ANÁLISIS A FONDO/ Marcelo, el sin remedio

>> Nunca le prometió AMLO la presidencia

>> En política no hay que creerle ni a Dios

FRANCISCO GÓMEZ MAZA

Parecía que Marcelo Ebrard Casaubón no emularía a su maestro, el sin remedio, irredento, Manuel Camacho Solís, por razones de tipo familiar (no de mí, sino de los Velasco Suárez), mi paisano de Chiapas, de Coletolandia, de San Crispín, fue en donde el yerno favorito aprendió a no tener remedio. Los chiapanecos, y más los habitantes de Los Altos, son así: no tienen remedio, nacen, crecen, se reproducen y mueren soñando y sueñan como si fueran hijos de la Luna, o del Rey Pakal, como si las promesas de sus padrinos fueran ciertas y no puras mentiras, o como dijo Carlos Salinas de Gortari, otro irredento, sin remedio, de Manuel – Manuel no tierne remedio-, quien estaba seguro de que aquel presidente saliente, su mero padrino, lo iba a consagrar como su sucesor en la presidencia de la república.

Pero Manuel se quedó en sus sueños y no le quedó más que subirse a la tribuna de la Cámara de Diputados en calidad de diputado de la izquierda opositora. Marcelo, por su lado, era prácticamente un chamaquito. Y le creyó al increíble hijo putativo de Batopilas, Nuevo León. Y más le creyó a su patroncito, el tal Manuel. Desde aquellos años, Marcelito había venido arrimándose con personajes de la talla de Andrés Manuel López Obrador; ahora que el tabasqueño había ganado la Presidencia, Marcelo creyó lo que nunca le prometió AMLO. Que él sería su sucesor en Palacio Nacional. Y es que Marcelo, como Manuel, es también un ser sin remedio, irredento. Todo se lo cree, cuando en la política politiquera no hay que creerle nada ni a Dios, que es el primero que te pone a prueba en la vida.

El hecho es que jamás le dijo AMLO a Marcelo que se preparara para tomar posesión de la Presidencia de la República, el mismo día en que él se despojara de la banda presidencial para imponérsela a su exsecretario de Relaciones Exteriores. La Silla presidencial estaba destinada ahora a una mujer y una gran mujer. Más científica que política politiquera.  Y ciertamente no es porque le gustó a AMLO. Que este señor no es muy feminista para pensar en que una mujer, sólo por ser mujer, ya está lista para asumir el papel y la responsabilidad de jefa del poder ejecutivo de la Unión. Pero, el hecho es que Marcelo se creyó que el presidente AMLO lo iba a consagrar como su sucesor en el reino. Ciertamente, al presidente no se le habría ocurrido jugar con el papel de Claudia. Pero tampoco lo haría con la personalidad e ideología de Marcelo Ebrard Casaubón, quien no encajaba ni encaja en el espíritu de la 4 Transformación. Ésta responde a un pleno compromiso de izquierda, a un pasito del socialismo humanista de mi general Lázaro Cárdenas del Río, a quién le alcanzó para rescatar el ejido para muchos campesinos y la educación socialista, que me tocó a mi en sus atardeceres, con una mamá maestra socialista, doña Esperanza, quien al fin se convirtió al esoterismo de la religión y abandonó, aunque no del todo, sus afanes socialistas.

A Marcelo, sin embargo, no le quedó nada del espíritu revolucionario de Andrés Manuel, y mucho menos del tardío compromiso de Camacho Solís con la izquierda mexicana, a la que se arrimó ya en sus últimos años de político clasemediero salinista, decepcionado, porque él creía que no había otro priista capaz de gobernar este país y estaba seguro de que él sería el elegido. Pero ni priista ni mucho menos morenista.

Carlos Salinas de Gortari, el titiritero mayor del sistema político mexicano de aquellos años de finales de siglo, ciertamente se quedó sin chicha y sin limonada, pues se le murió el gallo y se le fue volando quien había creído ser el gallo, siempre sin remedio, como al final de la historia resultó ser Marcelo, un político sin remedio cuya realidad es lo que él cree que es. Como lo creía Salinas de Gortari, como lo creía Manuel Camacho Solís, como lo creía él.

Ahora, sólo a un irredento sin remedio se le ocurre. Esperar que será el presidente de la república el año de 2030. Esto es lo más tremendamente increíble. Para empezar, nadie tiene comprada la vida y nadie, por tanto, puede asegurar que sobrevivirá hasta el 2030. Sólo a un ingobernable, a un irredento, a un sin remedio se le ocurre tal sueño guajiro. Además de que no puede imponer condiciones a sus recuperados correligionarios de partido. Y menos a Claudia Sheinbaum. Y mucho menos a AMLO, quien ya tendrá años de vivir en La Chingada, gozando del calorcito tropical de Lacanjá, ahora Palenque, yendo de fin de Semana por lo menos a Escárcega de paseo en el Tren Maya.

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