ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
Y fui educada para obedecer
Y sufrir en silencio
Mi madre en vez de leche
Me dio sometimiento
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Rosario Castellanos nació el 25 de mayo de 1925 en el Distrito Federal, pero de inmediato se la llevaron a vivir a su querida Chiapas. Ahí el nacimiento de su hermano marcó su vida, fue un niño que parecía tener privilegios simplemente por ser el varón, pero murió. Esa muerte fue muy lamentada por su madre y por su padre, el dolor fue tan grande que en un principio olvidaron a su hija. En alguna entrevista la escritora aseguró haber escuchado que una adivina vaticinaba el futuro a sus progenitores, la mujer les dijo que uno de sus hijos moriría y la voz materna musitó: “Que no sea el niño”. Pese a ello, al quedarse solamente con la niña, el temor los envolvió por lo que exageraron los cuidados hacia ella. Ambas situaciones encerraron a Rosario en una absoluta soledad y total proteccionismo.
Nunca me dejaron hacer nada… No salgas… No te vayas a resfriar… No, te vas a caer… No, no, no… ¿Qué puede hacer alguien así? Sentarse a escribir ¿No?
El amor por las palabras la hizo decidir regresar a la capital para estudiar en la UNAM. En la universidad fue compañera de Dolores Castro, Margarita Michelena, de Jorge Ibargüengoitia y Emilio Carballido. Juntos discutían y juntos se motivaban. Seguramente esta privilegiada generación compartió palabras, emociones, suspiros, espejos y confesiones. Rosario hizo de la poesía un texto delator de sí misma, bien dijo:
Escribo porque yo, un día, adolescente.
Me incliné ante un espejo y no había nadie.
Nadie. ¿Se da cuenta? El vacío.
Y junto a mí los otros chorreaban importancia
Se tituló con la tesis Sobre cultura femenina. En su trabajo académico, ella disertó en torno a las aportaciones de las mujeres en el mundo cultural. Se preguntaba por qué es un espacio tan difícil de acceder si se es mujer. Su respuesta es tajante: los hombres hacen cultura para eternizarse, las mujeres descubren que pueden eternizarse a través de la maternidad.
Expulsadas del mundo de la cultura, como Eva del paraíso, las mujeres no tienen más recurso que portarse bien, es decir, ser insignificantes y pacientes, esconder las uñas como los gatos. Con esto probablemente no vayan al cielo, y además no importa, pero irán al matrimonio que es un cielo más efectivo e inmediato.
Dos años antes de su examen profesional, Rosario Castellanos ya había publicado su primer libro de poemas, Trayectoria del polvo. También había parecido Apuntes para una declaración de fe. Luego surgió su obra narrativa: Balún Canán (1957, novela), Ciudad Real (1960, cuentos), Oficio de Tinieblas (1962, novela).
A los 32 años se casó, a los 36 fue madre de Gabriel, su hijo único. Escribió en ese lapso Los convidados de agosto y Álbum de familia. En 1973 publicó Mujer que sabe latín, libro conformado por varios ensayos y en donde realizó una reflexión profunda sobre la condición femenina. Crítica y pesimista pero llena de esperanza nos aseguraba en uno de sus poemas que se ha convertido en mi guía de vida:
No, no es la solución tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoy
Ni apurar el arsénico de Madame Bovary
Ni concluir las leyes geométricas, contando las vigas de la celda de castigo
como lo hizo Sor Juana…
Debe haber otro modo que no se llame Safo ni Mesalina
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre. Otro modo de ser.
En 1971 se fue a Israel como embajadora. En ese país murió en agosto de 1974. Su cuerpo fue traído a la ciudad de México. Nos dejó sin más poemas, sin sus visiones irónicas sobre la vida femenina. Ya pasaron 99 años de su nacimiento, pero no puede olvidarse jamás que Rosario Castellanos es y será una mujer de la literatura y del periodismo o como dijo en uno de sus poemas:
Mujer, pues de palabra.
No, de palabra no.
Pero sí de palabras, muchas, contradictorias, ay, insignificantes, sonido puro, juego de salón, chisme, espuma, olvido…
Feliz cumpleaños Rosario.