ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. El 31 de diciembre de 1870 nació una bella y airosa hidalguense que por su esfuerzo y entusiasmo se convirtió en médica cirujana de carrera, su nombre Columba Rivera Osorio. Mineral del Chico fue testigo de su nacimiento.
Los diferentes espacios en que se desarrolló permiten afirmar que fue una mujer tenaz, confiada en su talento y segura de sí misma, ya que se puede observar que fue profesora, periodista, feminista y médica.
Posiblemente como la mayoría de sus contemporáneas tener acceso a la universidad resultaba ser todo un reto. Por ello, prefirió primero estudiar para ser maestra. Columba obtuvo el título a los 17 años de edad.
Se dice que impartió́ clases en el Instituto Hidalgo, de la ciudad de Pachuca.También que fue directora de otras escuelas primarias del estado y jefa de la sección femenina del Departamento de Enseñanza Técnica, así como directora de la Escuela Normal para Maestras.
Una mujer que se apasiona por el estudio y tiene grandes proyectos de vida, siempre busca aprender más. Seguramente por eso, Columba Rivera no se conformó con ser una excelente maestra, decidió ser una de las primeras mujeres en estudiar en el Instituto Científico y Literario de Hidalgo, primer antecedente de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo. Después de cursar el bachillerato decidió irse a la ciudad de México para estudiar una carrera que no era tradicionalmente destinada a las mujeres: la medicina. Se ha dicho que lo hizo porque su padre siempre había anhelado un hijo médico en la familia
Fue así́ como se convirtió́ en la segunda mujer mexicana en ser médica. La primera, Matilde Montoya, denunció la discriminación sufrida en las aulas y en los consultorios. Pese a todo, Columba también aceptó el reto.
La Escuela Nacional de Medicina, tal vez con recelo pero también con respeto, le abrió sus puertas. Se tituló como Doctora en Medicina, Cirugía y Obstetricia en 1900, tenía 30 años de edad. Recibió el apoyo del gobierno del estado a través de una beca, por lo que recibió al mes la cantidad de quince pesos para realizar sus estudios.
En 1904 también recibé una pensión para estudiar en los Estados Unidos. En este país se especializó en el funcionamiento de los departamentos antropométricos. Regresó a México convencida de la importancia de esta especialidad y logró que se creara la Inspección Médica en la Escuela Nacional de Maestros y poco después en todos los planteles oficiales educativos.
Realizó sus prácticas en el Hospital de San Andrés y también ofreció sus servicios para los casos de mujeres internadas por problemas psicológicos. Dio clases en la Escuela Nacional de Medicina. Fue jefa de enfermeras visitadoras del Departamento de Salubridad Pública. Su gran trayectoria influyó para que fuera nombrada jefa de la sala de cirugía en el Hospital Juárez.
A la par de la enseñanza y la medicina, Columba Rivera mostró su gusto por la escritura, tanto en la literatura como en el periodismo. Escribió poesía, así como algunas obras de teatro. Entre ella se citan “Cerebro y Corazón, “Sombra y Luz”, entre otras. Colaboró en diversas publicaciones periodísticas como El mundo ilustrado. Fue muy importante su apoyo y textos para fundar la revista feminista La mujer mexicana (1902-1907).
Demostró́ siempre su postura vanguardista en torno a la situación de las mujeres en México. Perteneció a una de las primeras asociaciones feministas en el país, “La sociedad protectora de la mujer”, en 1904. De igual manera, participó en el Congreso Internacional Feminista, celebrado en la ciudad de México, en 1925.
En la novela histórica Nadie me verá llorar, se narra la vida de Matilda Burgos, quien fue ama de llaves de Columba Rivera. Cuando la obra hace referencia a la primera médica hidalguenses hace referencia a una mujer de 43 años, soltera, seria, de vestir formal y generosa. La imagen siempre es construida por la mirada de la protagonista de la novela:
Matilda observó cada centímetro del cuerpo de Columba. Bajo los encajes de su blusa blanca abotonada perfectamente hasta el cuello se adivinaban un par de senos generosos, flácidos. Su piel blanca tenía la pátina ambarina de los pétalos a punto de marchitarse. Y sus cabellos claros, salpicados de canas y recogidos en un chongo tras la nuca, parecían opacos. Lo que verdaderamente impresionó a Matilda fue su rostro. La suavidad de las facciones primero y, de inmediato, el contraste de las gafas que cubrían sus ojos cafés, casi verdes, saltones.
Columba Rivera murió el 11 de noviembre de 1943, fecha representativa para que hoy la evoquemos.