ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO
SemMéxico, Pachuca, Hidalgo. Si bien no existen documentos que permitan reproducir le discurso de María Ignacia Rodríguez cuando enfrentó a la Inquisición de la Nueva España acusada de conspirar contra el gobierno y de apoyar la causa insurgente, la novela de Artemio del Valle-Arizpe publicada en 1949 “La Güera Rodríguez”, reproduce de una manera confiable lo que pudo ocurrir en ese momento
El autor asegura que los alegres devaneos de la Güera no eran mal vistos por la sociedad de la época, “exigente y pecata”, su belleza bastaba para que la toleraran. Pero lo que no le permitieron fue el desentono de proclamarse públicamente simpatizante de los insurgentes. Se le cuestionaba que los apoyara cuando se la pasaba en la casa de los virreyes muy divertida, ellos la recibían muy bien y no podían soportar escucharla con brillante desenfado que describiera y alabara las hazañas de Hidalgo o Morelos.
La osadía y actitud de esta mujer causó escándalo e indignación, por lo que fue citada a la Inquisición por la denuncia del espía Juan Garrido, quien la acusó de ser una de las mujeres que apoyaba la causa insurgente. Del Valle-Arizpe describe que Güera no se preocupó ni se asustó. Cuando llegó al salón donde la esperaban para juzgarla, ella mostró la siguiente actitud:
Se plantó la Güera ante los inquisidores, muy garbosa y decidida y después de pasarles la vista junto con una sonrisa, les hizo larga reverencia como si fuese el airoso remate de una figura de pavana, de gallarda o de ceremonioso minué. Desplegó en seguida la pompa multicolor de su abanico de nácar y empezó a agitarlo frente a su pecho lenta y suave parsimonia, con toda la tranquilidad del mundo. Volvió a sonreír con apacible encanto. A cada contoneo de su talle despedía una fragancia almizclada y oriental. Ya que los graves señores no se lo ofrecieron, tomó una silla con todo sosiego, se sentó y se puso a arreglar los múltiples pliegues de su traje y cuando terminó con esta faena elegante, subió sus manos, mórbidas, afiladas y breves, en las que había sortijas fulgurantes, a componer el cabello no porque estuviese en desorden, no, sino por frívolo prurito de vanidad exhíbita, para lucir su níveo encanto y el pulido donaire de sus movimientos; después las bajó y las puso, como descansando unos instantes, en el enfaldado de su vestido…
El escritor afirmaba que la audacia de esta mujer pasmó a los inquisidores, los mismos que imponían terribles castigos y cárceles perpetuas. Ella les estaba demostrando que nada la arredraba ni nadie la inmutaba. No se mostraba temerosa y pisaba con valentía el oscuro lugar. De igual manera Don Artemio aseguraba que uno de los tres jueces había querido tener un romance con ella, otra resultó ser su allegado y ella le sabía algunos secretos. Por eso, esos tres hombres no la espantaban. Y los enfrentó así:
Les atronó las orejas al preguntarles con la mayor naturalidad del mundo y gran dulzura en la voz, si ellos que eran esto y lo otro y lo de más allá y que habían hecho tales y cuales cosas, ¿serían capaces de abrirle causa y sentenciarla? Y esto y lo otro y lo de más allá y aquellas cosas lindas y apetitosas que habían ejecutado, se las soltó con nimio detalles que dejaron turulatos a los tres señores, y una a una se las fue enumerando con brusquedad, sin cuidados, eufemismos, ni suavidades emolientes. Bien claro les descubrió sus grandes secretos y les manifestó que habían cundido por trescientas partes y, con toda frescura, les empezó a quitar el embozo a sus recatados encubiertos. En los tres graves varones puso, sin reparo, la graciosa y pervertida malignidad de su lengua, que se les encendió los rostros como si les hubiera arrimado una roja bengala…
La Güera, con el lindo rostro bañado en luz de sus sonrisas, les dijo que los gustosos vicios que tenían eran ya públicos y notorios y se contaban por las plazas. Los derribó con la filosa espada de su lengua. Salió muy airosa. Ya en la puerta, se volvió llena de gracia e hizo una larga reverencia…
Sin duda, la estrategia discursiva de réplica o discurso de resistencia fue valiente e inteligente por parte de esta mujer, ella prefirió teatralizar su habilidad de seducción en su actuar y en su discurso frente la Santa Inquisición al exhibir su doble moral.
Si bien fue una Mujer de élite de la Independencia, el haberse acercado al espacio político,considerado ajeno a las mujeres, fue suficiente motivo para cuestionar su rol o minimizarlo.
El tipo de injurias que padeció se explica y relaciona con los valores prevalecientes y aceptados sobre el lugar que debían guardar mujeres y hombres en la sociedad. Los tres siglos de colonia, que concatenan la cultura prehispánica, revelan una concepción de mujeres y hombres diferenciados por el cuerpo, que es el que determina cualidades y espacios adecuados para unas y otros. Si ya en la época prehispánica a la mujer se le asociaba el lugar sagrado de la reproducción, la colonia con sus valores judeo cristianos va a acotar a la mujer en este espacio único y no sólo esto sino a limitar sus capacidades intelectuales al ámbito privado y signada como peligrosa o dañina de sí por su cuerpo y su posible intelecto.
No obstante, los momentos emblemáticos de la historia nacional, como resulta ser la independencia, este periodo posibilita la presencia de mujeres vanguardistas y pensantes, pero al mismo tiempo, pasado el momento coyuntural, se les anula o frena para regresarlas a los lugares comunes, asignados y aceptados.
En este sentido las injurias contra ella tuvieron un doble sentido, uno efectivo en su finalidad de acotar la participación de las mujeres en general, y el otro relativo, porque lejos de acallar o aplacar a estas independentistas se las mueven a la interpelación, a la argumentación razonada e inteligente, pero no tiene eco social porque la injuria es tal y en tales condiciones en las que se encuentran la mayoría de las mujeres que las apacigua ante la fuerza social de la desacreditación.
La injuria contra una mujer a principios de siglos XIX, en estos movimientos revolucionarios, representa el poder patriarcal en toda su extensión y fuerza. La coyuntura sienta bases para que se abran resquicios respecto del futuro lugar y papel público de las mujeres, pero a dos siglos no termina de cuajar en la equidad que estas mujeres visibilizaban, promovían y aspiraban. Son estos casos ejemplos del difícil abatimiento de un pensamiento y una serie de prácticas y valores todavía irradicables por voluntad y discurso.
La Güera Rodríguez es una de las tantas mujeres representativas de un momento histórico significativo en México, la Independencia, que hoy celebramos en este mes, y cada una de ellas merece ser recuperada con dignidad.