ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Años de revisar materiales, de escarbar textos, de preguntar y buscar, de encontrar y ordenar, a veces de manera cronológica, muchas veces por intuición y buena fe. Quise llenar esos huecos que yo advertía en la vida de Laureana Wright, periodista admirable, feminista inspiradora, quien pese a su apellido nació en nuestro país, mexicana natural de Taxco, Guerrero.
En algunos destellos que se han recuperado de su vida, se aportaban datos puntuales, pero yo quería saber más de ella. Ya no podía entrevistarla, solamente sus textos me hablaban. Tenía el contexto, faltaban detalles de su historia personal.
Entonces acomodé todo lo escrito sobre ella, detecté lo que no se sabía y puse a trabajar a mi imaginación, que la inspiración literaria me permitiera dibujarla a mi manera. Así, empecé a suponer la forma en que su padre decidió que su niña fuera educada en casa.
Quise suponer que pudo conocer a Juan Díaz Covarrubias porque es dos líneas de una investigación un autor destacó esa posibilidad. Laurerana siempre firmó sus textos agregando el apellido de su esposo, Kleinhans, ¿lo hizo por costumbre, porque lo sentía parte de ella, porque al ser también extranjero le daba un toque exquisito a su rúbrica? La duda en torno a si el presidente González quiso expulsarla del país, y la seguridad de que, si ocurrió, ella supo responderle con dignidad. Si se enamoró y tuvo que persuadir a su esposo para que él respetara esa pasión periodística que la hizo fundar “Violetas del Anáhuac”. Quise intuir dónde encontró los textos que más tarde influyeron en su pensamiento para que ahora la consideremos una feminista del siglo XIX.
Cuántas preguntas, cuántos cabos sueltos. Aproveché cada dato que pude extender gracias a la generosidad de la literatura. Nombres que pude confirmar gracias al rigor histórico. Escenas que pude recrear gracias a novelas escritas en esa época. Voz que pude recuperar al tener acceso a las publicaciones periodísticas que digitalizó la Hemeroteca Nacional. Me puse a desmenuzar las investigaciones de Leticia Romero, Lourdes Alvarado y Elva Rivera, quienes espléndidas me compartieron detalles de la época, documentos originales o sugerencias de espacios académicos para consultar el acta de nacimiento o la de matrimonio de este personaje femenino que me cautivó desde 1985 cuando hice mi tesis de licenciatura.
Este titánico trabajo me hizo evocar a esa adolescente que fui y quien de lunes a viernes llegaba a hojear esos periódicos del ayer, embelesándome con la pluma de esa mujer y tomar la lupa para buscar más información sobre ella. Espiar a esta señora de seis décadas que soy ahora, segura de que la literatura me ayudaría a mostrar a Laureana en todo su esplendor y que podía atreverme a escribir una novela histórica sobre ella aprovechando cada dato verídico, seduciendo a mi imaginación para que recreara todo lo que no se sabe de esta gran mexicana.
Me murmuraba a mí misma: Vamos, dibújala escribiendo, persiguiendo musas con alas de mariposa, descubriendo las letras con verdadera curiosidad. ¿Conocería a Juan Díaz Covarrubias? Ojalá, que sus ojos se vieran en los suyos por lo menos una vez. La quiero enamorada, pero clara en su decisión de dedicarse a escribir, de quererse más a ella primero.
Sí, recuperaba a Laureana viéndola compartir su poesía con Manuel Acuña, aceptando más invitaciones a publicar sus poemas en revistas de la época que a bailar un vals. Cuestionándose cuando escribe su primer poema de amor, tratando de explicarse el deseo que late en su cuerpo al conocer al hombre que ama, interrogando a la sociedad por qué no se le permite ser esposa, madre y escritora a la vez.
Sí, me decía cada mañana que llegaba a mi cubículo dispuesta a reconstruir a mi modo la vida de Laureana. Sí, recupera su amistad con Mateana Murguía y Matilde Montoya, su sorpresa al leer los primeros textos con tono feminista, su búsqueda en el espiritismo y la masonería para no dejar de cuestionar su rol asignado por la sociedad de la época. Detalla las oficinas de su semanario Violetas del Anáhuac, su liderazgo lleno de absoluta sororidad.
Cada día, de siete de la mañana hasta la noche, disfrutaba hasta la ignominia teclear cada escenario, cada diálogo, cada pensamiento, cada ruptura de ella con esa educación tradicional. Su lucha contra la enfermedad que logró vencerla cuando apenas iba a cumplir 50 años, pero que la volvió inmortal porque en este siglo XXI seguimos pensando en ella, leyéndola, imaginándola.
Por supuesto, la tarea fue gigantesca, pero conté con la generosidad del taller de novela de Agustín Cadena, donde él y mis compañeros/compañeras opinaban, esbozaban críticas acertadas y consejos invaluables. Gracias a la provocación de Kyra Galván, no me conformé con la primera versión, pulí con mucho amor a esa mujer que imaginaba, pero que jamás traicionaría. Sí, una Laureana humana, sensible, sin piel de bronce sino de manzana dispuesta a invitarnos a pecar. Nunca dejaré de agradecer la paciencia Gloria G. Fons, quien página por página, leía, sugería, corregía, revisaba.
Qué miedo y qué gozo, que alegría y qué cuidado al escribir esta novela que titulé “Tinta Violeta”, en honor a ese periódico que Laureana fundara en 1887, Violetas del Anáhuac, el periodismo de mujeres en todo su esplendor. Darle voz a ella, a sus aliadas y cómplices, a los hombres que amó, a los aliados que la motivaron a moverse dentro del mundo literario y periodístico.
A su familia que siempre creyó en ella. A las otras mujeres que recuperó en su columna donde destacaba los grandes logros de sus contemporáneas. Palpar a esa mujer perfecta, título del último artículo que publicó en El Correo de las Señoras, donde argumentó que para adquirir tal perfección solamente una mujer necesitaba amarse a sí misma y a su sexo. Me fascinó ubicarla en el mundo del espiritismo o enfrentarla con los masones.
Qué es real y qué es inventado, me preguntan quienes ya la leyeron. Preguntan cuántos libros revisé para darle la cronología necesaria, cuántas torturas a mi mente para no reprimir esa imagen de niña juguetona, de adolescente insegura, de poeta innegable, de periodista reflexiva, amiga leal, de mujer admirable, feminista por siempre.
“Tinta violeta” es mi segunda novela y ha podido publicarse gracias a DEMAC, a su generosa directora Amparo Espinoza, a la mirada solidaria de Graciela Enríquez y todo el equipo maravilloso de esa organización. Mi novela tiene una portada provocadora e ingenua porque Anilú Zavala fue solidaria conmigo y me regaló esa imagen de una Laureana formal que usa lentes modernos informales. El ritmo de la narrativa no se perdió gracias a la corrección de estilo de Mar Vega.
Quienes ya la han leído, dicen que vale la pena. Quiero creerles con verdadera ingenuidad y total agradecimiento. Yo solamente puedo pedirles que la lean, pueden descargarla gratis en: https://demac.org.mx/acervo/tinta-violeta/…