IVETTE ESTRADA. Considerado por la iglesia como “el peor pecado”, el suicidio es la respuesta que se haya ante la desesperanza y tristeza. Algunos lo adjudican a “desórdenes mentales” y otros le endilgan la metáfora de “puerta falsa”. Nadie se detiene a analizar esta pandemia silenciosa y la estela de dolor que afecta a familia y círculo cercano de quien decidió terminar con su vida.
Las cifras son contundentes: en los últimos tres años aumentaron 24% los suicidios al pasar de 6,808 casos a 8, 441 en 2021.
Aunque la Encuesta Nacional de Salud (Ensanut) reveló que, durante 2020, mil 150 niños o adolescentes en México decidieron suicidarse, es decir, un promedio de tres casos por día, quienes tienen de 25 a 29 años de edad, representan el grupo con mayor prevalencia en quitarse la vida con 43.1% seguido de los mayores de 85 años, que generan el 42.5% de los suicidios.
En una muerte natural, el periodo de duelo de los allegados se prolonga por dos años y medio en promedio. Ante un suicidio pude pasar un quinquenio para tratar de continuar con la propia vida, pero a veces eso no ocurre nunca. Un suicidio genera muchas emociones perniciosas como la culpa.
No podemos hablar de suicidio sin asociarlo a creencias falsas acerca de quienes somos y qué representa nuestra vida. En ocho de cada 10 suicidios aparece como móvil una deficiente economía o sentido de minusvalía al no ser generadores de ingresos pecuniarios.
Esa es una falacia terrible. Más allá de vencer nuestra indiferencia ante los suicicidios, debemos comenzar a construir una ideología que nos fortalezca ante los embates de crisis económicas y recesiones, que nos permita asumir que nuestro valor es inmenso y no se encuentra representado con pesos y centavos, que las aportaciones que damos no son materiales necesariamente.
Es momento de revalorar la vida, sus infinitas dimensiones. Es momento de reescribir el significado del trabajo. No es más quien mayores ingresos genera, sino quien logra darle sentido a lo que hace y por qué lo realiza.
No es nuestra apariencia o salud lo importante, sino lo que logramos aportar a las vidas de los otros, asi sea una palabra que aliente.
Todos debemos asumir que l vida de los otros también es nuestra. Que el dolor que experimenta alguien ante la indiferencia o el silencio también es problema nuestro y debemos paliarlo y generar esperanzas y alegría donde no aparece quedar ya nada.
Me duele que una vida se vaya, pero es lacerante que alguien decida romper su propia existencia. Me gustaría poder abrazar a quien creyó que ya no existe motivo para continuar y murmurarle: no sabes que maravillosas creas sólo por estar. No te rindas para que no nos vaasalle a los demás la tristeza y el miedo, Avanza por favor para que llenes de significados la vida.
Hoy oro por quienes decidieron dejar este mundo. No juzgaré. Rezaré para que exista mucha luz en su camino al cielo. Y rogaré al Principio para que en su círculo cercano puedan avanzar con gran amor por lo que son. Que al amor llene los resquicios del pensamiento y siempre haya dulzura en la desesperanza.
No podemos ser indiferentes, es urgente trabajar en la atención integral de la salud mental, en brindar las herramientas necesarias para que el suicidio deje de ser una epidemia silenciosa.