En la vida real yo nací el 15 de marzo de 1962. Mi papá es corredor de seguros, y en casa se entretiene cuidando plantas. Mi mamá es ama de casa…
ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Este fragmento pertenece a una página del libro «Mafalda inédita» donde se comparte una carta que esta pequeña escribió al editor del periódico que publicaba las tiras de sus aventuras. Me encanta saber que somos contemporáneas, nos llevamos justo un mes. Claro, ella sí se ve igualita, el tiempo no ha pasado por su rostro, forma de vestir y de pensar, su humor y su sabia filosofía maduramente infantil.
Ya 61 años, pero sigue siendo la misma chiquilla que provoca la risa espontánea, la frase célebre en el momento justo y el comentario imprudentemente inteligente ante la vida, lo que le gusta como los Beatles, lo que no le gusta como la sopa. En muchas entrevistas que le hicieron a su creador, Joaquín Lavado (1932-2020), mejor conocido como Quino, le sorprendía, y a veces le incomodaba, cuando le preguntaban sobre una Mafalda del siglo XXI. Cuando la imaginaban mayor y le insistían para saber si ella se había convertido en traductora de la ON, si estaba casada, si seguía viendo a sus inolvidables cómplices de juegos: Felipito, Manolito, Susanita, Libertad, Miguelito y Guille. No podía creer la manera en que cada lector y cada lectora la habíamos humanizado, la sentíamos tan nuestra que deseábamos saber más de ella en este mundo de hoy. Quino, el mismo que juraba que dentro de un lápiz hay un universo y no quedaba más que creerle porque además de Mafalda y su pesimismo optimista, creó a su amiga Susanita, esa pequeña rubia que solamente añoraba ser mamá de sus hijitos/as a la vez que podía ser envidiosa y presumida. Felipito enamorado de su maestra y dispuesto a aprenderse las tablas para no morir aplastado como una mosca. Manuelito y su ambiciosa pasión por el dinero que nunca tendrá. Miguelito con su atrevida ingenuidad. Libertad y su irreverencia genuina. Guille insolentemente encantador. Y Mafalda, la misma que nunca ha dejado de ser una niña, ahora de 61 años, la misma que cada vez que vuelvo a leer sigue cuestionando todo lo que todavía no comprendemos ni aceptamos de esta vida rara e intensa donde no hemos aprendido nada y siguen las guerras, la violencia, los políticos insensibles y la gente prefiriendo los vestidos que la cultura, porque nunca te llevan presa por salir sin cultura a la calle, pero sí cuando no llevas ropa.
Se han hecho muchos análisis sobre ella, nuevas obras que incluso la señalan como feminista, se afirma que existe una filosofía mafaldista, que cada tira dibujada por Quino ha sido memorizada para comprender lo difícil que es poner los pies en la tierra y ahí está Mafalda columpiándose para casi tocar el cielo con la punta de su zapato, pero al terminarse el juego lamenta que la diversión se acaba al sentir otra vez el piso. Me encanta cuando descubre que su mamá estudiaba, pero que dejó los estudios al casarse y la nena se pregunta muchas veces quién pudo convencerla de dejar la escuela: “Pensar que mamá podría tener un título, pero no, se casó. Abandonó los estudios y se casó. Seguramente alguien la convenció para que dejara de estudiar. Seguro alguien la persuadió para que no se instruyera…” Y en el siguiente cuadro, su papá está en la oficina y le dicen que tiene llamada. Al otro lado de la bocina alguien le grita a todo pulmón: ¡Oscurantista! La niña dedujo que fue su papá el culpable de ese abandono materno de la escuela.
Miles de cuadritos donde puede verse a Mafalda en situaciones que siempre dejan una sonrisa, algún mensaje o que mueven el alma y la conciencia. Esa filosofía provocó que mi hijo, cuando era muy pequeño, luego de mi advertencia de no abrirle a nadie la puerta, preguntara: ¿Y si es la felicidad? Mi amigo Vicente y yo llegamos a retarnos para repetir las mejores frases mafaldinas y no logramos vencernos por tanta risa, mientras alguno de los dos repetía esa escena en que Mafalda le dice a Manolito que es pichiruchi, que luego de atropellar sin querer con su triciclo a Felipito le quiera gestionar una beca a la NASA, o que se indigne cuando su hermanito Guille se atreve a dormirse escuchando a los Beatles y ella grite al cielo indignada: ¿Para esto trae una a un hermano al mundo?
Pero a la vez, había alianzas y coincidencias entre cada personaje. Mafalda defendiendo al mismo Guille cuando es castigado por rayar la pared y le grita a su mamá que en esa casa quieren libertad de expresión. Esa madre a la que a veces preocupa por verle una cana, que hace reaccionar cuando llora por haber subido de peso y su pequeña le recuerda que hay gente que pasa hambre en el mundo, la misma niñita que besa tiernamente a esa mamá dormida cuando observa que es esclava de su propio hogar.
Es cierto, la primera aparición de Mafalda, fue el 29 de septiembre de 1964 en la revista Primera Plana. Fue en ese año que esa monita salió a la luz y será hasta el próximo año que cumpla 60 de editarse, pero yo me dejo llevar por lo que ella escribió de su puño y letra, segura de que somos contemporáneas. Por eso, sigue siendo la monita que me inspira, que me protege, mi sombra y mi espejo. Por eso la sigo haciendo cómplice de mis citas porque vive en mi agenda. La responsable de mis sueños porque está en mi pijama y pantuflas. Esa mala consejera en mi teléfono celular porque es mi fondo de pantalla. Mi ángel guardián porque está recargada en el sillón inspirador de mi cubículo. Nunca dejaré de espiarla y de buscarla en cada cuadrito de su historieta, nunca dejaré de citarla en mis ratos buenos o malos, seguiré contagiándome de su humor y de su ingenua sabiduría. Por eso, juro que Mafalda cumple 61 años. Sí, soy yo la que ha crecido y se ha transformado, a veces por golpes de la vida, muchas veces por los sueños cumplidos, pero la filosofía de Mafalda ha tenido mucho que ver con mi optimismo/pesimismo, mi ingenuidad/madurez, mi necedad de imitar el peinado de esa chiquilla pese a mis canas. Mafalda, mi amiga por siempre.