BELLAS Y AIROSAS/ Festejando 61

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). 15 de abril, cumplo 61 años, celebro con unas invitadas especiales que ya tocan a mi puerta… Mientras abro, una sonrisa se dibuja en mi rostro al descubrir que ninguna faltó:

Elvirita, de 11 años cumplidos.

La Vivis quinceañera.

Elvis universitaria.

La señora Elvira que se convirtió en mamá a los 30.

Doña doctora Elvira, la misma que huyó hacia la Bellairosa y no deja de suspirar enamorada.

Todas traen anteojos, pelo lacio rebelde, minifalda provocativa, medias coloridas y sonrisa cómplice.

Entran como elviras por su casa y pasamos a la sala donde se hacinan reproducciones de la obra de Frida y alguna de ellas palpa que también está llena de clavitos, una se reconoce partida y la otra fragmentada como esa columna rota, pero ese dolor nunca nos ha doblegado. La que se cree más madura me toma del brazo para imitar a Remedios saliendo del psicoanalista y me obliga a deshacerme de esos rostros que pueden herirnos. Elvirita se emociona con las pinturas de sirenas juguetonas, es la inocencia lúdica que nunca ha dejado de fortalecernos.

En el comedor saborean cada platillo servido en la mesa, sobre todo los postres que endulzan nuestra alma y que a cualquier edad los hemos convertido en el premio merecido por sacarnos diez o por brillar sin más esfuerzo que el provocado por la pasión que le ponemos a la vida. Vivis maniobra el viejo estéreo para escuchar nuestras canciones preferidas y a todo pulmón entonamos ser más bonita que ninguna. Alguien elige un disco de acetato para volverse la pareja de John Travolta, aunque una mano opta por accionar el reproductor del cd como señora de cuatro décadas que Arjona homenajea, mientras yo bailo sobre la mesa jurando que mis caderas no mienten.

Al entrar a la cocina, adivinamos aromas:

— ¿Huele a sopa? — entonces todas casi vomitamos leales a Mafalda.

— No, -corrige una de ellas- la esencia es de pan con mantequilla — como el que hacía mi mamá, murmura Elvirita.

— A café recién hecho — el mismo al que nos hicimos adictas en las noches de escritura.

— A chocolate oaxaqueño — que ninguna sabe convertir en espuma.

Subimos las escaleras rodeadas de soles y de lunas. Siempre he estado enamorada de ese sol que sopla vientos de esperanza y nos despeinamos provocativas frente a él.

Nada como mi cama con la cabecera de eclipse, soy luna llena cuando despierto junto al hombre amado, sol cuando no olvido a todas las que soy.

Una de ellas ha llenado la tina del baño con espuma y ha esparcido granitos de sal para chapotear como sirenas, cantamos para provocar a los piratas, nos sumergimos algunas veces para resistir, pero jamás para rendirnos.

Por fin, llegamos a nuestro lugar favorito, esa habitación propia, donde las historias brotan, donde mis dedos brincan por el teclado, donde la pantalla en blanco es la esfera mágica que me deja imaginar a todas las Elviras que soy, ellas que nunca dejan de ser cómplices, visitas esperadas, huéspedes eternas.

Peleamos encantadas para reflejarnos en ese espejo de luna que está a la entrada de mi estudio. Curiosamente la única imagen que se refleja nos reconcilia, es la figura de la Elvira que hoy cumple 61 años: Medias de colores sicodélicos. Minifalda negra y playera con el rostro de una de las chicas super poderosas. Evocamos los murmullos de la clásica pregunta que hemos escuchado a lo largo de nuestra vida: ¿Por qué te vistes así? Reímos cómplices. La respuesta es tan sencilla: siempre he sido así.

La pequeña Elvira insiste en recordarme ese día vestida como el llanero solitario, pero con falda porque era la versión para niña. No me lo quité en toda una semana. Una prima, con tono envidioso, gritó: ¡La llanera loquitaria! Iba a llorar, pero el ritmo de una canción ayudó para responderle con voz entrecortada: Loca, loquera, pero cascabelera… ¡Hiyo-Silver!

La adolescente Vivis evoca la secundaria cuando me enamoré de Janis Joplin y conseguí que mi mamá me comprara unas gafas redondas muy parecidas a las que la bruja cósmica lució en una de sus memorables fotografías. Qué sencillo entonar, desgarrándome la garganta, “Kosmic Blues”, la canción que mejor delata mi sentir.

Elvira universitaria todavía extraña sus jeans rotos, ahora de moda, por cierto, y que mi mamá los tiró a la basura porque no le gustaba que pareciera “pordiosera”. Lloré tanto, mi luto fue vestirme como Ivonne la del grupo musical Flans, al mismo tiempo que cantaba: “No controles, no controles…”

Durante mi embarazo conseguí que una amiga me diseñara minifaldas, nada de esas batas cursis de maternidad. Mi madre reprobaba con la mirada, mientras mi suegra se persignaba al verme. Las dos matriarcas reprobándome y yo me sentía tan frágil ante ellas, pero enamorada de mi vientre abultado salía a la calle para no escucharlas y caminaba cantando: “Qué alegre va María”.

Ya doctora, encontré un paraíso belloairoso que poco a poco me convirtió en investigadora, reafirmó mi vocación docente y me dio la oportunidad de considerarme escritora, cada uno de esos nombramientos lo recibí en minifalda, medias de seda y mi corazón de pollo en la mano.

Y todo esto lo hice consciente el día que una alumna decidió describirme en un ejercicio de redacción que sacudió mi alma. Ella escribió: “Si pienso en medias psicodélicas aparece la doctora Elvira de la misma forma en la que recuerdo su nombre cuando me preguntan quién me enseñó sobre el feminismo. Su cabello es corto, pienso, para que le resbalen los prejuicios de quien la juzga. No viste de acuerdo con su edad, exclaman los hombres que le temen a la libertad. Ridícula. Loca. Gracias, responde ella. Sirenas. Viento. Fantasía. Eso también es el feminismo”.

Gracias vida, hoy cumplo 61 años. Gracias a todas las elviras que he sido. Solamente así, esta sexta década mantiene la promesa de no olvidarme de ninguna de las que he sido y me inspira para construir a la Elvira 61 que lucho por reinventar. Por eso, a todo pulmón comienzo a cantar mi Blues Cósmico, a dueto con Janis eterna:

El tiempo sigue avanzando, las amigas se han alejado.

Sin embargo, yo sigo adelante, pero nunca encuentro el porqué.

Sigo empujando fuerte por mis sueños, sigo intentando hacerlo bien sin importar

que se trate de otro día solitario.

El amanecer ha llegado tarde.

Veinticinco años, cariño, pasaron en una sola noche.

Bueno, ahora soy mucho más vieja.

Y no estoy mejor y ya no puedo ayudar como cuando era una niña.

No esperen ninguna respuesta porque sé que estas no llegan con la edad.

Aunque nunca he amado mejor que ahora pese a que nunca podré amar correctamente.

Por eso, mejor tomen ahora lo que puedo ofrecer.

Pero eso no lo hace diferente y sé que puedo intentarlo hasta la eternidad.

Estoy segura que hay un fuego en el interior de todas nosotras,

Es mejor que siempre lo necesite, que lo tome ahora,

Ese fuego debo usarlo hasta el día en que muera.

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