ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Margarita Michelena apareció en mi vida, en mis proyectos, en mis escritos y en mis espejos. Ya sabía de su existencia por su trabajo periodístico en Excélsior, pero nunca me pregunté en qué región del país había nacido, caprichosa geografía que la hizo surgir con una bella presencia y un airoso estilo que le dio un lugar en la literatura y el periodismo en México.
Pero un día, los vientos bellos soplaron ilusionados y arraigaron mi alma en Pachuca, precisamente la ciudad donde ella nació. Mi pasión por descubrir y recuperar historias femeninas fue la primera provocación para reencontrarla. Así, en las enciclopedias biográficas y una que otra semblanza descubrí que había nacido en tierras hidalguenses. Por eso, la recuperé en mi libro Bellas y Airosas: Mujeres en Hidalgo donde escribí:
La poeta Margarita, la escritora Michelena. La sensible Margarita, la exquisita Michelena. La periodista y la crítica. La de mirada sagaz y tono mordaz. La diva del viento, la bella y airosa. La mujer de palabras, la cautiva en su poesía. La trágica y la realista. La radiante y la ensimismada. La nacida en tierra hidalguense. La de raíces pachuqueñas. La misma que pasó más tiempo en la ciudad de México, pero que no olvidó la mirada profunda de un minero humilde, el olor a pan de las mujeres de Zacualtipán o las horas marcadas alegremente por un majestuoso reloj.
Su carácter fuerte se desbordó en cada uno de sus libros y de los datos que fui encontrando sobre ella. Su hija Andrea Cataño aceptó darme una entrevista para charlar sobre su mamá. Poco a poco me gané su confianza y compartió anécdotas muy bellas:
Mi mamá siempre que hablaba de Hidalgo sentías su amor y su nostalgia. Me platicaba de su infancia donde su mirada descubría la magia, gracias a la belleza generosa de Mineral del Chico, donde pasó su primera infancia. Le gustaba platicarme de la manera en que el viento de Pachuca le susurraba relatos de minas que se enamoraban de los hombres que las irrumpían temerosos de su conquista. Se acordaba del sortilegio en que Molango lograba envolverla para arrullarla. Tuvo una nana Otomí que la hizo amar sus raíces. Palpó nuestra cocina hidalguense y aprendió a hacer pastes y hasta preparaba un suculento mole verde en una olla para ella sagrada porque era una olla otomí. Incluso le enseñaron a hablar en otomí.
Fue muy emotivo que ella fuera la voz guía de ese libro que yo quería escribir y que fuera tan generosa de mostrarme a una mujer madre, humana, con su carácter y su amor total:
Mi padre fue un hombre sabio, un ser maravilloso y brillante en toda la extensión de la palabra. Y le puedo jurar que adoraba a mi mamá. Fue muy consentidor conmigo y con mi hermano. Llenaba la casa de música, ponía discos clásicos y nos llenaba de violines, de coros angelicales. Mi infancia tiene de fondo a Beethoven, Mozart y Chopin. Y, ¿sabe? Mi papá siempre estaba en la casa y la que salía a trabajar era mi mamá. Él se quedaba a pintar y muchas veces, mientras trazaba y llenaba de colores sus obras, charlaba y charlaba. Y vaya que sabía de arte pues además de pintor fue perito evaluador. Disfrutaba la pintura con amor y pasión. Siempre me describía cuadros inmortales y memorables. Me aseguraba que cada cuadro tenía una puerta o un ombligo, que todo era cuestión de admirarlo con calma, de permitirle a la mirada descansar, pasear, reposar en cada color, en cada trazo, en cada rincón de esa obra. Y cuando encontrabas esos puntos, encontrabas todo lo bello y todo lo hermoso. Por ejemplo, cuando me describió “Las Meninas” de Velázquez, sentí que perdía hasta la respiración. Con amor me indicaba: “observa esa mirada infantil, siente lo sedoso de sus cabellos de oro, observa al pintor y su mirada mágica”. Le juro que el día que fui al Museo Del Prado, lloré y lloré cuando me topé con esa maravillosa obra de arte. Pensé en mi papá y su poesía para lograr que yo amara el arte. Mi papá murió cuando yo tenía 13 años, ya se imaginará el dolor que todavía me produce su ausencia. Sin duda, él fue determinante para que yo eligiera el arte como mi forma de vida, como mi profesión, como mi proyecto para expresarme y decir lo que siento. Fue mi papá el que se ingenió para conocer a mi mamá y para que ella lo conociera. Después de él, nadie más estuvo en su corazón. Recuerdo con mucha emoción una vez que los vi bailar, de inmediato pensé y sentí: “Se quieren mucho”.
