BELLAS Y AIROSAS/ 24 años sin Elena Garro

¡Elena! Oigo mi nombre, me busco.

¿Sólo esta oreja queda?

¿Ésta que oye mi nombre en un llano de huizaches?

¿Mi nombre, gritado, a los cuatro vientos de noche, en el llano de la muerte?

(El llano de huizaches)

Elena Garro murió el 22 de agosto de 1998

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO

(SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Fue una mujer que hizo de la escritura una forma de respirar para sentirse viva, por eso podemos leer una gran variedad de novelas, cuentos, poemas, textos periodísticos, teatro y guiones de cine firmados por ella.

Ha sido una de las mejores escritoras mexicanas de todos los tiempos.  Escribió muchos textos, pero destacó “Recuerdos del Porvenir”, considerada la primera obra de realismo mágico en la literatura mexicana.

Testimonios literarios

“Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así soy, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo sólo soy memoria y la memoria que de mí se tenga.”

(Los recuerdos del Porvenir)

Descubrir la voz de Elena Garro y sus personajes siempre atrapa, seduce e inspira. Con esas palabras me conquistó para siempre, soy lectora fiel de todas sus obras. Siempre compartió historias envueltas en el placer y el infortunio. Nació en Puebla, en 1916, niña “revoltosa dinamitera”, poco a poco consolidó su vocación de narradora.

“La culpa es de los tlaxcaltecas” es uno de mis cuentos favoritos. Me encanta el tono seductor y atrevido, la imposibilidad de la fidelidad, el sabor de la tristeza o el aroma de la nostalgia. Vivir con miedo y por eso traicionarse. Desgarrarse por traidora, perderse en mitos y culparse con culpa. Microcosmos y ambigüedad. El cautiverio de la loca que se busca y se reencuentra:

“Su pelo negro me hacía sombra. No estaba enojado, nada más estaba triste. Antes nunca me hubiera atrevido a besarlo, pero ahora he aprendido a no tenerle respeto al hombre, y me abracé a su cuello y lo besé en la boca.”

Su novela “Testimonios de Mariana” son espejos de la mujer que deseas ser y que inventas ser. Mucho tiempo negó rotundamente que se tratara de ella, pero después aceptó que Mariana era Elena o que Elena se disfrazaba de Mariana. La tinta y el papel atrapan personajes reales con otros nombres, pero con los mismos pecados y perversiones. Irreverente y honesta, trágicamente irónica.

“Ahora sólo podría afirmar: ¿Mariana? es la mujer que me amó… Aunque puedo afirmar lo contrario: ¿Mariana? es la mujer que jamás me amó… Vivo bajo la impresión de que no existió nunca y de que nunca la amé. Tal vez su recuerdo me incomoda, aunque hay instantes que regresan y entonces veo que ambos quedamos escritos en el tiempo, como esas palabras escritas con tinta secreta y que sólo mediante determinada substancia resultan legibles, a pesar de aparecer en un papel en blanco o de llevar visible otro mensaje…”

Su vida sin paz

En 1934 Octavio Paz se casó con ella, la decisión marcó la vida de los dos. Se amaron y se odiaron, estuvieron juntos y compartieron su pasión por la literatura. Se divorciaron porque siempre demostraron todo el daño que podían hacerse. Dicen que fue su musa y su anti-musa, el personaje negado y el no-personaje.  Presente en cada inspiración y en cada negación. Uno y otra fueron ángeles malditos del alma, así como los demonios que iluminaron sus discursos poéticos, narrativos y hasta políticos. Tuvieron una hija, su única hija de los dos, Helena Paz Garro. Una niña, una mujer, que siempre estuvo en medio de esas pasiones y de esas riñas. Fue muy cercana a su madre y vivió de lejos el amor paterno. También poeta, fue devastador ser hija de dos grandes de la literatura nacional.

