>> La Ley de Ingresos 2023, será aprobada hoy miércoles por el Senado
>> Agotada, la filosofía neoliberal de Manchester; sólo creó desigualdad
FRANCISCO GÓMEZ MAZA. Podría parecer increíble, en tiempos de guerra, de crisis económica y altas tasas de inflación en el ámbito mundial, que los indicadores económicos de México no reflejen la depresión de la economía global.
Es increíble, ¿verdad? Los emisarios del neocapitalismo salvaje dirán que los datos duros, los indicadores económicos son puras mentiras del gobierno de López Obrador, a quien la senadora Kenia quiere mandar de patitas a Venezuela.
No obstante, la realidad se impone. Y la economía mexicana está retando a ese neoliberalismo manchesteriano, que llegó a su fin en Gran Bretaña, en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco Mundial, así como en las aulas de Chicago, en donde ya no se escucha el clamor de los estudiantes de la universidad pregonando el reino del becerro de oro.
En agosto del presente año, hace tres meses, a tasa anual y con series desestacionalizadas, el IGAE (Indicador Global de la Actividad Económica) avanzó 4.7% en términos reales. No es mucho, pero es crecimiento y buen porcentaje. Este porcentaje no es el del crecimiento del producto, pero sí un indicador del comportamiento de la economía. La economía mexicana está creciendo no obstante lo que digan los emisarios de Manchester. De ese neoliberalismo agotado en sus centros de desarrollo.
Por grandes grupos de actividades, en el pasado agosto las actividades terciarias crecieron 5.4%; las primarias, 4.3% y las secundarias, 3 por ciento.
De julio a agosto, el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) aumentó 1%. Y por componente, también con datos ajustados por estacionalidad, en agosto de 2022, la variación mensual fue la siguiente:
Las actividades primarias se incrementaron 3.6%; las terciarias, 1.2% y las secundarias no presentaron cambio.
Ley de Ingresos de la Federación 2023 puede ser aprobada hoy miércoles en el Senado. Dada esta información, vamos a otra, ésta fundamental para el desarrollo de la economía el año venidero: Las comisiones unidas de Hacienda y Crédito Público, y de Estudios Legislativos, Segunda, del Senado, avalaron, la noche del lunes, el proyecto de Ley de Ingresos para el año fiscal de 2023.
Este martes, el Pleno del Senado dio primera lectura a los dictámenes por los que se expide la Ley de Ingresos de la Federación para el Ejercicio Fiscal 2023 y se reforman, adicionan y derogan diversas disposiciones de la Ley Federal de Derechos.
La Ley de Ingresos proyecta que los ingresos que percibirá la Federación, durante el Ejercicio Fiscal de 2023, serán por un total de ocho billones 299 mil 647.8 millones de pesos.
Además, estima un crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de tres por ciento para el siguiente año; un tipo de cambio de 20.6 pesos por dólar y una plataforma de producción de petróleo crudo, en un millón 872 mil barriles diarios, con un precio ponderado acumulado del petróleo crudo de exportación de 68.7 dólares por barril.
La Asamblea senatorial también dio la primera lectura a los dictámenes que contienen proyectos de decreto para reformar diversos artículos de la Ley de Aguas Nacionales; para adicionar una fracción V al artículo 13 de la Ley General de Cultura Física y Deporte; y para modificar los artículos 76 y 78 de la Ley Federal del Trabajo. La filosofía neoliberal está agotada. ¿Qué sigue? La columnista y editora adjunta de The Financial Times y autora de Homecoming: The Path to Prosperity in a Post-Global World. Rana Foroohar ha advertido que hay muchísima confusión general, si no un absoluto pavor, en torno al estado de la economía global. La guerra en Ucrania, las fluctuaciones del precio del gas, los tipos de interés hipotecarios por las nubes, los continuados efectos colaterales de la pandemia de COVID-19 y la amenazante posibilidad de una recesión: todos estos son factores que parecen confluir para propiciar el caos.
Sin embargo, la periodista señala que, aunque el miedo es real, el caos es transitorio, ya que en gran medida obedece al tumulto que acompaña cualquier transición de un viejo orden económico a uno nuevo. Toda economía experimenta ciclos de expansión y contracción, pero el indicador más importante en estos ciclos tiene menos que ver con los precios de mercado, o las tasas de desempleo, que con la filosofía política subyacente.
Durante aproximadamente medio siglo, la economía política se ha basado en el concepto rector del neoliberalismo: la idea de que el capital, los bienes y las personas deben poder cruzar las fronteras en busca de ganancias más productivas y rentables. Muchas personas lo asocian con la economía de derrame, que practicaban Ronald Reagan y Margaret Thatcher, o incluso con las ideas económicas favorables a las empresas que defendieron Bill Clinton y Barack Obama, en relación con los mercados financieros y el comercio. Pero las raíces de su filosofía se remontan más atrás.
El término “neoliberalismo” fue acuñado en 1938, en un encuentro en París de economistas, sociólogos, periodistas y empresarios alarmados por lo que consideraban un excesivo control estatal de los mercados, tras la Gran Depresión. Para ellos, los intereses de la nación-Estado y la democracia podían plantear problemas para la estabilidad económica y política. No se podía confiar en el electorado y, por tanto, los intereses nacionales (o, más concretamente, el nacionalismo) debían estar sujetos a los límites de las leyes e instituciones internacionales para el buen funcionamiento de los mercados y la sociedad.
Instituciones mundiales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y, más tarde, organizaciones como la Organización Mundial del Comercio —grupos que se dedicaban básicamente a conectar las finanzas, el comercio y las empresas globales a través de las fronteras— estaban influidas por estas filosofías neoliberales. Abogaron enérgicamente por el Consenso de Washington, una serie de principios económicos derivados de los pilares de la liberalización del mercado y la globalización sin restricciones. Estas prescripciones generaron más crecimiento que nunca; los cuatro años previos a la crisis financiera de 2008 representan uno de los periodos de crecimiento global más fuertes del último medio siglo. Sin embargo, también crearon unos considerables niveles de desigualdad dentro de los países.
¿A qué se debió? En parte, a que el dinero se mueve entre las fronteras con mucha más rapidez que los productos o las personas. El acuerdo de “capital barato a cambio de mano de obra barata”, alcanzado entre Estados Unidos y Asia desde la década de 1980 en adelante benefició a las multinacionales y al Estado chino mucho más que a cualquier otra instancia, según la investigación académica. La revolución de Reagan y Thatcher dio rienda suelta al capital global con la desregulación de la industria financiera, pero el comercio global se liberó plenamente durante la época de Clinton, con acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte y la ulterior adhesión de China a la OMC, lo que alteró el equilibrio de intereses entre las políticas de creación de empleo a nivel nacional y las de integración en el mercado global a favor de estas últimas. La idea era que el abaratamiento de los precios al consumo de productos importados compensaría el estancamiento o incluso la reducción —en cifras reales, para muchos trabajadores— de los salarios.
Pero no fue así. Incluso antes de la pandemia y de la guerra en Ucrania, los precios de las cosas que nos identificaban como clase media —desde la vivienda a la educación y la atención médica— aumentaron más rápido que los salarios. Y sigue ocurriendo, a pesar de la reciente inflación salarial.