BELLAS Y AIROSAS/ Descansa en Paz, querido José Agustín

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Te conocí justo cuando cumplí los 16, mi maestra de literatura nos obligó en ese año de 1978 a leer La Tumba, que escribiste cuando solamente tenías 20 y publicaste en 1964.

La fascinación que provocaste en cada una de mis compañeras y compañeros relució en nuestras participaciones mientras analizábamos ese texto firmado por ti.

Qué maravilla leer a un escritor que se expresaba con una perspectiva totalmente juvenil. El protagonista de esa corta novela se parecía a mis amigos, al chavo que me gustaba y sus relaciones desastrosas no se alejaban de las que yo veía y huía. Todos los personajes son rebeldes y alocados, provocadores y divertidos, extraños y cercanos. Aunque también varios delataban sus miedos y ese tic tac tic tac latiendo en la cabeza de Gabriel podía significar tantas cosas, desde un suicidio hasta una locura peligrosa. Qué miedo de pronto escucharlo en la mente, peor en el alma. ¿Alguna vez lo escuchaste tú?

Desde ese momento decidí que te convertías en mi novio literario. Empecé a comprar todos los libros donde tu nombre relucía en la portada: De Perfil, Inventado que sueño, La Mirada en el centro, Se está haciendo tarde (final de la laguna), Cerca del fuego… Tantos y tantos más.

Memoricé tus autobiografías, sobre todo la de El Rock de la cárcel, donde nos permitiste asomarnos a todos los lugares donde viviste, en todas tus edades, en los momentos mágicos y en los más oscuros. Ese niño que desde pequeño descubrió su pasión por la escritura, cuyo padre era piloto aviador y le traía discos del momento calientitos de Estados Unidos, fue así como te volviste un experto en rock. La muerte de tu mamá y de tu hermana.

El amor por Margarita. Las peripecias para empezar a publicar. Dios, fue tu novia Angélica María y yo digo que ella te quiso mucho, como todas las mujeres que te admiramos. Ese tiempo tan difícil en Lecumberri, la libertad anhelada, la escritura siempre latiendo en ti.

Me encanta cuando compartiste que el corrector de la primera editorial que te publicaría se negaba rotundamente a permitir queescribierastodojunto, que no subrayaras o pusieras en cursivas frases en otro idioma, que mentaras madres con todas sus letras, que supieras amar hasta la ignominia.

Quedé fascinada con Ciudades Desiertas, yo quería ser Susana, tu personaje principal, y encontrar a mi Eligio para que fuera a buscarme al culo del mundo demostrándome de esa manera que me amaba. Memoricé cada discusión entre ellos, cada escena descrita con erotismo pecaminoso, el ambiente de esos escritores que buscan destacar, la pasión latente en cada encuentro y desencuentro de nuestros protagonistas.

Una vez fuiste al CCH Sur a leerla, el lugar se llenó hasta el tope y me conformé con escucharte desde las bocinas que colocaron afuera del auditorio. Leíste algunas partes de esa novela, tan entrañable para mí, con esa voz apasionada y viva que te caracterizaba. Al terminar el evento me retiré triste porque ni siquiera pude verte, aunque fuera de lejos. Caminaba con algunas amigas por el estacionamiento y ahí estabas, subiendo a una camioneta. Qué emoción darte la mano, decirte gracias y tu sonrisa amiga, tu mirada transparente reflejando mis gestos de fascinación. Un beso en la mejilla y mil besos más al aire mientras me alejaba.

Sí, mi novio literario por siempre.

Sin duda, tus ensayos son una luz para quienes nos acercamos a los temas que interpretas con una lucidez admirable y un tono siempre provocador, festivo, cómplice. La contracultura en México me acercó a escenarios increíbles. Ya como profesora, no dejo de bendecir tu trilogía de Tragicomedia Mexicana, nadie como tú para acercarnos a la historia de nuestro país con esa mirada pícara, crítica, burlona, real y divertida, pese a este destino fatal que nos persigue como una nación con mala suerte inmortal.

En cine descubrí que en varias de mis películas mexicanas favoritas de Angélica María tenías mucho que ver como en “Ya se quien eres (Te he estado observando)” y “Cinco de chocolate y uno de fresa”. Esta última es memorable.

Todavía hasta la fecha propongo a mis grupos de la asignatura de historia de los medios reproducir esa escena donde la Novia de México baja unas escaleras, con un minivestido dorado tan bello, y se burla de los invitados burgueses de una fiesta fufurufa de la década de los sesenta. La letra de esa canción es tuya:

Es preciosa la casita

Y la gente decente y formal que hay aquí.

Sus prejuicios tan hipócritas me enferman

Sus costumbres me dan risa

Siempre falsas todas sus sonrisas

Qué triste sociedad

Les ofrezco mi desprecio

Y deseo se destruya

Su cruel mundo decadente, triste y vulgar.

¿Sabes? En mi librero hay una sección especial de todos tus libros, algunos en diferentes ediciones, otros ya maltratados por el paso del tiempo. Cada año vuelvo a leerte, no dejo de recomendarte con mis estudiantes, no dejas de aparecer en alguna charla de café para evocar tus libros, tus palabras, tu estilo, tu pasión.

Para escribirte todo esto no tuve que hojear tus libros ni buscar en Wikipedia. Toda tu historia está en mi alma.

Te confiaré algo: Ahora que hago mis pinitos de escritora inhalo las páginas de tus libros, sí, me gustaría poder escribir como tú.

Hoy te has ido.

No me queda más que hacer lo que aprendí de ti: escribir.

Unas lágrimas mojan el teclado de mi computadora.

Gracias por cada libro.

Gracias por cada historia y personaje.

Gracias por ser José Agustín, mi novio literario por siempre.

Hoy te voy a leer toda la noche.

Estoy segura de que estás llegando a un cielo divino donde seguirás escribiendo.

Hasta pronto.

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