Mi abuelita contaba que fue su abuela quien le dijo que todo empezó debido a Dominga. Ellas, como todas las mujeres del pueblo, se dedicaban a bordar por la mañana y por la noche. En cada tela dejaban su sentir, sus fantasías, el deseo más profundo…
ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Nunca imaginé que ese anuncio que vi en Facebook iba a cambiar mi vida de una manera tan gozosa, el cartel digital prometía Escribir para Sanar. Sí, la frase era atractiva, pero sobre todo esperanzadora, además quien impartía ese taller literario era una escritora que yo conocía y ya era memorable en mi vida porque me gustaba su narrativa, consultaba y recomendaba sus libros de redacción, y me encantaban sus antologías. Jamás imaginé que yo iba a formar parte de una de ellas y miren, aquí estoy agradeciéndole a Beatriz Escalante el espacio que generosamente me dio en este libro que ella bautizó como Amores Increíbles.
Qué bella manera tiene Beatriz para inspirarte, para que se fortalezca tu seguridad, para que en ningún instante dudes que la escritura es tu vida, para que reconozcas lo que debes mejorar en tu estilo, lo que debes destacar en tu historia, lo que debes explorar en tu alma para que quede perfectamente plasmado en tu texto.
Por supuesto, quienes nos acercamos a ella es porque reconocemos que la escritura es nuestro destino marcado, que las historias revolotean por nuestra imaginación, que mil personajes nos murmuran al oído que los dejemos ya salir, pero que queremos alguien a nuestro estado que nos ayude a ordenar este caos literario, que nos oriente con su sabiduría, que señale los errores sin juicios sumarios, que motive a leernos en voz alta y enfrentar sin pesadumbre los comentarios de ajustes y sin presunción los comentarios de aprobación y hasta de felicitaciones.
Por eso, cuando me invitó a formar parte de esta roja e intensa antología le dije sí al medio segundo que escuché su propuesta. Sí, porque me invitaba con esa alegría que le caracteriza, con esa honestidad que tanto admiro, con esa generosidad que jamás olvidaré.
Claro, en cuanto finalizó la llamada, empecé a azotarme contra las paredes, a sacudir mi cabeza para revolver mis miedos e inseguridades, a mirar las palmas de mi mano para asegurarme que mi destino es escribir, a hacer un poco de trampa y a torcer las líneas de mi mano para poner a prueba mi capacidad de torcer destinos para crear personajes e historias de interés para públicos sensibles, emotivos y exigentes.
Escribir sobre mores increíbles, vaya provocación. Recordé a mi papá y a mi mamá, ella diez años mayor que él, nunca les importó el qué dirán y hoy, casi 70 años de darse el sí, sigue caminando de la mano. Repasé todas las películas cursis que no dejo de ver porque creo en los finales felices y lo que podía retomar de ellas para inventar otro filme estilo totalmente elvirino. Mis propias experiencias con amores inolvidables, mis amigas y sus encuentros y desencuentros, personajes memorables de novelas amorosas que me han marcado para siempre. Lo que me falta por amar, lo que deseo para amar.
Pensaba y pensaba mientras mis dedos daban paseos por los bordados del vestido que ese día traía. Chilanga de nacimiento y Bellairosa por decisión, desde hace 18 años sé que ya soy hidalguense y una de las formas de evidenciarlo es luciendo mis vestidos de bordados realizados en el poblado de Tenango de Doria. Visitar ese lugar es encontrarte en todo lugar a mujeres y a hombres bordando. Entras a una panadería y quien la atiende esté bordando. Caminas por una calle y en el umbral de cualquier casa vez a alguien bordando. Cualquier persona te abre las puertas de su casa y en cualquier rincón están los bordados de la abuela, de la tía, de la comadre o de la hija. Son bordados coloridos, de figuras que brotan de su imaginación y que van desde un conejo de cola azul, orejas verdes y cuerpo morado hasta unicornios de mil colores o tortugas con trompa de elefante y patas de jirafas envueltas en tonos que imitan un amanecer en Huasca, un atardecer en Real de Monte o una mina olvidada en Pachuca.
Un ligero soplo de viento se coló por el vidrió roto del gran ventanal y una hebra amarilla voló para acariciar a esa flor atormentada. El pájaro suspiró con tal fuerza, que las agujas despertaron deseosas de ser penetradas por erguidas hebras. Entonces, el carrete de hilo azul al creerse mar empezó a desenredarse como olas seductoras y convirtió a los alfileres en sirenas cantarinas. Los hilos violetas y fucsia se desenrollaron imitando a las bugambilia que asomaban por el gran ventanal.
Fue así como quise inventar la manera en que surgieron esos bordados, y tenían que surgir gracias a un amor increíble. Entonces, la inspiración llegó y surgió este relato titulado “Bordados del deseo cumplido”.
Qué emoción verme en el índice, qué orgullo estar acompañada por compañeros y compañeras cuyos textos son sin duda increíbles como las historias de amor que comparten, historias que les aseguro disfrutarán y jamás olvidarán.
Gracias Beatriz Escalante por tu generosidad, por ser maestra y amiga, mujer admirable, provocadora para apostar siempre por los amores increíbles.
Al día siguiente, nadie podía creer lo que había pasado en el taller de costura. Dominga conmovida vio a la flor cometa tan radiante y agradecida acarició a ese pájaro con destellos tan parecidos a la mirada de Manolo. Las demás costureras brincaban entre los retazos de bordados coloridos, los aventaban para provocar una lluvia de mil colores, los revisaban con verdadera atención como si fueran jeroglíficos que trataran de descifrar, tatuajes que deseaban reproducir, bordados del deseo cumplido. Una mano masculina colocó en la palma de Dominga el carrete de hilo rojo no me olvides. Ella sonrío con el deseo a flor de piel.