Andrea Cataño no ha dejado de ser la primera promotora de la vida y obra de Michelena. Generosa donó parte de un valioso material de la poeta, fotos, documentos, libros y cartas. De igual manera, la sigue describiendo con total cariño y bellas evocaciones:
“Me atrevo hoy a hablar de ella no solamente porque fue mi madre, sino porque fue una mujer que nos abrió camino entre otros, en el periodismo, ya que fue la primera pluma femenina que ocupó las páginas editoriales. También fue la primera mujer directora creativa de publicidad, cuando, siendo muy jovencita, empezó a hacer slogans, para apoyar los patrocinios de sus anunciantes para los programas de radio cuyos guiones escribía y producía. De ella es el lema «Mejor mejora Mejoral», considerado como uno de los mejores de la historia de la publicidad en México… Era delgada, hiperactiva, dueña de una memoria y una cultura extraordinarias, ávida siempre de conocimiento. Intelectual por una parte y, por otra, totalmente femenina: leía a Unamuno y tejía suéteres divinos; escribía sonetos quevedianos y preparaba un bacalao extraordinario…y bordaba en petit-point. A ella nada se le dificultaba, con excepción de conducir autos y cambiar pilas”.
Este lado humano de Michelena puede recuperarse en testimonios de amistades, de gente que la trató y la quiso, así Enrique de la Peña, dijo lo siguiente de la poeta:
“Margarita frente a nosotros es toda su desafiante sencillez, en su ingenio verbal inagotable, en su pasión indeclinable por la vida y la dignidad… La Margarita plural que ríe cocina, besa a sus nietos, orienta a sus hijos, ayuda a sus amigos, urde las bromas de más sabrosa hondura, orla de oprobio a sus enemigos, cree en Dios Padre Todopoderosos y, sobre todo, aunque no lo confiese, en el Espíritu Santo, con quien cultivó una intimidad lúcida hecha de guiños, alegría y perdón sacramental para todos… menos para los tibios, los vacíos, los deshonestos o los confusos… Vayan pues, estas palabras mías a mi hermana de elección, a la Margarita profunda, terrible, que sabe reír con una risa que celebra el talento y se nutre en la razón, o lamentarse con el duelo cósmico de los poetas y los visionarios”.
La vida activa, esa vida de ideas y pensamientos, de retos y aventuras tuvo un abrupto alto, en 1995. Durante tres años estuvo enferma y fue operada. La recuperación fue lenta. Su hija Andrea Cataño la cuidó:
Parecerá absurdo o exagerado, pero a mi madre le preocupaba ya no poder colaborar en el periódico. Era tanta su pasión y su compromiso que durante un tiempo la ayudé a escribir sus artículos. Para ella escribir significaba sinónimo de vivir, de estar viva. Debido a su enfermedad empezó a tener limitaciones de lenguaje, a veces era necesario adivinar que decía, que quería, qué pensaba. Pero no quería dejar de escribir. Entonces yo me sentaba ante el teclado y pacientemente esperaba capturar sus ideas, a veces nos tardábamos dos días completos para hacer un texto que antes ella producía en unas cuantas horas. Pero no quería dejar de sentir esa sensación de atrapar las palabras, y yo hice todo lo posible porque su pensamiento siguiera reflejado en frases, su sentir en oraciones puntuales y bien construidas. La experiencia de compartir su forma de escribir me enseñó a mí a hacerlo.
Pero llegó ese 27 de marzo de 1998, ese día en que la desesperación de una hija se desborda cuando siente perder en las manos la vida de quien se la dio tan generosamente… Las palabras pierden aliento, las frases parecen sofocarse, las ideas girar en una espiral asfixiante. Suspiros entrecortados que se aferran a los paisajes de la Bella y Airosa. Exhalaciones que se detienen ante el poema que sigue latiendo. Alientos que ya no pueden aferrarse a la palabra impresa. Respiros que ya no rozan la vida, que quieren poner punto final a la inspiración. Margarita se va sin aliento, Margarita guarda silencio por primera vez sin su vida, con su muerte.
Pero voy caminando hacia el retorno.
Pero voy caminando hacia el silencio.
Pero voy caminando hacia tu rostro,
Allá donde la música dejó ya de ser tiempo,
Allá donde las voces son todas y la voz tuya.
Aún es mi camino de palabras
Aún no me disuelves de tu música,
Aún no me confundes y me salvas.
Más tú me tomarás desde el cadáver vacío de mis pasos,
Derribará tu soplo la muralla
Y apagará la vacilante antorcha
Con que mi voz, abajo, te buscaba.
Recobrarás la espalda
Que un ángel puso en mi costado
Y este sonoro sello que en mi frente
Me señaló un destino de nostalgia.
Y callaré. Devolveré este reino
A frágiles palabras.
¿A qué cantar entonces, si ya habré recordado, si estará abierta entonces esta rosa enigmática? (La desterrada)