BELLAS Y AIROSAS/ 62 Años

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO

SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Nací en 1962, un 15 de abril, un domingo de ramos, y este 2024 cumplo 62 años.

El presente es lo único que tenemos, canta por ahí mi querida Julieta Venegas y yo le creo. Vivo gozosa este presente tan efímero, aunque también vivaz, loco, solidario, amargo y dulce, amoroso e intenso solamente que considero al pasado como lo mejor que atesoramos, gracias a esos ayeres evoco para resistir, recuerdo para avanzar y recapitulo para inspirarme.

No me aferro al pasado, pero desempolvarlo a esta edad, me ha motivado mucho. Hace varios meses que tomo un hermoso taller de autobiografía con la gran Beatriz Escalante y ha sido muy grato hacer relatos sobre mi niñez. He palpado que he sido afortunada porque fui y soy una niña que se quiere, que pese a estar cumpliendo 62 años no ha permitido que le arrebaten su infancia. Así, cada lunes en la noche leo con gusto -y nerviosismo también- cada texto que voy escribiendo en algún ratito libre que tengo a lo largo de la semana.

Entonces, surge mi madre amorosa-exigente que repetía: “Estudien para que solamente dependan de ustedes mismas”.  Mi padre con su feminismo espontáneo al no limitarnos en nada, lo mismo nos regalaba, a mis hermanas y a mí, una muñeca que un carrito, nos motivaba a jugar futbol o nos invitaba a ver el box. Mi hermano Ernesto que nos abrió el camino para tener estudios universitarios. Mis hermanas, cada una con su personalidad, fortaleciendo mi carácter, convenciéndome que ellas, a su manera, han tratado de ser felices y no hay nada como respetar lo que hemos decidido ser.

Las evocaciones provocadas para entregar un texto cada lunes en mi taller de autobiografía ha despertado recuerdos y nombres que han marcado mi vida, desde mi tío Rene hasta mis primos de Barranca del Muerto, los días en Oaxaca o el primer amor cuando iba en sexto de primaria.

Recordé cuando, creo que tenía 5 años, yo lucía un traje con flequillos en las mangas, una falda con estampados de apaches cabalgaba sin yegua por el pasillo de la casa y gritaba: “¡Hi-yo, Silver! Imitaba al llanero solitario, aunque mi fiel compañero de aventuras no era Toro, sino Vaca. Fue así como, mis tías Elba y María Elena al verme pasar galopando al ritmo de la música de ese programa de televisión, gritaban: ¡Ahí va la llanera loquitaria!

Cuánto tiempo ha pasado y a mis 62 años sigo galopando, quizá ya no vestida de vaquera ni de apache, pero sí de feminista, académica, escritora e investigadora, madre y esposa, amiga y cómplice, mujer de 62 años.

Cabalgo para atrapar estrellas o sueños, escaramuza que entre caídas y dignidades ha aprendido a jugar toda suerte charra. Amazona abnegada, guerrera introvertida. Sirena que domestica caballitos de mar y brinca olas con gozo infinito.  Escritora que juega a ponerle esa rebelde vocal “a” a la palabra jinete, mientras los aferrados se santifican por no respetar a la irreal academia de la lengua.

62 años que han pasado como una carrera de obstáculos, donde he tenido triunfos y retos, porque ahora no creo en los fracasos, apuesto al riesgo, a la osadía, soltar la rienda y domar retos, perseguir necedades, inventar atajos, perderme en acantilados, recuperarme en oasis, acompañarme en noches iluminadas por lunas solidarias. 62 años, y creo seguir siendo esa llanera loquitaria.

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