De 1937 a 1959 Garro y Paz conjugaron el verbo amar en pasado y en silencio pero unificar el verbo odiar en todos los tiempos. Rivalidad o envida, simbiosis absurda, diferencias leales, escándalos y sosiego, la nada y todo en contra. Representaron a la pareja mexicana de intelectuales presta para chocar y coincidir. Estuvieron cubiertos de inteligencia, talento, éxito y celos. Luego vino 1968, Elena Garro fue acusada de ser una de las líderes del movimiento estudiantil. La exiliaron, la corrieron de su propio país, le cerraron todas las puertas y dicen que fue Paz quien puso los candados. Vivió mucho tiempo en Francia, caminó por los barrios parisinos extrañando el olor de su país, olvidada se sintió enterrada en vida. Regresó a México el 7 de noviembre de 1991, pero su país ya no era el mismo. Y lo que es la muerte, en abril de 1998 murió Octavio Paz y Elena en agosto de ese mismo año.

El olvido

La muerte de una de las grandes escritoras mexicanas no mereció encabezados ni grandes ceremonias. Esa noche cayó una tormenta en Cuernavaca, Morelos, donde ella vivía y donde murió en un hospital por una insuficiencia respiratoria cardiaca. María Luisa López escribió “La madrugada del día en que Elena Garro murió” y nos permitió atisbar ese momento:

Pero al llegar la media noche, todos se habían retirado, incluso su hija Helena. En aquella capilla de la funeraria no había nadie más frente al féretro que una joven reportera (y su acompañante), que le había visto por última vez una semana antes de su muerte, en el “asfixiante” departamento que pasó sus últimos años, en la calle de Manantiales, de la colonia Chapultepec. Una reportera que fue en su busca al poco tiempo de su retorno –solía decir Elena Poniatowska que Garro era mágica y adictiva, y tenía razón… No llegó nadie más esa madrugada, sino hasta la mañana siguiente, para concretar el sepelio en el cementerio Jardines de la Paz de Cuernavaca… Pocos familiares o personajes públicos, entre ellos el presidente del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes.

No solamente el día de su muerte se mostró el poco reconocimiento hacia la obra y la vida de Garro, en 2014 se denunció el olvido total. Su tumba es una más en el cementerio de La Paz, en Cuernavaca. María Teresa Priego-Broca, en su texto “La escritora Elena Garro y su tumba sin nombre” así lo advirtió:

Una tumba desolada. Sin lápida. Una tumba sin nombre en el cementerio Jardines de la Paz de Cuernavaca. (Sí, de la Paz). Una cruz que nos hace pensar en los celtas, la cruz sí es linda, y está rodeada de un arbusto que la abraza. La hizo colocar Helena cuando murió su madre. Al lado hay un pinito largo y seco, ¿Estará muerto? Al pie un pequeño macetero en donde sembraron una bugambilia que se desmelena. No hay dónde colocar flores. Una tumba atrapada de olvidos y cubierta solo con cemento. Una tumba anónima es la última habitación terrena de una de las más grandes escritoras de habla hispana: Elena Garro y de su hija, la escritora y poeta Helena Paz. ¿Cómo es posible que una mujer que firmó con su nombre la belleza de montones de palabras (teatro, cuento, novela, artículos periodísticos) que marcaron un parte aguas en la literatura mexicana, esté relegada a este islote sin nombre? Ella, la precursora del Realismo Mágico. Una tumba como un último naufragio.

Siglo XXI y las mujeres siguen siendo marginadas en todo escenario, esta vez en el literario.

Elena, la escritora mexicana que entre los reconocimientos recibidos están Premio Xavier Villaurrutia 1963, Premio Grijalbo 1981, Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 1996 y Premio Sor Juana Inés de la Cruz 1996.

Elena, la mujer que murió en un Hospital de Cuernavaca, Morelos.

Elena, enterrada en silencio en un cementerio en Cuernavaca.

Elena, la madre que en 2014 recibió los restos de su hija porque fueron depositados en ese mismo lugar donde ella yace.

La tumba ya no tiene su nombre y es muy humilde

¿Alguien dejará hoy una flor en esa tumba?

¡Elena!

La voz viene del centro profundo de mi ombligo.

Hay quien vive adentro del ombligo y me llama.

La voz corre para atrapar los pies que corren

entre huizaches

y las manos que bailan el baile loco de los dedos locos

sin pizarra, sin lápiz, sin niño, sin amante.

Me busco. Me encuentro.

(El llano de huizaches)

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