Rivera, deberías visitar su casa en Coyoacán, aconsejó mi profesor. Alumna nerd lo obedecí sin suponer la manera en que Frida Kahlo marcaría mi vida. Como ella he descubierto los clavitos que lastiman mi alma, he pintado en mi frente al hombre que amo y he comprendido a las dos elviras que guían mis sueños.
Alguien deja un suplemento literario en mi casa y al hojearlo un poema me delata por completo, Kyra Galván señala las contradicciones ideológicas al lavar un plato y empiezo a comprender por qué uso perfume y por qué quiero cantar a la belleza del cuerpo masculino. Su poesía sigue siendo mi espejo siempre que la leo.
Quiero ser Susana, personaje de la novela de Ciudades Desiertas de José Agustín, para enfrentar a todos los machines que se cruzan en nuestras vidas. Otra Susana me advierte que no es malo ser una pasmada mientras tengas a tu lado amigas verdaderas, como lo demostró Ma. Luisa Puga en “Pánico o peligro”.
Decido que seré como Laureana Wright, periodista del siglo XIX y fundar un periódico llamado Violetas del Anáhuac. Qué ganas de parecerme a Peggy Sue para regresar a mi pasado y tratar de cambiarlo. La portada de un libro llama mi atención, es la novela de “Árráncame la Vida”, no sé si admiro más a Catalina Ascencio o a doña Ángeles Mastretta.
Avanzo por la vida vistiéndome a la Flans y enamorándome de mis fans. En la especialidad de estudios de la mujer expuse a Rosario Castellanos y por su culpa siguo apostando por otro modo de ser humano y libre.
Mecerla Serrano provoca que todos los días le rece a Nuestra Señora de la Soledad, mientras que Rosa Montero me delata solidariamente en La loca de la casa.
Al empezar el siglo XXI creo atisbarme en el filme de Amélie, escucharme en la voz de Natalia Lafourcade, leerme en los textos de Guadalupe Nettel, seguir los pasos de Sara Lovera, eternizar mi grito de rebeldía como el cuadro de Rosa Rolanda, autobautizarme como una Melody gracias a Gloria G. Fons, seguir estudiando la prensa de mujeres como me enseñó Florence Toussaint o reconocerme como una llanera loquitaria porque Beatriz Escalante es mi mejor consejera literaria.
Ya 63 años y las mujeres de mi vida me apapachan como nunca.