ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. En 1981 fui aceptada en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la UNAM, para estudiar la licenciatura en ciencias de la comunicación, yo quería ser periodista. A lo largo de los semestres siempre había compañeros inoportunos que dudaban de mi vocación y que con gran sarcasmo preguntaban qué mujeres periodistas había en México. Por supuesto, el primer nombre que de inmediato llegaba a mi mente era el de Cristina Pacheco.
Tuve el gusto de conocerla en 1977, cuando yo apenas tenía 15 años y mi amiga Regina me llevo a canal 11 donde trabajaba su padrastro. Recuerdo muy bien que entramos al pequeño estudio, se transmitía en vivió un noticiario, tanto en el monitor como el foro pude verla, habló con precisión, segura e inspirada.
Al terminar la transmisión don Juan Helguera me la presentó, lo primero que le dijo fue: Esta niña quiere ser periodista. Cristina de inmediato sonrío y me abrazó para felicitarme por esa decisión. Dijo cosas lindas de la importancia de ser periodista y yo salí más convencida que nunca de mi destino periodística.
Años después, fui otra vez al canal del Instituto Politécnico Nacional, había conseguido que nos diera una entrevista a varias compañeras de la universidad y a mí. Nos sentamos frente a su escritorio, mis amigas sacaron de inmediato su grabadora, la mía se atoró en mi mochila.
En eso, Cristina empezó a regañarlas: No, no, no pueden preocuparse por sacar primero ese aparato. Aprendan a su amiga. La grabadora no es indispensable en las entrevistas, su mirada sí, solamente de esa manera podemos ganarnos la confianza de nuestro entrevistado. Mirarlo de frente, con transparencia y verdadero interés. Nunca olvidé esa lección.
Cada libro que publicaba lo compraba de inmediato Para vivir aquí (1983), Sopita de Fideo (1984), Cuarto de azotea (1985), Zona de desastre (1986) o Los dueños de la noche (2001). Cuando empezó a publicar en el periódico La Jornada su columna cada domingo, en la contraportada del diario, jamás dejé de leerla, ese “Mar de historias” me convirtió en sirena.
Volví a encontrarla en un evento de periodistas organizado por Sara Lovera, cargaba yo a mi hijo Baruch y tomaba nota de los discursos de las mujeres invitadas, entre ellas, por supuesto, Cristina Pacheco. Le recordé nuestros encuentros anteriores, besó a mi hijo y dijo que adoraba a las reporteras que se las ingeniaban para no dejar esa pasión de perseguir la noticia.
Ya como profesora de la UNAM y más tarde en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo la recomendaba para aprender a hacer entrevistas y crónicas. En historia de los medios es un referente obligado del buen periodismo en televisión.
Siempre cuento la anécdota que una vez en su programa “Aquí nos tocó vivir” recorrió varios mercados y trató de comprar lo indispensable con el sueldo mínimo de esa época. Sacudió conciencias, sensibilizó corazones de piedra, demostró que la mayoría de las mexicanas hacen milagros con tan poco dinero para alimentar a sus familias.
Este cariño y admiración fueron determinantes para proponerla cuando fui jurado del Premio Nacional de Periodismo. La primera vez, no quedó, la segunda tampoco, pero en la tercera neciamente me aferré a que era ella o nadie, tuve el apoyo de varios colegas y hubo un empate, pero esta vez el reconocimiento a su trayectoria fue confirmado.
Siempre que podía seguía viendo sus programas en canal 11. Cuando falleció su amado esposo, José Emilio Pacheco, lloré junto con ella. En el aniversario 40 de “Aquí nos tocó vivir” le dediqué mi programa de radio. La emisión inició citándola textualmente: “Mi destino es escribir historias, ese destino me gusta; no me arrepiento de nada de lo que escribo; puede ser que no sea el mejor texto del mundo, pero sé que es el mejor que hice en un momento determinado” y ese mismo programa lo cerré con otra frase que todos los días me inspira: “Si este trabajo no te apasiona, no lo hagas. El periodismo es talacha con pasión, sin eso no sirve para nada”.
Hoy 21 de diciembre de 2023 Cristina Pacheco ha muerto, pero ya es inmortal gracias a cada uno de sus textos que volveré a leer con cariño y admiración.
¡Hasta pronto, Cristina Pacheco!