BELLAS Y AIROSAS/ 10 de mayo ante el espejo

ELVIRA HERNÁNDEZ CARBALLIDO (SemMéxico, Pachuca, Hidalgo). Ella creyó que su tiempo se acabó, su tiempo de ser mujer, de sentirse bella, deseada, gozosa, pecadora. Pero fue precisamente un 10 mayo, luego de recibir flores, la nueva plancha, el mandil floreado y la recitación abnegada cuando casualmente se descubrió en el espejo y de reojo advirtió un destello femenino y decidió jugar a posar para sí misma.

Se quitó la ropa y se descubrió completa en ese reflejo solidario. Posiblemente porque se la pasaba más tiempo contemplado los esfuerzos de su alma materna había olvidado que la aureola de su seno derecho se yergue ligeramente cuando una mano generosa todavía lo quiere volver a esculpir. Cerró los ojos porque siempre ha reaccionado así al sentir las cosquillas del placer. El mismo placer que recorre su cuerpo a veces cansado del cautiverio de madresposa, pero ese secreto ella misma se lo callaba.

Después se atrevió a espiar sus caderas, las mismas que sin querer ni planearlo mueve al compás de ese viento que la despeina y que la hace sentir viva. Esta vez solamente apretó la mirada como niña divertida que se atreve a delatar una travesura. La misma niña que todavía vive en ella y se atreve a jugar con la vida porque si la toma muy en serio de seguro se cubrirá de alguna amargura. Por eso jugó a encerrarse ahora en un cautiverio atrevido para moverse al compás que sigue atrapando miradas.

No dudó en aprehender ahora su cintura, la misma que ha estado aderezada por la ilusión cuando la sombra de la mañana delata su finura pese al paso del tiempo y los hijos paridos. Le causó sorpresa ese contorno firme como un arco, provocativamente ondulante, seductoramente sinuoso. Le hubiera gustado que en ese recoveco que está casi a la mitad de su cuerpo se pudieran ocultar sus buenos sentimientos y sus miedos ante la vida para que los ojos que descubrieran esa zigzagueante parte de su cuerpo también se interesara en sus dudas y en sus miedos, en sus certezas y en sus logros, en sus poemas y en sus palabras, en su sentir y en su don de mujer.

Se atrevió a palpar su nube de algodón natural que delata su lado más femenino, ese bosque sensual que invita a ser penetrado para reconciliarse con la vida, esa dimensión que promete cielos y que sella su aroma de mujer real.  Y esa vez por primera vez no censuró su mirada, pues descubrió que es ahí donde late la devoción a ella misma, la ilusión de sentir lo que solamente una mano generosa puede ayudarle a experimentar, donde un solidario instinto masculino puede ingresar con la confianza de saber amado. Esta vez se sorprendió más que nunca al atisbar la prueba impresa porque sin quererlo delataba el aroma a higo que garantizaba la obscenidad de su alma siempre generosa, el desenfreno de su sensualidad pudorosa, la extravagancia de su pureza porque siempre se entrega como si fuera la primera vez y el desenfreno de su castidad pecadora de santa con pasaporte directo a su infierno.

Y su mirada ante el espejo ya nunca tembló porque reconocía que la otra mirada lo agradecería nunca la culparía. Y sus poses fueron naturales porque quería captar la esencia de su alma femenina. Y su cuerpo fue compartido nada más para poner a prueba sus buenos sentimientos. Y nunca, nunca ocultó ni un milímetro de piel por la mala costumbre de ser siempre honesta. Y la vergüenza jamás la sorprendió porque su intimidad quedaba en buenas manos.

Y en cada reflejo su alma se esforzó por ser captada. Esa alma auténtica y provocadora, recatada y sensual, coqueta y desenfrenada, generosa y leal. De mujer que es madre pero que este 10 de mayo se celebra como mujer y nada más.

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